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Tribuna:Prosas testamentarias
Tribuna
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Tríptico argentino: la política

Más de siete lustros han transcurrido desde que por vez primera pisé suelo argentino. Algo sigue igual. En la pampa húmeda, el mismo espléndido paisaje inacabable, primero sosegador y luego inquietante. En Buenos Aires, la misma sensación de familiaridad, hispánica al pasear por la calle de Florida -con exiguos aderezos vegetales ahora- y la misma complacencia al contemplar lo mucho que Buenos Aires tiene de gran ciudad de Occidente, al admirar la ancha y honda hermosura de sus árboles, al respirar un aire urbano todavía no contaminado. A la vez, algo nuevo: el nombre de algunas de sus calles -la que desde su origen se llamó Cangallo es llamada ahora Teniente General Juan Domingo Perón-, no pocos rascacielos, algunos bellos, para mi gusto, comercios sin la sobreabundancia y el cosmopolitismo de antaño, ánimos en que la vieja y ascendente seguridad argentina, plinto psicológico de la melancolía gauchesca y porteña, ha sido sustituida por la zozobra. Los recientes rascacielos de vidrio y acero muestran con evidencia que bajo las cambiantes vicisitudes políticas prosigue el crecimiento interno de la ciudad; pero la perturbación de los ánimos, bien perceptible cuando la relación interpersonal va más allá de la cortesía o de la efusión amistosa, pone ante los ojos la gravedad del trance que las almas argentinas están viviendo.¿Qué ha pasado en Argentina para que la seguridad y la arrogancia de ayer se hayan convertido en la zozobra de hoy? ¿Por qué la vida que dio lugar a un famoso epígráfe orteguiano -"La pampa... promesas"- parece suscitar, por antífrasis, un "La pampa... amenazas"? Desde que las asonadas militares, a partir de la que encabezó el general Uriburu, una y otra vez impusieron su ley, ¿por qué en el ánimo histórico de los argentinos se ha producido esta desazonante y desazonada mudanza?

Sabiendo que puedo errar y que acaso yerre, bien porque mi información sea defectuosa, bien porque mi intelección no sea certera, movido tan sólo por la necesidad afectiva de entender el destino de un país que tanto me importa, resumiré mi respuesta en los cuatro siguientes puntos:

1. La incapacidad de la oligarquía latifundista y de la burguesía democrática para asimilar adecuadamente el nacionalismo consecutivo a la inmigración.

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Reconstruyamos la historia de la pasión argentina -desde la superpamp a de los Campos Elíseos, perdóneme Eduardo Mallea este asalto a sus palabrasque desde hace poco más de un siglo ha sido la instalación de los inmigrantes en su nueva patria. Atentos ante todo a la procura de sustento, y de arraigo económico, tácitamente conscientes, por añadidura, de que "ellos no tienen derecho" a intervenir en la vida política del país que les ha acogido, los inmigrantes de la primera generación se limitan a ver en silencio o a comentar en voz baja lo que políticamente acontece en torno a ellos. Hasta 1900, hasta 1910, así proceden los millares y millares de españoles, italianos, polacos, alemanes, armenios..., que se han instalado en Buenos Aires, en La Plata, en Rosario, en Córdoba, en Mendoza, en Tucurnán. Así hasta que, durante las primeras décadas de nuestro siglo, en la segunda y la tercera generación de los nuevos argentinos, nazca y crezca la conciencia de que "ellos también tienen derecho", y como consecuencia aparezca en la sociedad argentina, junto a las dos líneas del nacionalismo tradicional, la hispánica y católica y la liberal y estanciera, pronto frente a ellas, un nacionalismo nuevo, un nuevo modo de sentir la pertenencia a la nación.

Sin la aparición y el auge de este suceso histórico-social, y sin la consiguiente oposición, sorda o manifiesta, entre los dos nacionalismos, el fenómeno del peronismo no sería explicable. Pero no es ésta la única diferencia del triunfo de Perón.

2. La indiferencia de la oligarquía latifundista y la insuficiencia de los partidos democráticos ante la cada vez más urgente reforma de la vida económicosocial.

Durante el primer tercio del siglo, la vida en Buenos Aires era cómoda y sugestiva; así la vio Ortega en sus dos primeros viajes, así la cantó Carlos Gardel, así la hace adivinar la secreta o patente nostalgia de Mallea, de Mujica Lainez, de Borges. ¿Para todos? El hecho social del "conventillo", la existencia de los viejos almacenes" que denunciaba la letra de algunos tangos -esos "donde van los que tienen / perdida la fe"- obligan a dar una respuesta rotundamente negativa. En la Argentina de 1930 era necesaria una legislación social que corrigiese la flagrante deficiencia de la justicia distributiva, y así lo delataban los tímidos movimientos socialistas y anarquistas a la europea que allí surgieron, ya en años anteriores a esa fecha, bajo la mayoría conservadora y radical.

En la habilidad con que Perón supo argentinizar, uniéndola a la realidad del nuevo nacionalismo antes mencionado, el ansia de justicia social que latía en el socialismo y el anarquismo de los obreros argentinos y en amplias zonas de la población ajenas a uno y otro, tuvo su segunda y decisiva clave el éxito del peronismo. La demagogia y la irresponsabilidad con que el llamado justicialismo procedió ante esa honda exigencia del pueblo argentino no deben hacernos olvidar la sensibilidad social, todo lo tosca y depredadora que se quiera, en que ese nombre tuvo su origen.

3. El progresivo despeñamiento de la economía a partir de la II Guerra Mundial.

En 1945 no podía ser más próspera la situación financiera de Argentina. Las ventas de carne y trigo a los países beligerantes en esa guerra le dieron una considerable riqueza nueva, y la producción de petróleo cubría ampliamente las necesidades del mercado interno. Millones y millones de dólares y de otras divisas se acumulaban en las arcas de la nación. ¡Qué espléndida ocasión para una bien planeada y bien ejecutada conversión de la tradicional economía agraria en otra economía simultáneamente agraria e industrial, por el estilo de la francesa!

Pues bien: el demagógico despilfarro de la Administración peronista -torpe y apresurada nacionalización de los ferrocarriles, alocadas compral de arma -mento, industrialización improvisada y dispendiosa...- pronto,inició y llevó adelante ese despeñamiento de que acabo de hablar. Cuando en 1948 llegué yo a Buenos Aires, un peso costaba como ocho pesetas; al dejar Argentina pocos meses más tarde, la mitad. Antonio Tovar, que por entonces iniciaba la etapa porteña de su docencia, me decía, para ponderar el triste sino común de nuestras personales economías: "Si ahora nos vamos a Estados Unidos, hundimos el dólar".

El anverso del peronismo, la iniciación de una política social justiciera -qué bien le da expresión la constante fidelidad de las masas obreras argentinas al peronismo, años y años después de la caída de Perón-, tuvo un penoso reverso de carácter ético, cultural y estético. No creo que ningún historiador responsable desmienta este juicio mío.

4. La acción conjunta de los tres vicios en que, como la mayor parte de las dictaduras militares, una y otra vez incurrió la recidivante dictadura militar argentina: un nacionalismo crasamente conservador, la cómoda entrega a la economía monetaria y la práctica desmesurada de la represión política. Para colmo, como final recurso de emergencia, la impremeditada y desastrosa ocupación militar de las Malvinas.

El fracaso del peronismo, tanto en su primera como en su segunda edición, y la inhabilidad del poder civil, cuando tímidamente pudo prevalecer, frente a los graves problemas económicos y políticos que el peronismo había suscitado, han hecho que la reiterada irrupción del poder militar en la vida pública argentina -como en la España de 1923 había ocurrido- tuviese acogida favorable en amplias zonas del país. Pronto, sin embargo, la conjunción de las causas antes apuntadas trajo consigo el descontento y la desesperanza. Necesariamente había de buscarvías nuevas el pueblo argentino.

¿Qué ha pasado en Argentina, me preguntaba yo, para que la seguridad y la arrogancia de ayer se hayan convertido en la zozobra de hoy? Todo lo que tan sumariamente acabo de decir constituye la respuesta.

Tal es la situación que al iniciar su mandato presidencial ha encontrado Raúl Alfonsín. Conversé con él pocas horas antes del discurso con que había de hacer pública la impopular medida de la devaluación del peso. La preocupación afloraba en su rostro. Pensando en las todavía grandes posibilidades de su país, me permití ofrecerle como consigna una famosa sentencia teológica, tradicional y falsamente atribuida a Escoto: "Potuit, decuit, ergo fecit". En este caso: la recuperación de Argentina puede ser, debe ser, luego será. Mucho me alegrará ir viendo que la suma del poder ser y el deber ser no es en este caso ilusión vana.

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