Cine sobre cuatro ruedas
En Alicante y Valencia sobreviven estas proyecciones nacidas en California durante los años cincuenta
La chica embutía sus piernas en una malla de baile negra. El resto de su atuendo, botas de baloncesto, camisa y gorrito, era blanco. La chica, uniformada tal cual la película American graffiti, pero sin patines, se acercó al coche y anotó el pedido: dos hamburguesas, una cerveza y una coca-cola. El rostro que asomó por la ventanilla del conductor, el de un hombre de treinta y tantos años, con barba, le sonó. La chica, con toda discreción, dio una ojeada más detenida a la pareja que ocupaba el vehículo. Sí, no podía haber duda: la cara del conductor salía todos los días en los periódicos valencianos.Cuando la chica llegó al bar le dijo a su patrón, Luis Notario, que el autocine tenía esa noche, la del pasado 1 de julio, unos clientes muy particulares: la primera autoridad valenciana, el presidente de la Generalitat, Joan Lerma, y señora. Notario fue a comprobarlo, y no le pasó desapercibido que el coche posterior al de Lerma estaba ocupado por los guardaespaldas presidenciales.
Joan Lerma recibió la cena, pagó y entregó una propina generosa, la mayor que se había recibido en el autocine. Luego se hundió en el sillón del coche y se aprestó a ver Granujas a todo ritmo, película protagonizada por John Belushi, el genio enloquecido que murió a la edad de Cristo por sobredosis de cocaína. Casi demasiado perfecto para ser cierto: el presidente de la más californiana de las comunidades autónomas españolas en un autocine, comiendo hamburguesas y viendo una película de rock y risas. Y, sin embargo, lo es.
Hace unos días, alguien que escuchó esta anécdota levantó las cejas sorprendido: "¿Existen autocines en España?". Pues sí, los hay, y la Comunidad Valenciana es su tierra de promisión. Nada menos que nueve funcionan en las provincias de Valencia y Alicante. Madrid, Barcelona y Sevilla también tuvieron los suyos en los últimos años, pero cerraron.
Al desnudo, los autocines españoles no son sino grandes aparcamientos vallados que disponen de una pantalla y una cabina de proyección. El cliente llega en su coche al lugar, paga en taquilla sin apearse ni parar el motor y ocupa una de las entre 200 y 500 plazas existentes.
Después limpia a fondo el parabrisas, coge un pequeño altavoz adosado a un poste y se dispone a ver uno, dos o tres reestrenos de películas de aventuras y comedias. Lo que haga en el interior del vehículo corre por su cuenta. Horario habitual: desde las diez de la noche hasta las tres de la madrugada.
El autocine nació en Estados Unidos en la década de los cincuenta, en un tiempo de graves aprietos para su industria cinematográfica. Según Román Gubern, los 4.680 millones de espectadores norteamericanos de 1947 habían bajado a 2.470 millones en 1956, pese al crecimiento demográfico del país. Esta notable pérdida de clientes se debía a la aparición de nuevas industrias del ocio, como el automóvil, el disco y sobre todo la televisión.
La reacción de las grandes compañías cinematográficas de producción, distribución y exhibición fue fulminante: ofrecer nuevos y espectaculares atractivos al público. Los años cincuenta fueron los tiempos de las superproducciones con repartos estelares, el cine en relieve, las grandes pantallas con sonido estéreo y también de los drive in, los cines sobre cuatro ruedas. Y si en 1946 había 100 autocines en Estados Unidos, 14 años después, en 1960, la cifra se había multiplicado espectacularmente hasta 4.700.
Norteamérica estaba madura en los cincuenta para la expansión de los drive in. El uso del automóvil se había extendido a cientos de miles de jóvenes y comenzaba una cierta liberalización de las costumbres sexuales. El autocine se convirtió en uno de los espacios favoritos de la muchachada yanqui para la práctica del petting, es decir, los escarceos amorosos encerrados en cuatro latas.
El drive in se incorporó con tal fuerza al modo americano de vivir que terminó convirtiéndose en protagonista de no pocas películas. Una de las más singulares es Targets, dirigida por Peter Bogdanovich en 1967. Targets convierte al californiano autocine Reseda en espacio donde se desarrolla una tragedia moderna muy norteamericana. Un enloquecido francotirador dispara en la oscuridad contra los sorprendidos espectadores que desde sus coches contemplan una película de Boris Karloff.
Es poco probable que el espectador de un autocine español viva una situación tan excitante como la narrada por Bogdanovich. Con toda probabilidad, el mayor peligro que deberá afrontar serán los mosquitos, y por eso en algunos drive in levantinos le proveerán a la entrada de líquido con el que untar rostro y manos. No es cómodo, pero sí práctico. Los insectos mediterráneos son a veces más crueles que las balas yanquis, y casi tan pertinaces.
Para todos los públicos
El presidente Joan Lerma no vivió un tiroteo en su visita a un drive in, pero, en cierto modo, sabido es que un político no puede hacer una nítida distinción entre su trabajo y su persona, dio un espaldarazo institucional al hecho de que la Comunidad Valenciana se ha convertido en la patria de los autocines españoles. Cuatro de estos establecimientos funcionan en la provincia de Alicante y cinco en la de Valencia.
El primer autocine levantino fue el Drive In de Denia, inaugurado en junio de 1979 por Carlos Miralles, un joven que trabajó como ayudante de realización
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durante unos años en París y en Barcelona. Miralles había visto los drive in en el sur de Francia y sobre todo en Alemania, segundo país de¡ mundo en el número de esos locales.
A la vera del mar, en un antiguo huerto de naranjos, Miralles construyó su cine-aparcamiento con una pantalla de 160 metros cuadrados, "porque para competir con la televisión tienes que dar las cosas a lo grande". A la ambientación del Drive In contribuye el bus bar instalado sobre un viejo Pegaso de matrícula V-23065.
"En tiempos de apuros económicos funcionan las empresas que precisan de poca inversión -y una autocine puede costar entre los cinco y los 10 millones, sin contar el solar-, que se apañen con poco personal de mantenimiento y que sean imaginativos, especialmente los relacionados con los servicios y diversiones", opina el joven arquitecto Luis Notario, uno de los seis socios que promovieron en julio de 1981 el Star, el autocine que abrió el fuego en la provincia de Valencia.
A medio kilómetro de Pinedo y cinco de las Torres de Quart, el Star ocupa el solar de lo que fuera un cementerio de automóviles, y está justo al lado de la playa. Luis Notario lo atiende personalmente y puede vérsele desde primeras horas de la tarde y hasta la madrugada de un lado para otro, walkie-talkie en mano, recorriendo el gran aparcamiento en busca de altavoces estropeados o robados, quitando hierbas, regando el suelo, acomodando vehículos o controlando que la proyección sea correcta.
"El principal obstáculo con que nos encontramos", dice Notario, . es que la mayoría de la gente sigue pensando que a nuestros locales sólo vienen parejas para fiarse en el oscuro interior del coche. Y no es así. El 80% de nuestra clienta, especialmente los viernes y sábados, que son los días en que llenamos, son familias de edad mediana con sus hÍjos".
Arturo Sánchez, director de El Autocine, de Barcelona, insistía en la misma idea. "Nosotros, por ejemplo, prácticamente no damos programas eróticos, o sea, películas S o X. El programa más fuerte que hemos pasado ha sido El último tango en París, y eso por sus altas cualidades artísticas. Los jóvenes de hoy no necesitan venir a un autocine para hacer ciertas cosas", dijo hace unos años Sánchez.
El Autocine de Barcelona, cerrado el pasado año, ha sido el más duradero de los drive in españoles. Situado en el kilómetro siete de la autovía de Castelldefels, bajo el puente del aeropuerto de El Prat, El Autocine abrió el 1 de septiembre de 1977 y desde esa fecha hasta su reciente cierre programó diariamente en todas las estaciones del año, salvo en los días de Nochebuena y Nochevieja. Antes, contaba Arturo Sánchez, también había funcionado un autocine en Madrid, pero tuvo que cerrar porque el público no respondió. Tal vez su promotor se adelantó a los tiempos.
El mismo espíritu de cine para todos los públicos dominó en El Canadiense, el primer autocine andaluz. El local se llamaba así porque su propietario, Antonio Castro, enúgró al país más septentrional de América y de allí se trajo la idea y probablemente el capital para montarlo. El Canadiense estaba situado en el kilómetro ocho de la carretera de Sevilla a Utrera y se anunciaba como el más grande de España. También sucumbió la pasada temporada.
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