La revolución devorada
EL JUICIO contra Otelo Saraiva de Carvalho es una demostración más de la acumulación histórica, según la cual "la revolución devora a sus hijos", aunque en este caso se trate más bien de uno de sus padres. Se diría que la revolución se ha devorado a sí misma en Portugal. De todas formas, este reconocimiento de la revolución perdida es un poco vergonzante porque el juicio se ha aplazado hasta octubre y hay sospechas de que pueda disolverse con el tiempo y las amnistías.En cualquier caso, el teniente coronel que lanzó a la calle a los marinos con el clavel en la punta del fusil, como en los tiempos del octubre ruso o en los más moderados de los hippies, se ha tenido que sentar en el banquillo y mantiene su condición de prisionero junto a otros 73 que alzaban el puño izquierdo en la jaula de cristal de la sala de la vista. Las razones jurídicas para la suspensión del proceso (se alega que uno de los testigos de cargo, un arrepentido que había denunciado a sus compañeros, no puede comparecer por haber sido ametrallado días antes del señalamiento) pueden también indicar un intento de escamotear el juicio que, aún apoyado en bases firmes legales, recordará a muchos las ilusiones perdidas, las esperanzas que naufragaron en lo imposible.
El tránsito de Portugal por los últimos años, desde una revolución cuyo lanzamiento era bastante equívoco -baste recordar la figura de Spínola, que también fue devorado en su momento y por las razones contrarias- hasta la pequeña catástrofe institucional de estos mismos días, con la doble incógnita abierta en el Gobierno y en la presidencia de la República, no ha sido nada estimulante, si puede decirse así. No cabe duda alguna de que el mayor triunfo de la democracia -o quizá el único- en el país vecino, es la democracia misma, lo que desde luego ya resulta mucho. Pero quedan zonas de miseria en la población y una estrechez en las capas medias, que a muchos les lleva a ensoñar todavía el proyecto revolucionario. Sólo un esfuerzo modernizador ingente puede a corto plazo devolver la esperanza a estas capas de la población, desencantada ante la incapacidad de la clase política para garantizar la estabilidad necesaria.
No cabe ya casi ninguna duda de que Otelo -al que algunos creen un personaje irracionalmente mitificado si se tienen en cuenta sus capacidades reales y su liderazgo auténtico- intentaba una revolución dentro de la revolución. La acción desesperada de los últimos tiempos en su huida hacia delante, le enfrenta ahora a un proceso por terrorismo y conspiración contra la democracia. Es un espectáculo inevitablemente incómodo para cuantos vivieron los efervescentes días de abril hace once años, imposibles quizá sin la participación activa del propio Otelo, al que en buena medida le deben los gobernantes lusos de hoy el haber vuelto del exilio o el haber salido de la cárcel. En la prisión de Caxias, escenario otrora de las atroces torturas de la policía política salazarista, Otelo aguardará todavía unos meses la celebración del juicio. Toda una imagen para la meditación sobre la Historia.
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