Las risas congeladas de Jack Lemmon

El enunciado del argumento de Días de vino y rosas provoca, sin quererlo, cierto cansancio. El tema del alcoholismo hace pensar en un drama desgarrado con aliños sociológicos y un discursito final cautelar, porque una cosa es mostrar el pecado y otra, muy distinta, aceptarlo.Blake Edwards, el director de este filme que regresa hoy noche a la pequeña pantalla, tiene el detalle considerado de ahorrarnos sermones demasiado largos sobre la cuestión.
Esta elección de registro es uno de los aciertos más reseñables de la cinta. Y al mérito del cineasta hay que añadirle, quizá sea consustancial con él, la presencia de Jack Lemmon. Identificado con la comedia ácida pero sonriente, su drama queda siempre matizado por la esperanza del espectador, una esperanza que se diluye, de ver saltar la chispa cómica. Hay, desde luego, efectos cómicos, pero son instantes, no son climas.
Maleficio
Si algo advierte al espectador de que hay que tomar en serio la tragedia del ejecutivo Lemmon y su esposa (Lee Remick) es ver un Jack Lemmon que no está para bromas. El alcohol, combinado con la pluma, ha tenido manifiestos sublimes de santos bebedores. Pero el alcohol, combinado con la prosaica peripecia de un oficinista, da un resultado mucho más triste. Días sin huella, de Billy Wilder recalcó los acentos lúgubres; Días de vino y rosas primó la veracidad cotidiana, una crónica a la que no hace falta cargar las tintas, incluso caben en el relato los momentos festivos de la euforia etílica, para, a la postre, moralizar sobre el tema.Blake Edwards presenta a la compañera de Jack Lemmon no como un perpetuo testigo terapéutico del drama del cónyuge sino que aquella, solidaria, se contagia del maleficio y hay un inesperado traspaso en el protagonismo del drama. El blanco y negro del filme no supone una ausencia de color sino una metáfora añadida a los tonos espirituales de la historia.
'Días de vino y rosas' se emite esta noche, a las 21.35 horas, por TVE-1.
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