Monumentos tapiados
LA GRAN ola de cultura popular al aire libre que está arrancando, como todos los veranos, en España, tiende a anegar grandes monumentos y conjuntos urbanos. Quizá por el deseo de incorporar el viejo prestigio de unas piedras, o como homenaje al tótem de barrio o aldea, las municipalidades tienden a celebrar sus espectáculos y festejos en estos espacios ya ocupados por algo que, precisamente, los turistas desean ver y encuentran incluido con elogio en las guías; se topan con vallados o tinglados que, instalados muchas veces con material de chapuza, hacen invisible una estética que ha costado siglos depurar y urbanizar. Es el destino de plazas mayores, castillos, palacios, edificios o jardines que son por sí mismos una manifestación de cultura, y que tienden a degradarse por la mezcla de otra que no tiene nada que ver.Algún ejemplo dan las ciudades históricas europeas como Venecía, Florencia, París, Bruselas o Roma, que cuando instalan tinglados para espectáculos de verano en sus lugares turísticos, aparte de una cuidadísima selección de la calidad de esos espectáculos, procuran que la grada y el tablado no estorben la belleza del lugar. También hay que tener en cuenta que son con frecuencia espectáculos gratuitos; esto no sucede en España generalmente, lo cual exige un vallado hermético, y de la suficiente altura para que no pueda ser visto desde lo que en el castellano perdido se llamaba "el tendido de los sastres".
Lo peor de esto es que no es necesario. Se pueden disociar tranquilamente los dos atractivos. Puede dejarse en paz la belleza del lugar turístico, o incluso convertirlo a él mismo en fiesta propia, como se hizo en Francia con los espectáculos de Son et lumière. Y pueden instalarse los tinglados del rock, de la farsa, del baile popular, la feria o el festejo, en lugares donde no se destruya algo preexistente.
No está de más que ayuntamientos o comunidades vayan pensando también, para campañas posteriores, en la gratuidad de los espectáculos populares. No parece que ahora las entradas se cobren por afán de beneficio, que no lo hay, o de paliar los gastos, sino con lo que se llama criterio de selección; es decir, con la idea de que un público de pago -aunque los precios sean muy baratos- tiene un comportamiento mejor, un mayor respeto a lo que generosamente se suele llamar cultura, o por lo menos al dinero que ha invertido. Es un criterio poco generoso y nada exacto, y suele suceder que a las puertas del paraíso clausurado haya algunos grupos que se quejan, y que suelen ser perseguidos por alguaciles y municipales, con lo que la gritería aumenta.
Toda esta precipitación de acontecimientos festivos en el verano y su calificación de populares ha ido en crecimiento durante los últimos años, y es enormemente estimable. Precisamente su abundancia requiere que las experiencias adquiridas sirvan para mejorar.
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