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La conversión de Narciso

Fernando Savater

Ser católico ya es capricho a estas alturas. Ser católico a la hispánica, vaya morbo. Pero ser católico hispano y que le toque a uno todo un Wojtyla como Papa, qué admirable ocasión para el santo desmelene y la zapatiesta inquisitorial". Así más o menos piensa Peonía, mientras en compañía de Narciso y Jacinto trata de abrirse paso entre beatos asilvestrados hasta las taquillas del cine madrileño donde se proyecta la última película de Godard. Una jovencita de melena corta y falda-pantalón, que lleva enrollado al puño un rosario como si fuese unas nudilleras de kung-fú, declama enfáticamente su amor por la virgen, la virginidad y la milagrosa partenogénesis: cierto trémolo agudo en su plegarla revela, empero, la exigencia frustrada de una proximidad menos incorpórea. Una señora vestida de violeta se ha crucificado espontáneamente de rodillas cara a un cartel que anuncia la película impía, mientras otra -de purísima y oro- trata infructuosamente de levitar en la esquina de Princesa con plaza de España; a esta última cabe reputarla asidua de las matinées milagrosas de El Escorial. No faltan algunos rostros patibularios cuya futura canonización parece improbable: si los pacíficos son bienaventurados porque un día poseerán la tierra, no hay desheredados más ciertos que Blas Piñar y Sánchez Covisa, presentes en la vociferante grey no se sabe si como ovejas reinas o como mastines mengelíticos. Narciso ampara con el brazo sobre los hombros a Peonía, que ciertamente no parece más medrosa que él mismo, mientras Jacinto -mascullando intrépidas blasfemias- se inclina hacia la taquillera:-¡Malditos farsantes! ¡Obtusos idólatras!

-¿Cómo dice?

-No es a usted, señorita. Deme tres, por favor. Y que sean centraditas...

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-Son sin numerar.

-Mejor. Aquí estamos por el libre albedrío y la utilización sin coacciones burocráticas del cuerpo. ¿Sabéis lo que más me fastidia de todo esto?

Narciso se ha quedado mirando embobado a un mozo de corte de pelo militar que canta en posición de firmes una melopea en la que "María" rima con "Cova de Iría", pero al escuchar la pregunta de su amigo y frecuente mentor se apresura a negar atentamente con la cabeza.

-Lo peor es que la peliculita ésta debe ser una puñetera lata, como casi todo lo que nos ha venido de papá Godard.

Peonía le recuerda de inmediato A bout de souffle y Jacinto, que apreció en su día la nuca rapada a lo chico de Jean Seberg como ningún otro prestigio de las hembras engañadoras, gruñe que sólo ha dicho "casi".

-¿Oís eso? -apunta Narciso en busca de un asidero conciliador con la jauría sacropática-. Ahora piden a Dios que nos perdone por nuestro descarrío.

-Malísima señal -refuta Jacinto, apoyado esta vez sin ambajes por Peonía-. Los católicos nunca son más de temer que cuando te recomiendan a la improbable misericordia de su divinidad. Anda y que te perdonen, parecen decir; y mientras te remiten sin miramientos a comparecer ante el excelso tribunal. En cuanto les oigas rogar por tu perdón, piensa que estás escuchando tu réquiem.

En la taquilla ha surgido un incidente bélico. Cuatro facinerosos con ínfulas de idoneidad al Reino de los Cielos fingen comprar sus localidades pagando morosamente peseta a peseta, en una operación de filibusterismo obstruccionista. Un joven que espera turno tras ellos se encorajina y las cosas parece que van a pasar a mayores. Revuelo de empujones, caras encendidas. Interviene una monja, con perdón, cubriendo con su cuerpo al amenazado muchacho como si quisiera llevárselo para ella sola a la clausura. "¡No lo peguéis, rezad por él!". Nueva madre Ràfols, sans aucune doute elle raffole de lui. Una pareja de guardias se acerca perezosamente: "Vamos a ver, señores, qué va a ser esto".

Peonía se encrespa ante lo que le parece escaso celo policial:

-¡Hagan ustedes algo! Esta gentuza nos está provocando. ¡Qué vergüenza! Si fuesen obreros de Astano, ya veríamos cómo les trataban...

-Bueno, mujer, supongo que hay que respetar todas las ideas, porque si no vamos a resultar igual que ellos.

El pobre Narciso, que no recuerda haber ido nunca. al cine entre tales manifestaciones de odium theologicum, intenta de nuevo la conciliación equilibrista.

-En eso te equivocas, amigo mío -le amonesta Jacinto- En primer lugar, no somos igual que ellos, porque a ninguno se nos hubiera ocurrido jamás ir a la puerta de un cine donde proyectaran un bodrio clericaloide para molestar a los concurrentes. En cualquier parroquia de Madrid, los sermones dominicales ultrajan semana tras semana las ideas de los no creyentes y aún están por ver los primeros piquetes de ateos a las puertas de esas iglesias. Pero es que, además, ¿por qué hay que respetar las ideas como si de personas se tratase? Que las personas vayan a donde quieran y se reúnan para venerar a lo que les parezca. Muy bien. Pero si de ideas se trata, las hay nocivas, y la forma más humana y respetuosa de afrontarlas es combatirlas ideológicamente. Sólo los cretinos o los camorristas, cuando arremetes contra uno de sus dogmas, dicen muy serios: "Me está usted insultando" o "Está usted insultando al pueblo vasco, o a nuestra Madre Celestial o al Santo Prepucio". ¡Vaya una religión, qué cree en dioses que pueden ser ofendidos por diatribas verbales o filmadas!

-¡La culpa la tiene la enseñanza religiosa y su negocio comecocos! -terció calurosamente Peonía.

-Para saber lo que es la enseñanza religiosa católica, debes leer El origen, de Thomas Bernhard. Allí si que.. .

-No me hace falta, gracias. Me basta con un poquito de memoria.

A diferencia de los otros dos, Narciso no padeció la pedagoía clerical y por tanto no es un adversario tan exaltado de sus misterios rituales. Para decirlo todo, siente cierta curiosidad por tales embelecos y no le molestaría ampliar un poco el área bastante reducida de su información religiosa. Pero no debe deducirse de estas carencias que no sepa a qué santo encomendarse. Nada de eso. Narciso tiene muy claro que su santo o profeta predilecto es Alí Agca. El turco tiene mucho carisma, con su elegante cabeza depravada y mística, su voz profunda y sus secretos hábitos de criminal incomprensible. Con peores mimbres se han tejido sectas estupendas. Narciso vio por televisión el sublime momento en que Alí Agca, ante su Herodes particular, habló con la voz de Wojtyla para proclamarse Jesucrito. Genial idea, que no es sólo boutade o delirio. En efecto, ¿quién puede realmente tener interés en cargarse al Papa sino Jesucristo? Las imágenes le despertaron la fibra sacrificial y se sintió como al borde de una conversión. Convertirse, sí, pero a qué o en qué, no sabría decirlo. Sintió la respiración corta, un calor desconocido en las sienes y los ojos se le nublaron un poco con insólita humedad. El telediario continuó su andadura, quizá recordando con oportunidad a los olvidadizos pasadas tropelías de quienes hoy se proponen como providenciales salvadores derechistas del país. Narciso quedó a la espera de algún otro mensaje, pero minutos después ya había mejorado bastante y se fue a una verbena de Las Vistillas. Durante varios días tuvo la paciencia de leer las noticias sobre el juicio de su profeta, hasta que la zarabanda de búlgaros, mafiosos, cardenales y servicios secretos le fastidiaron del todo. La emoción mágica no volvió a repetirse, quizá porque no tuvo ocasión de volver a oír aquella voz seudopolaca diciendo solemnemente: "lo sono Jesucristo", ni vio de nuevo en directo ese rostro exótico de fauno, tras el que pueden ocultarse todos los desvaríos, todas las complicidades y todas las revelaciones. Francamente, ese derviche sí que debe tener algo que ver con lo divino, aunque sea con lo divino oscuro, aciago, lo cual en cambio es difícil de creer viendo la cara de don Gabino Díaz-Merchán o de Casaroli.

La película resultó a fin de cuentas como cabía esperar. Simone de Beauvoir definió a Teilhard de Chardin como un "Bergson para sacristanes", y Je vous salue, Marie es el avemaría de Schubert cantado por Jack Lang. Si el Papa no llega a echarle un capote, menudo morrón se pega el insostenible Godard... Jacinto se inclina a la salida por la sociología de la religión:

-Lo que son las cosas. Hace 10 años, a esta película le habrían concedido el premio a los valores humanos en el festival de Valladolid y todos los cineclubes parroquiales habrían hecho horas extraordinarias con ella, hablando de "búsqueda" y del "valor divino de lo humano". Hoy, el Papa la convierte en pretexto de una minicruzada. ¡Qué envidia le tiene el impresentable organista de Cracovia a Jomeini! Este es un pontífice de Irán y no volverán.

A Peonía, en cambio, le ha impresionado más el lado genésico del asunto.

-Yo no sé por qué los curas tienen esa manía a las maternidades artificiales. ¿Acaso no fueron ellos los inventores de la fecundación in virgo?

-En cambio, las feministas confían en ellas para librarse de las servidumbres corporales de sexo y poder convertirse en Hombre de una vez por todas. La carne es el principal enemigo de todos los sacerdocios.

Peonía responde a esta aseveración venenosa de Jacinto que no todas las feministas son tan imbéciles como podría suponerse por las declaraciones de quienes han decidido representarlas oficialmente. Se enzarzan con saña en una interminable controversia, de la que poco puede esperarse salvo un creciente mal humor.

Los piquetes apostólicos están ya de retirada. Con caras gozosas de golfería canonizada por la bula papal, teresianas y comehostias prometen volver mañana. El mañana y el mañana y el mañana empujan a los imbéciles hacia el polvo de la muerte, aunque ellos no lo recuerdan porque Macbeth no entra en sus lecturas recomendadas. Pero a ellos les anima la profunda vulgaridad de encarnar ideales a la vez intolerables y sublimes, agresivos y beatíficos, excelsos y rentables. Es el vértigo de todos los credos eclesiales y de todos los idearios patrióticos: por lo general, unos y otros se complementan demasiado bien, porque están manipulados por gestores de la misma cuerda y hasta intercambiables.

Mientras buscan el taxi, Peonía y Jacinto prosiguen su querella. Como los conoce bien, Narciso está seguro de que la tensión durará ya toda la noche, por lo que conviene abreviar la velada. Sería muy hermoso, piensa, que nadie sintiera jamás un impulso hostil hacia nadie. Que todos admitiéramos, respetáramos, acatásemos, olvidáramos o al menos quitásemos importancia. Que la ferocidad que nos constituye en yo frente a tú, o la aún peor que nos hace ser nosotros frente a los demás, fuese definitivamente extirpada por una cirugía milagrosa. ¿Qué quedaría luego? Un magma, un éxtasis: lo llamaremos paraíso. De hecho, bien mirado, ¡qué poco tenemos, salvo lo que nos separa! Y con lo que nos separa fraguamos nuestros dioses.

Reza sin palabras ni advertencia Narciso una breve plegaria a san Alí Agca, terrorista y mártir, patrón de los maniáticos tremendistas, de la crueldad aromada con incienso, de los horribles pudores que el cuerpo siempre negará, de la notoriedad televisiva que promete una redención traicionera, de los Eróstratos que fallaron su Diana, de los profetas sin mensaje y de los fracasados en general.

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