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Misóginos, cínicos y benevolentes

Josep Plá

A pesar de que la producción de Josep Pla ha dado lugar a 46 volúmenes de muy respetable calidad, los pontífices de las letras catalanas le negaron el pan y la sal. Parece ser que la ideología de derechas y las veleidades con el castellano de este ampurdanés de pura cepa no le granjearon las simpatías de los que se sentían oficiantes de las esencias culturales. Pero Pla, como si quisiera darles en las narices, murió el mismo día que Cervantes y Shakespeare -el 23 de abril-, entrando en la saga de los escritores inmortales marcados por un zodiaco que se proyecta no hacia la vida, sino a la posteridad. Nació el Día Internacional de la Mujer -el 8 de marzo de 1897-, pero en su vida no sólo no institucionalizó al sexo femenino, sino que con frecuencia hizo alarde de misógino impenitente. Las palabras de su contertulio Frígola, que con mal disimulada admiración transcribe en el El cuaderno gris, nos dejan pocas dudas sobre cuál era su punto de mira: "No he conocido a ningún soltero que fuese intrínsecamente estúpido. Maniático, sí. Estúpido, no".A la hora de examinar las cuitas de Pla con las mujeres, imposible es sustraer a la memoria la figura de Pío Baroja. Y no sólo porque su parecido aspecto fisico puede ser a la vez causa y efecto de esa mezcla de escepticismo, humildad, corirniseración y cautela con que afrontaron la vida -que, como dice Pla, a los 40 años cada uno tiene el rostro que se merece-, sino porque bajo la boina, que significativamente los dos utilizaron, albergan ideas prácticamente coincidentes por lo que atañe al encuentro y desencuentro de los sexos. De uno y otro escritor poco entenderíamos a este respecto, si no detectamos que la raíz de su compartida misoginia, que se hunde en el terreno de una ambigua misantropía, tiene sus fundamentos en el pasmo y ternura que les suscita la condición humana. Y todo ello, a su vez, articulado sobre el pareo aprecio que les merece su propia persona.

Los datos para conocer la trastienda de Pla los encontramos en sus memorias de juventud, que cuentan con el valor añadido de haber sido revisadas en la madurez. De tomarlos al pie de la letra, sus introspecciones de El cuaderno gris, sería una timidez de corte nítidamente barojiano el principal obstáculo entre el escritor y las mujeres: "El baile", nos confiesa, "me atrae, me deprime, me deslumbra, me hace sentir la timidez que me domina como un dolor físico". Pla achaca esta cortedad de su carácter a la educación recibida, que "no comportaba ningún elemento de ternura". De haber jugado este componente, nuestro escritor está convencido de que "no habría sido tan tímido, ni tan sarcástico, ni tan soñador". Aunque, a fuer de sincero, tiene que reconocer que al menos parte de su timidez tiene que ver con el desagrado que le produce su propio fisico. "Son unos ojos", comenta de él mismo, "sin educación y sin hipocresía, que me traicionan, según parece, a cada momento ( ... ) Es triste no poder disponer de unas facciones estáticas, fijas y académicas, de una facial impasible ( ... ) Con una cara tan móvil, vale más no moverse de casa; ( ... ) si no podéis disimular las decepciones de las señoritas, vale más retirarse a la Tebaida de la misantropía". Así de concluyente.

Y estas inseguridades de Pla quedan agravadas por un acusado sentido del ridículo que le llevó a desechar los métodos cursis y ñoflos previstos por aquella sociedad posvictoriana para las relaciones entre los sexos. Pero donde queda más patente su rechazo hacia los caminos trillados del juego sexual es cuando se enfrenta con la prostitución: "La noche ( ... ) nos encamina a la casa de las señoritas de la villa ( ... ). Las chicas se apiñan alrededor del brasero prácticamente extinguido, Una tosía; la otra estaba afánica; la tercera tenía una ronquera de matiz alcohólico siniestro. No se puede imaginar una cosa más triste, pobre, fría, desgarrada, macilenta, exangüe, tronada, cruda, cruel, inapetente". La conclusión de Pla ante esta realidad es tajante: "Son las imágenes que estos establecimientos segregan lo que contribuye más directamente a que la gente de este país no pase de la sexualidad más grosera, violenta y espectacular y no llegue nunca a una forma u otra de ternura humana".

Un listón moral alto

Que Pla a los 21 años fuera capaz de relegar su deseo sexual ante lo que resiente como auténtica miseria humana es algo que sitúa su listón moral a una altura nada corriente. Y esta textura humana queda aún más patente cuando observamos en sus memorias un continuo reclamo de ternura para las relaciones humanas y, en particular, para las intersexuales: "Estoy absolutamente seguro de que hubiera sido para mí muy positivo y eficaz ( ... ) tener acceso -al menos acceso coloquial- a alguna señora con unas ciertas posibilidades de ternura". Nada de singular debería tener el reclamo de esta actitud y sentimiento como componentes de la sexualidad humana. En efecto, sólo la presencia de la ternura puede garantizar que estas refriegas atiendan a todas las facetas de nuestra condición, estando, como estamos hechos, de un barro que va más allá de la mera biología. Sin embargo, bien sabemos que la historia ha discurrido por otros derroteros. Han sido intereses tribales, económicos y genésicos los que han antepuesto a los sentimientos un modelo de comportamiento sexual polarizado por su majestad el falo. De ahí el valor de la ternura que añora Pla.

En cualquier caso, la perseverante decisión de domeñar los efluvios sexuales en aras de otros valores que a él se le antojaban superiores no le facilitó a Pla su aproximación a las mujeres. Y no porque no sintiera por los caminos más ortodoxos las efervescencias del deseo, sino porque su orden de valores le impuso unas determinadas jerarquías claramente expresadas en su diario. Nuestro ampurdanés jamás se refiere a los encuentros sexuales sin anteponer alguna contraindicación. Por un lado está su recurrente asociación del sexo con la pérdida de tiempo, que le lleva a lamentar las horas pasadas en la juventud "pensando en la fornicación". Aunque se consuela pensando que "quizá aún hubieran estado más perdidas si las hubiera pásado fornicando con señoritas concretas". Curiosa apreciación esta en quien no duda en afirmar que "el tedio, cristianamente aceptado, es inefable". Por otro lado, Pla se muestra reiteradamente convencido de que el sexo dista mucho de propiciar los goces más codiciables: "El hombre dominado por el sexo es ( ... ) un cretino acabado ( ... ). Creo que la parsimonia sexual tiene razones flsicas concretas, incuestionables. Son las mismas causas que explican la frugalidad, la higiene, la ponderación y el buen vivir. Todo esto tiene por origen la comodidad".

Para las que empezábamos a inquietarnos ante la coherencia e incluso la nobleza de las razones aducidas por Pla para justificar su distanciamiento de las mujeres, no deja de ser un alivio constatar cómo la comodidad pasa a ser un factor decisivo de su misoginia. Y no porque no aparezca como loable el intento de vivir de acuerdo a las propias preferencias -en tanto no colisionen con las del vecindario-, sino porque quizá es en este- punto donde Pla fue a por lana y salió trasquilado.

Leyendo con atención El cuaderno gris, podemos encontrar alguna pista para conocer el origen de tan desconfiada cautela ante las mujeres. El dato quizá más contundente, como mandan las normas, se desprende del enjuiciamiento que de modo inmiscricorde le merece su madre, indefectiblemente asociada en su recuerdo con la manía de la limpieza, la limpieza con el frío y el frío con la más intolerable de las incomodidades. "Mi madre", nos dice, "es una señora muy limpia, dominada por la obsesión de mantener la casa en un orden helado". Y en esta obsesión materna sitúa Pla el principio de todas las incomodidades sufridas en la casa pairal. La plasticidad del lenguaje de nuestro escritor se emplea a fondo para transmitirnos esas vivencias: "Las habitaciones ( ... ) embaldosadas de mosaico, hacen el efecto de tener una barra de hielo en la suela de los zapatos ( ... ). Sólo se está bien en la cama -a condición de no sacar los brazos y de no tener ninguna veleidad de leer. La impresionante manía de mi madre de hacer sábado prácticamente cada día, de fregar el suelo, aumenta la fríaldad hasta un grado insoportable".

Manías

Esta fijación de Pla en el frío y su indefectible asociación con las manías de limpieza de la madre constituyen referentes permanentes en sus apreciaciones sobre las mujeres. Así, comentando la visita a un amigo, anota: "Casa muy limpia, pero glacial. La señora parece muy trabajadora, enérgica, incansable". Y ese fatídico trinomio mujer-limpieza-frío, unido a su convencimiento de quellas más rentables gratificaciones se extraen de las realidades cotidianas, inmediatas y sencillas, nos pueden llevar a pensar que Pla veía en la mujer una amenaza para "hacer concesiones a las cosas que hacen agradable la vida". Entre los muchos ejemplos que se podrían poner para saber cuáles eran, en juicio de este escritor, estas cosas agradables, valga el párrafo en el que describe cómo han entendido este asunto los daneses: "Viven muy bien, pero sin aparatosidad, ( ... ) aspiran, por encima de todo, a estar muy calientes en invierno. Después, a tener un buen sillón. ( ... ) La moda en los muebles no les vuelve locos; lo que quieren es la utilidad, la utilidad sistemática ( ... ), aspiran a tener una buena luz, un vaso de bebida excelente y un buen libro ameno y agradable".

No tendrá que ser Pla el que nos explique a las feministas los desequilibrios mentales que se pueden derivar de una vida -como la del ama de casa convencional- dedicada sólo y exclusivamente a la limpieza y cuidado de la casa. El histerismo y la hiperactividad que nuestro querido misógino resiente del comportamiento de su madre ha sido denuncia fundamental de este movimiento. Lo que sí que habría que explicarle a él es la trampa en que se metió al rechazar contumazmente a las mujeres, oficiantas obligadas en la sociedad patriarcal que vivió, de esas comodidades que él ponía por encima de cual quier otro bien. Y aquí es donde retomamos lo de ir por lana y salir trasquilado. Porque Pla, pese a las innumerables muestras de previsión de que hizo gala, nunca llegó a racionalizar esta situación de dependencia, presumiblemente responsable de parte de su desazón ante las mujeres.

Cuando, coherentemente con ese plan de vida que se fijó, se declara apasionado partidario de "la cultura de la picada y el sofrito", situándose como pionero de nuestros intelectuales enfervorecidos por las delicias de la buena mesa, nos mostrará nítidamente la ambigüedad con que enfrenta el tema de los sexos. "Los ampurdaneses", nos dice, "somos un poco insustanciales, pere los sofritos de aquí no tienen rival, son, sin discusión, los mejores del país. En cuanto esta respetable realidad, el indigenado tiene un punto casi infalible".

Y para quien piense que estas conclusiones estan traídas por los pelos, al menos tendrá que admitir que Pla ni estaba dispuesto a hacer el sofrito ni pensaba renunciar a él. Pero los más reticentes escuchen el lamento que, ya viejo y decrépito, nuestro escritor anota en las páginas de El viatge s'acaba: "La meva vida és horrible -sense el menor servei. No sé pas com acabará tot aixó. Vaig molt malament. ( ... ) Penso en la mamá. Aquesta casa, qui l'ha vista í la veu! No sé qué fer i el drama es que, en tot això, no hi tinc res a fer". ["Mi vida es horrible -sin ninguna utilidad. No sé cómo acabará todo esto. Estoy muy mal. ( ... ) Pienso en la mamá. Esta casa, ¡quién la ha visto y quién la ve¡ No sé qué hacer y el drama es que, en todo esto, no tengo nada que hacer"].

A buen entendedor...

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