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Las "cumbres' tienen su mecánica interna

Andrés Ortega

A. O., Los Consejos Europeos de jefes de Estado y de Gobierno, las llamadas cumbres de Europa, tienen una mística propia que, en parte, viene apoyada por su forma de trabajar. Los únicos que saben lo que ocurre realmente son ellos.

En la sala de reuniones, normalmente sólo entran los mandatarios máximos, acompañados de sus ministros de Asuntos Exteriores. No se trata sólo de un método de trabajo, es que, a menudo, en la sala no hay sitio para más personas. Fuera, aunque reuniéndose en sesiones paralelas, quedan los secretarios de Estado, los representantes permanentes y los técnicos que preparan los documentos de las discusiones. Si un asesor entra en la sala de los grandes, requerido por su superior, los mandatarios suelen interrumpir su discusión y callarse hasta que el intruso vuelve a salir.

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A menudo, las decisiones de estas cumbres se dilucidan en los debates -tras la tradicional cena del primer día- alrededor de la chimenea -expresión que ya ha entrado en el lenguaje comunitario-, en discusiones confidenciales, en que los jefes de Estado y de Gobierno están solos. Los ministros cenan por separado, aunque se suelen luego reunir con sus superiores para la segunda parte de la chimenea.

La de Milán, los próximos días 28 y 29, será la primera cumbre para España, cuya delegación estará compuesta por entre 15 y 20 personas, entre ellas el presidente del Gobierno, Felipe González; el ministro de Asuntos Exteriores, Fernando Morán; el secretario de Estado, Manuel Marín, y el embajador ante la CEE, Gabriel Ferrán.

El sistema de información es muy distinto del de los Consejos de Ministros de la CEE, pues los que informan -los portavocesen las cumbres (salvo en las conferencias de prensa finales) no han escuchado directamente los debates en la sala.

El portavoz es informado por el jefe de Gobierno o de Estado, por el ministro de Asuntos Exteriores o por tercera persona interpuesta. Y así -como ocurrió en la cumbre de Atenas de diciembre de 1983- la querella entre Frangois Mitterrand y Margaret Thatcher se inició a través de los portavoces antes de que empezara en la sala.

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