Agca afirma que la Embajada de la URSS en Sofía ordenó el asesinato del Papa
Alí Agca ha pasado de ser Jesucristo a gran acusador de los servicios soviéticos, sobre quienes cargó ayer la responsabilidad de la decisión de asesinar a Juan Pablo II "la orden de matar al Papa partió de la Embajada soviética en Sofía", manifestó ayer el terrorista turco. Agca volvió a demostrar que, en este famoso proceso de la supuesta pista búlgara, el gran protagonista es él y sólo él, aunque en realidad únicamente comparece como acusado menor y como testigo acusador de búlgaros y turcos.
Si el viernes pasado el proceso se había interrumpido con un Alí Agca dudoso, amedrentado por lo que él llamó "las amenazas a muerte de los servicios búlgaros y soviéticos", no sabiendo si responder o no a las preguntas concretas del presidente del tribunal, Severino Santiapichi, ayer, después de tres días de pausa y de reflexión, resucitó un Alí Agca nuevo, seguro, arrogante. "He decidido continuar", empezó diciendo con aplomo.Y en seguida, con la teatralidad que le distingue, empleando el tono de los momentos solemnes, afirmó en italiano, pronunciando cada palabra con énfasis: "La orden de matar al Papa partió de la Embajada soviética en Sofía". El presidente levantó la cabeza de golpe, como si le hubiesen dado un garrotazo. Hubo un silencio sepulcral. Se trataba de una confesión completamente nueva, que no figuraba en las 1.500 páginas del sumario judicial instruido por el juez Ilario Martella.
Alí continuó: "Nosotros, los Lobos Grises, actuamos con la complicidad determinante de tres funcionarios búlgaros de Roma: Ayvazov, Antonov y Vassiloev. Por el atentado, la Embajada soviética pagó tres millones de marcos (unos 171 millones de pesetas). En Sofía me reuní, en julio de 1980, con Ayvazov, con Celenk y con Celebi, en la habitación 911 del hotel Vitosha, que estaba registrada a nombre de Omar Mersan". Y concluyó diciendo: "Esto es sólo un breve resumen. Ahora estoy dispuesto a contestar a todas las preguntas del tribunal".
En su jaula, Ivanov Antonov, el único de los tres acusados búlgaros que asiste al proceso, se quedó como una estatua, sin hacer un gesto. Se encontraban en la sala la hermana y la hija, de 14 años, del funcionario búlgaro, que no se pierden una audiencia.
La primera persona que, según Agca, le habló de la posibilidad de asesinar al Papa fue el jefe de la mafia turca, Abuzer Ugurlu, quien le preguntó, en nombre de Bechir Celenk, el contrabandista turco de drogas y armas que actualmente vive en Sofía, si persistía en sus intenciones de "llevar a cabo un acto de desestabilización en Europa occidental".
Alí Agca explicó que más tarde, en Sofía, cuando se encontró con Celenk, éste le dijo que la orden de asesinar al Papa había salido de la Embajada soviética en la capital búlgara. En el hotel Vitosha, Celenk le presentó al primer secretario de dicha Embajada, quien dijo llamarse Milenko, y al que describió como "persona alta, de 1,80 metros, cuerpo robusto, de 40 a 45 años de edad, pelo casi rubio, aspecto deportivo, rostro más bien ancho y con gafas". En aquella habitación 911, añadió Agca, "se habló también de otra serie de atentados que se debían realizar en Bélgica y Alemania contra instalaciones civiles y militares de la OTAN". Para confirmar sus afirmaciones, el terrorista turco dijo al tribunal: "Enséñenme las fotografías de todos los miembros de la Embajada soviética de Sofía de aquellos momentos y le reconoceré en seguida".
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