Los objetos desechados, material de trabajo para un grupo de ex toxicómanos de Vallecas
Una moderna nave industrial situada en el número 180 de la calle Cabo Tarifa, en el corazón del barrio del Pozo del Tío Raimundo, sirve de taller, almacén y tienda de un grupo compuesto por ocho personas que se dedican a recoger muebles y aparatos usados para venderlos una vez han sido restaurados o reparados.El nombre que figura en el rótulo situado en la entrada los define como los traperos de Emaús, en honor a la* organización del mismo nombre que funciona en Pampiona y que ha sido la inspiradora de la idea, pero debajo de la definición colectiva se ocultan diversas historias personales unidas por varios nexos comunes: la dependencia de la droga, el delito y la falta de trabajo.
Todos los días llegan a la puerta de la nave dos camiones cargados de muebles viejos, trapos, chatarra y algunos electrodomésticos estropeados. Después de descargarlos y seleccionar lo que puede ser reparado, los objetos se distribuyen por los improvisados talleres de ebanistería y electricidad para tratar de ponerlos a punto para la venta. Aunque disponen de un Camión propio para atender los avisos que reciben por teléfono, la mayoría de los objetos proceden del servicio de recogida del Ayuntamiento de Madrid que, desde principios de año, en lugar de tirarlos a un vertedero, los ceden al grupo para que los aprovechen como puedan.
Tener una ocupación
"No se puede aprovechar más del 10%. de todo lo que recibimos", dice uno de los integran tes del grupo, "y las ventas no dan para cubrir los gastos que tenemos, pero por lo menos no estamos en la calle todo el día y tenemos una ocupación". Todos coinciden en manifestar que el objetivo de su trabajo no es ganar dinero, sino organizar algo, todavía no muy claro, que pueda ayudar en el futuro a otros jóvenes que tengan problemas similares a los suyos.Una vez reparados, los muebles y electrodomésticos se exponen en otra nave que sirve de exposición para la venta, mientras la chatarra, el papel y los trapos se venden directamente en establecimientos dedicados a la compra de este material. Hasta ahora los clientes son mínimos, principalmente gitanos acostumbrados a regatear, pero la venta da para ir tirando y para pagar las 700 pesetas diarias que recibe cada uno de los ocho miembros del grupo.
Juan, de 23 años de edad, ha pasado dos años y medio de su vida en la cárcel y está pendiente de un juicio en el que el fiscal pide tres años de prisión. El trabajo en los traperos le sirve para no estar vagando por la calle y tener el sustento asegurado. "Todos", dice, "hemos robado porque hay que vivir, ahora lo único que hacemos es abrir camino para que sirva de salida en el futuro a otras personas que se encuentren en nuestra situación".
Pedro, que tiene 22 años y prefiere no utilizar su verdadero nombre, fue uno de los fundadores del grupo. Como la mayoría de sus compañeros, se inyectaba heroína desde los 15 años, y no niega haber llegado a robar para conseguir dinero para la droga. Cuando le propusieron la idea de formar este grupo prefirió abandonar el trabajo fijo que tenía y dedicarse a ser trapero durante una temporada "para poder ayudar a los chavales del barrio que no saben cómo salir del agujero".
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