Moción
Cincuenta millones de pesetas por 40 seres humanos es muy poco dinero, señora Thatcher, aunque sean italianos, es decir, gente del sur, aun en la evidencia de que todo sur es siempre el norte de sures profundos. Pero no, no hay que dar gracias a Dios por no ser británico. Lo que hay que hacer es pedirle explicaciones por obligarnos a pertenecer a una especie gratuita ,y estúpidamente cruel, que cuando no tiene bastante con la estupidez congénita se la aumenta con toda clase de tacones postizos.Y cumplido el desahogo lírico, paso a la propuesta de que se condene a cadena perpetua a todo el comité rector de la UEFA, esa pandilla de miserables que obligó a jugar un partido de fútbol sobre un césped artificial de vísceras y últimos suspiros humanos. E igualmente propongo que se le conceda el Nobel de poesía concreta a ese árbitro convertido en dios castigador de la afición más necia de este mundo mediante el penalti más inexistente de la historia del penalti. Ese penalti fue un acto testimonial anterior al decreto ley de la muerte del hombre y merece pasar a cualquier museo de la dignidad. Igualmente propongo que se le someta a Platini a un proceso de desalienación, a la vista de q9e es incapaz de distanciar el sentido testimonial de los penaltis, cuando lo tienen, y se los toma como derecho y deber profesional y aún le quedan tontas fuerzas para dar la vuelta al ruedo en petición de una supuesta oreja, cuyo origen no quiero ni considerar.
Menos el árbitro, todo lo demás, acongojante. Desde aquella noche tengo miedo, es decir, más miedo, y ya no se trata de un miedo en concreto, sino de un miedo abstracto y a la vez viscoso, que descansa en la duda radical del sentido de la convivencia y en la sospecha de si el hombre verdaderamente será siempre un guardián de Auschwitz para el otro hombre. Sí, ya sé que en el polo opuesto está la madre Teresa de Calcuta, Jesucristo Superstar y el padre Damián. Pero para llegar hasta ellos hay que pasar por un frenopático lleno de dirigentes de la UEFA, de policías belgas, de futbolistas ciegos ante lo que no querían ver y de millones de espectadores neutrales que lamentaron el tradicional escaso espíritu bélico de los italianos.
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