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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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España y el Tratado de No Proliferación Nuclear

Recientemente, el presidente del Gobierno español y alguno de sus portavoces oficiosos han arremetido con verdadera ira contra el Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP), como si la adhesión a éste fuera una humillación para un país soberano y dueño de sus destinos. La historia es diferente. Todo empezó cuando, en 1954, el entonces presidente de EE UU, Eisenhower, lanzó su furioso programa Átomos para la Paz. Esencialmente significaba "centrales nucleares para la producción de electricidad". También implicaba el empleo de pequeñas explosiones atómicas para obras públicas, pero éstas han sido escasísirnas y de resultados controvertidos. Por el contrario, la construcción de centrales nucleares ha sido ininterrumpida desde entonces, contabilizándose hoy cerca de medio millar, repartidas, prácticamente, por todo el mundo.Originalmente se hizo hincapié en que las nuevas tecnologías producirian energía barata y, sobre todo, inagotable. Ya para entonces se especulaba con el agotamiento, a plazo medio, de las tradicionales fuentes de energía: minas de carbón o pozos de petróleo. Y con la imposibilidad de aumentar indefinidamente los salto hidráulicos.

Los resultados, no obstante, no han correspondido a las esperanzas depositadas. La energía producida por las centrales nucleares no ha resultado tan barata. Las inversiones han sido cuantiosas y los costos de amortización han repercutido sobre la producción. Se ha creado una dependencia económica y tecnológica respecto al país suministrador de la central y el combustible (casi siempre EE UU). Y ha aparecido un problema totalmente nuevo y de dramáticas consecuencias: los residuos nucleares.

La central nuclear

Esencialmente, una central nuclear, de las de la primera generación, (o sea, la mayoría de las existentes), es un reactor en el que se produce la fisión controlada del combustible nuclear (uranio, plutonio e isótopos), con desprendimiento de gran cantidad de calor. Éste es empleado en calentar agua a altas temperaturas, y el vapor resultante acciona una o varias turbinas, unidas a los correspondientes generadores de electricidad. Las barras de combustible nuclear han de ser sustituidas periódicamente por otras nuevas. Y las consumidas se convierten en un peligro. Porque, aunque ya no sirven para combustible, continúan conteniendo una cantidad considerable de materiales radiactivos.

Una parte de estos residuos puede ser reciclada en plantas especiales que sólo pocos países poseen. España ha de remitirlos a instalaciones francesas (La Hague, Marcouse) o británicas (Windscále). Pero en su mayoría los residuos nucleares son remitidos a cementeriás como el de Hornachuelos, a pocos kilómetros de Córdoba. Algunos países europeos optaron por sumergir los bidones en el Atlántico, cerca de las costas gallegas, desencadenando la campaña de los grupos ecologistas por todos recordada. La posibilidad de que una fuga radiactiva, en uno de los cementerios, o en el mar, ocasione una catástrofe es algo que no puede desecharse. Pero no es el único peligro.

Una central nuclear. puede originar de ocho a 10 toneladas de residuos al año. Éstos contienen de 50 a 60 kilos de plutonio (Pu.239). Y son suficientes 10 kilos de Pu.239 para fabricar una bomba atómica de 20 kilotones, como la que asoló Nagasaki en 1945. -Incluso el nivel de conocimientos científicos e instalaciones industriales necesarios para extraer el Pu.239 del resto de los residuos es relativamente sencillo. El proceso final, la creación de una bomba atómica, tampoco presenta dificultades insuperables: los principios de funcionamiento son suficientemente conocidos. Una bomba atómica rudimentaria puede ser fabficada fácilmente. Más difícil sería convertirla en un arma transportable y fiable. Y aún más diricil crear la fuerza operativa que se serviría de ella: misiles, aviones de gran radio de acción, centros de mando y operaciones, red de información, bases, depósitos, etcétera.

En 1968, una comisión de expertos elaboró.un informe para el secretario de las Naciones Unidas totalmente inquietante: no era tan difícil constituirse en potencia nuclear. Bastaba la firme voluntad de hacerlo y la disponibilidad para gastar 1.700 millones de dólares a lo largo de 10 años. Con ello se obtendrían unas 100 bombas atómicas de plutonio y tres escuadrones de aviación de gran radio de acción (40 o 50 aviones). Esta fuerza atómica popular estaba al alcance, entonces, de países como Alemania Occidental, India, Canadá, Italia, Polonia y Suecia, mencionados en el informe aludido. Otros 20 países, entre ellos España, podían permitirse una fuerza atómica algo más modesta.

Hay aún otra posibilidad aún más desagradable: el terrorismo nuclear. La considerable cantidad de residuos nucleares producida en las centrales actualmente en servicio permitiría, según estimaciones del Instituto de Investigaciones sobre la Paz de Estocolmo (SIPRI), fabricar ¡un centenar de bombas atómicas semanales! sólo en los países no po seedores del arma nuclear. La sus tracción con fines terroristas de tan abundante material no puede, en absoluto, descartarse.

El Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP) ha intentado poner alguna racionalidad a,esta confusión. Esencialmente se pretendió garantizar el libre acceso a la tecnología nuclear para todos los países del mundo, sin que ello supusiese la proliferación de armas atómicas. Los países firmantes se comprometieron solemnemente a no fabricar éstas, aun teniendo a su disposición cantidades ingentes de plutonio y de otros materiales fisibles. Por su parte, los países detentadores de tecnología nuclear adquirieron otros compromisos, como el de no transferirla nunca a quienes no firmaran el tratado. Y en ningún caso a ven der, entregar o simplemente depositar bombas atómicas en países no nucleares. Una Agencia Internacional de la Energía Atómica (IAEA), dependiente de las Naciones Unidas, controlaría todo el proceso de producción de mineral de uranio, su transformación en combustible nuclear y el destino de los residuos de las centrales nucleares.

Meros voluntarismos

Otros puntos del TNP han demostrado ser, más que nada, meros voluntarismos, como el artículo VI, que estipula que los paíscá dotados de armas nucleares entablarían negociaciones sinceras para reducir, y aun eliminar, sus arsenales atómicos. No puede decirse que el TNP haya sido un texto muy feliz. Su propia gestación supuso siete largos años de negociaciones. Fue firmado, finalmente, el 12 de junio de 1968, y entró en vigor el 5 de marzo de 1970. Dos veces ha sido revisado, en 1975 y 1980. Y, en este mismo año de 1985, ha de serio por tercera vez. Y no ha sido firmado por un núcleo significativo de naciones, entre ellas España. Cuando el presidente González (ante las cámaras de TVE) y el se ñor Schwartz (ver EL PAIS de 4-3 1985) tachan al TNP de "hipócrita", andan sobrados de razón. No se han cumplido los compromisos adquiridos por los países nucleares y, en cambio, se ha consagrado la división del mundo en dos castas. quie nes poseen el arma nuclear y quie nes no la poseen. Con todo, los señores González y Schwartz obvian 10 más característico del TNP: que su adhesión es una renuncia expresa a adquirir o desarrollar la bomba atómica. Quienes no han firmado abrigan la intención, más o menos manifiesta, de entrar algún día en el club nuclear: Israel, sociedad muy militarizada y rodeada de enemigos irreconciliables; Suráfrica, similar a la anterior (con el agravante del apartheid, Argentina y Brasil, hasta hace poco regidos por regímenes dictatoriales; India y Pakistán (India es considerada país nuclear des de 1974), etcétera.

En cambio, sí se han adherido Suecia y Suiza, dos países fuertemente industrializados, ricos y rigurosamente neutrales. La posesión del arma atómica reforzaría su neutralidad, y así fue debatido en Suiza durante muchos años. Es más: un referéndum de 1962 rechazó la propuesta del Partido Socialdemócrata de prohibir la adquisición, el tránsito y el almacenamiento de bombas atómicas. Y un segundo referéndum, de 1963, otorgó al Gobierno federal poderes para equipar a las fuerzas armadas con armas nucleares cuando lo considerara preciso. A pesar de que los políticos conservadores y la alta cúpula militar abogaban por ello, el buen sentido de los suizos se impuso finalmente, firmando el TNP, bien que con algún retraso. El caso de Suecia debe enmarcarse más bien en la política de desnuclearización de los países escandinavos, seguida incluso por Dinamarca y Noruega, miembros de la OTAN, pero que no consienten el estacionamiento de armas ni misiles estadounidenses en su territorio.

En 1985, España dispone de abundante material fisible. Las siete centrales nucleares en servicio producen una cantidad anual de 300 kilos de Pu.239., suficiente para una treintena de bombas atómicas del tamaño de la de Hiroshima. La base científica e industrial del país es suficiente para desarrollar una tecnología propia, sin aportaciones faráneas. Y nuestras Fuerzas Armadas están bien dotadas de vectores: aviones Pliantom, F-1 Mirage y los próximos F-18 (FACA). Las limitaciones existentes en 1968 para desarrollar aquella fueza atómica popular de 1.700 millones de dólares han sido totalmente superadas.

Repetidas veces se ha hablado de que los sucesivos Gobiernos posteriores a 1970 han abrigado intencio, nes de armarse nuclearmente. Y otras tantas veces se han publicado desmentidos. El último, por el propio ministro de Defensa, Narcís Sería, ante la Comisión de Defensa del Congreso, el 12 de marzo de 1985. Los pacifistas, no obstante, pueden estar tranquilos: no habrá bomba atómica española. Las denuncias del equipo gobernante contra el TNP tienen otra dimensión. Habituados a malabarismos dialécticos en todos los temas clave relacionados con la defensa y las fuerzas armadas (OTAN, bases extranjeras, adquisiciones masivas de aviones y misiles, exportaciones indiscriminadas de armas al Tercer Mundo, etcétera), se afirman, al menos, en un hecho cierto e indudable: las insuficiencias del TNP.

No hay por qué polemizar. Mejor que se desahoguen.

es comandante de Ingenieros (retirado a petición propia).

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