Cine-realidad, una relación tormentosa
OCTAVI MARTÍ, El cine, por la propia naturaleza de la imagen fotográfica, siempre se ha interesado por reconstruir la realidad. Los hechos más triviales, desde la llegada de una locomotora a una estación, hasta una boda han sido captados o reinventados para una pantalla que vende realidad. No es extraño, pues, que el cine haya buscado en la crónica negra -los relatos criminales, por lo que tienen de expresión del subconsciente, siempre han gozado del favor popular- motivos de inspiración.
Howard Hawks convirtió a Al Capone en Scarface; Richard Brooks tomó prestados de Truman Capote los asesinos de A sangre fría; Claude Chabrol resucitó a Violette Noziere, heroína parricida de los surrealistas; Carlos Saura se anticipó a la realidad con Deprisa, deprisa... Son muy pocos los cineastas que, en pureza, han inventado. La propia TVE, con su serie La huella del crimen -su eslogan publicitario es, nada más y nada menos que "la historia de un país es también la historia de sus crímenes"-, también busca en las crónicas periodísticas una buena fuente de inspiración.
El cine español, por obvias razones censoras que vetaban temas y convertían otros en obligadas hagiografías, no tiene una historia de secuestros judiciales tan rica como el italiano, que ha llegado a la picaresca publicitaria -son los propios productores quienes denuncian sus filmes como escandalosos para, poco tiempo después, estrenarlos en medio de una mayor expectación-, pero el caso de Crimen en familia tampoco carece de precedentes.
En 1934 Ignacio F. Iquino rodó El crimen del expreso de Andalucía y sólo pudo estrenarla, después de graves mutilaciones, en 1936. Según cuenta el director, los cambios en la película obedecieron a los deseos de un recluso homosexual, implicado en los hechos contados en la película, que gozaba de la amistad de un ministro republicano.
Después de la guerra, con la ayuda de un aparato censor tan poderoso como estúpido, las intervenciones judiciales a posteriori se hicieron innecesarias, pero El crucero Baleares -dicen que debido al descontento militar ante la mala calidad de los trucajes- o la versión catalana de El Judas fueron películas retiradas después de su estreno comercial.
Con la democracia, la arbitrariedad deja paso a la norma. El crimen de Cuenca, de Pilar Miró, irritó a la Guardia Civil y tuvo que esperar un tiempo y superar un proceso para convertirse en el mayor éxito de taquilla del cine español. Rocío, hoy en cartel en Madrid, fue secuestrada a instancias de una familia andaluza que se veía retratada de manera poco favorable. La judicatura atendió parcialmente a sus quejas y en la versión que ahora se exhibe faltan los planos considerados ofensivos. Ése es quizás el caso que más se parece a Crimen en familia, aunque la jurisprudencia sobre la materia es escasa.
Si la sentencia contra Crimen en familia es ratificada por el Supremo, se habrá creado un precedente que alejaría el cine español de la realidad, aunque los considerandos sobre el derecho a la intimidad y la distinción entre informar y crear espectáculo han de ser tenidos en cuenta por los medios de comunicación propensos al sensacionalismo. Pero, de momento, la pregunta es: ¿se ha levantado la veda?
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