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Tribuna
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Los oficios

Aviso. En el caso de que usted quiera saludar al presidente de Nicaragua, en la situación de descanso de una cena en un restaurante de Madrid, asegúrese primero del talante de los policías allí de servicio. Dos militantes del Partido Comunista de España pretenden que fueron detenidos cuando intentaban saludar a Daniel Ortega en la circunstancia referida, que uno de ellos recibió un puñetazo en comisaría y que otro oyó cómo un policía le preguntaba el por qué había ido a saludar "...al hijo de puta y cerdo que ha venido de Nicaragua". Cuando los detenidos avisaron de que iban a dar cuenta a la prensa de lo que allí habían recido y oído, afirman que uno de los funcionarios dijo "A mí, como si se entera el rey de España".El puñetazo no consta en acta y no hay grabaciones que prueben el vocabulario, por lo que el señor Barrionuevo está en su derecho de no dar crédito a los detenidos. El señor Barrionuevo pone incluso en duda todo el pasado represivo de la policía española porque no hay pruebas y con un ministro del Interior así tiene toda la razón de este mundo el policía que pasa por encima del mismísimo rey de España. A mí plim, yo duermo en Pikolín. El señor Barrionuevo pasará a la historia de la represión española como un colchón de segundamano, un jergón heredado de la lógica interna de la DGS. Y el señor Barrionuevo no está solo. Tiene a su diestra a personajes como Rodríguez Colorado, dispuestos a salir en la tele con el rostro impenetrable, insinuando lo que las peores policías de los. peores tiempos en los peores países han insinuado siempre: que los detenidos se autolesionan para crear problemas. Lo que hay que hacer para conservar el puesto en unos tiempos de crisis en el mercado de trabajo.

Con jefes políticos como Barrionuevo y Rodríguez Colorado hay que felicitar a la policía española realmente existente por no ser tan arbitraria como podría serlo y que hechos como el de Parla o el del restaurante de la plaza Mayor sean excepciones más o menos acongojantes. Supongo que más allá de las servidumbres del cargo, los dos prebostes en la soledad de su cuarto de baño se miran al espejo y se aceptan tal como son. El sentido de la supervivencia es el último que se pierde.

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