La capital de Europa
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En el interior de la catedral de Estrasburgo, en medio de la fascinación que ejercen sus filigranas góticas, únicas en el conjunto europeo de los templos de color de rosa, hay un instrumento de medición horaria al que llaman el reló astronómico. Es un artilugio complejo con resabios renacentistas y refleja no sólo las jornadas solares cotidianas, sino también los movimientos zodiacos y estelares en general. Lo que más impresiona es quizá la gran esfera que se halla en la base del monumental aparato. Dos figuras femeninas señalan con sus flechas respectivas la indicación exacta del momento que vive el visitante sobre el cuadrante numérico. En el resto de la esfera global hay una inscripción en francés cuyas letras doradas dicen así: "Temps apparent". ¡Qué profunda esa locución de los relojeros del quinientos establecida para información de los fieles! "Tiempo aparente" ¿No es la esencia del tiempo vital del hombre pura apariencia? ¿Qué sabemos del tiempo sino que fluye a través de nuestra vida? ¿No es una apariencia estricta la existencia medida en los años que pasan? Si Einstein se aproximó a la raíz intuitiva del universo fisico, ¿no quebrantó el concepto clásico del tiempo cuando lo hizo extensible y reducible en función de la velocidad del sistema en que se definía?El visitante que decida contemplar el panorama desde la elevada plataforma catedralicia que se quedó sin aguja final por falta de recursos, dejando al templo con una sola torre completa, ha de subir 333 pétreos escalones acaracolados para llegar a la azotea última. La fatiga tiene su premio. Y es mejor subir al atardecer y con aire del Sur que burila los contornos. En la rosa de los vientos hay rumbos para otear lo que se quiera. Los Vosgos; el Balón de Alsacia; la Selva negra; el curso del Rhin; el ancho y extendido caserío del Estrasburgo moderno. Sobre los antepechos del balcón de gres sonrosado se ofrecen catalejos para ver los detalles. Cuentan que el joven Goethe, estudiante de levita y bastón en la universidad, gustaba de subir a esta atalaya con su amigo el astrónomo para observar juntos las casas de la ciudad, los lejanos castillos en la montaña y el despertar vespertino de las estrellas.
En Wilhem Meister hay un diálogo que quizá tuviera lugar en los tejados de la catedral: "Cuando miro a través de tu telescopio soy otro hombre. Veo más de lo que debiera ver. El mundo visto tan de cerca no armoniza con mi ser interior. No quiero perder el acuerdo conmigo mismo". Goethe era el gran apologista de la apariencia. Del tiempo aparente y de la naturaleza como se presenta entre nosotros.
Paul Valéry subió también a esta torre truncada y explicó lo que eran, a su juicio, "las terrazas históricas" de Europa que desde lo alto se divisan, en las que tantas veces habían guerreado los hijos del mismo continente entre sí. El Rin es hoy un cauce activísimo de tráfico y comercio fluviales, y casi nadie se acuerda en sus orillas antaño enfrentadas de que solamente hace 40 años De Gaulle mandó defender a ultranza la disputada ciudad, cuando el mando americano, después de la Ardenas, ordenó evacuarla para hacer más cohe rente la línea del ataque aliado contra el nazismo moribundo. Las fronteras del Rin, consigna del Rey Sol en la política de su monarquía militar, inspirada en parte por la línea materna de Ana de Austria, se ensangrenta ron muchas veces en las guerra de la Convención; en las luchas de Napoleón; en la guerra franco-prusiana y en las dos guerras mundiales de 1914 y 1939. Parecía tener aquel paisaje una fatali dad geográfica que convertía las verdes riberas en murallas fluvia les de sangre y fuego entre los dos grandes pueblos vecinos.
Hoy, esta meditación ante el Rin explica silenciosamente el camino recorrido por los países europeos rivales. Desde 1945 hay paz en la Europa occidental y 40 años de convivencia irreversible. Un sustrato homogéneo sirve de base a las instituciones políticas democráticas. Y, lo que es más importante, se ha creado una intercomunic ación popular que tiende a la similitud de gustos, hábitos, costumbres, afirmaciones deportivas y musicales que admiran a los ídolos comunes del baile y de la canción. Indumentarias y talantes se hallan próximos entre sí. Hay ausencia de rencores raciales o de nacionalismos agresivos. Las culturas creativas son traducibles y comunicables.
En el puente de Kehl, el flujo de los frontaliers es una doble marea humana cotidiana de compradores y trabajadores. Estrasburgo tiene el orgullo de su tradición francesa; la estatuaria retórica de sus mariscales y hasta el recuerdo de la Marsellesa, cancion compuesta para el ejército revolucionario del Rin. Valmy no queda lejos, con el eco
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La capital de Europa
Viene de la página 11 secular de los primeros vivas a la nación recién nacida. Pero un alto porcentaje de la población habla el alsaciano, variante del alemán, y tiene apellidos en su inmensa mayoría de raíz germánica. Nadie piensa seriamente en que esta situación represente un factor de inquietud para el mañana. Porque la ciudad es ahora la capital de Europa.Estrasburgo, en la deliciosa novela póstuma de Rafael Sánchez Mazas, Rosa Krüger, era en los años en que ocurre la narración la "capital ferroviaria" del continente desunido; el corazón de los transportes y de las comunicaciones. Sucedía esto en la época en la que las líneas ferroviarias de una nación no sólo eran redes de estrategia defensiva, sino instrumentos del centralismo del poder. Después de los trágicos años que duró la hecatombe guerrera iniciada en 1939, la hermosa ciudad se fue convirtiendo en la piedra angular de la construcción del continente unificado. La Europa parlamentaria tiene allí su doble sede deliberante. Y Estrasburgo es, con Bruselas, uno de los puntos de apoyo geográfico del inminente relanzamiento, de la dinámica comunitaria.
El europeísmo está vivo y presente en los países de la comunidad como hecho sociológico visible. Pero tiene necesidad de apoyar políticamente las nuevas y difíciles etapas que esperan al proceso con el concurso activo de la opinión pública. ¿Qué Europa es la que se ofrece a las nuevas generaciones? ¿Cuál va a ser el grado de integración y movilidad- que van a disfrutar los estudiantes, los investigadores, los profesionales de toda clase, los que van a manejar las teclas infinitas del progreso tecnológico dentro del conjunto europeo? Estas y otras muchas cuestiones van a ser planteadas con exigencia creciente en los años venideros en los foros europeos y en las mesas deliberantes y decisorias del Occidente de la libertad.
Los electores españoles de aquí a un año elegirán euro-diputados para ocupar 60 escaños en Estrasburgo y defender allí nuestros intereses. Pero también llevarán a la capital parlamentaria de Europa el caudal de nuestros proyectos políticos. Anthony Sampson escribió en Los nuevos europeos que convenía que los británicos entrasen en Europa, en 1972, por lo mismo que se les consideraba singulares y poco europeos en su actitud y temperamento. A España, que hizo memorable el apóstrofe unamuniano del "que inventen ellos" es muy probable que le corresponda el importante papel de componer las desajustadas balanzas del equilibrio político en el gran colectivo de 322 millones de habitantes cuyos representantes deliberan una semana cada mes bajo la cúpula modernista del Palacio de Europa.
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