Las 'dos naciones' de la noche madrileña
Las dos naciones que nombró Disraeli viven apenas confundidas, impermeables y arrojadizas en una noche de verbena madrileña. En la ancha noche, pasablemente oscura, del parque del Oeste, con Ramoncín en el horizonte o algún otro grupo con nombre de caminos, canales y puertos rasgueando notas de trueno eléctrico, dos versiones de Madrid se mezclan, desconociéndose.Una de ellas es intemporal, resistencial, familiar, ubicada en algún peldaño intermedio de la sociedad en desfile de pareja o en generación de tribu. De su paso se desprende que siempre ha estado allí, y por eso mira con aprensión bien contenida un coágulo que se extiende a su alrededor, una mancha de aceite que sobrenada, un espeso olor que adensa la atmósfera. La otra ha ido formándose poco a poco, no compacta, sino a un empellón de islotes, con la seca fraternidad del rechinar de dientes. Quizá se la oye antes que se la ve, y es el suyo un sonido estridente: el del palo sobre el asfalto, el del boté de cerveza lanzado como misil hacia una órbita imposible. Un espeso caldo de desesperación es todo lo que tiene por lenguaje.
Una sociedad compacta y de relaciones bien institucionalizadas fue la que se quebró en los años treinta, como documenta Santos Juliá en un excelente trabajo sobre el Madrid de la fiesta republicana. A esa sociedad que se desarticuló para reconstruirse en las clases que conocemos hoy parece que le está creciendo una prolongación, identificable como la de aquellos que son porque no pueden ser en ninguna otra parte.
Mientras los que viven a esta orilla del camino discuten si Boyer hace o no una política de derechas, si Felipe González no debiera retratarse tan a menudo con el comandante Ortega, si Ronald Reagan cree que MarioSoares es un conserje del palacio de Sáo Bento, esa nueva clase de los que no están en ninguna caravana en la noche de Madrid con una helada ira. ¿Cisnes en el Manzanares? ¿Exhortaciones a la donosura? ¿Porcentajes de quita y pon por una tasa de basuras?
Esa segunda nación, a diferencia de todas las anteriores que la juventud tuvo por geografía, parece perpetuarse a sí misma, caminar no hacia su emplazamiento en el mundo bien clasificado que todos habitamos, sino hacia su petrificación en un regüeldo cutre de las profundidades. En otros continentes, en otras situaciones, los hubo que rompieron aguas en el largo trek del Himalaya; esto es otra cosa: clase o nación apresada sobre el propio terreno, mira a su alrededor con una montaña de asfalto como única cordillera.
Quizá por eso, en la noche de verbena madrileña desgarra con sus misiles el cielo entre un crujir de trueno y retumbar del dientes.
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