Artificial
El cambio de fórmula en la composición y sabor de la Coca-Cola, al cabo de un siglo de recia tradición química, no ha levantado las oleadas de indignación que yo esperaba. Solamente el otro perfil del Jano refrescante, la Pepsí, aprovechó el adulterio para lanzar el eslogan perverso y perfecto: "Después de tantos años de estar mirándonos a los ojos, ahora bizquean".Ocurrió lo mismo con la drástica adulteración en la fórmula de los optalidones, ya denunciada aquí: ni una sola protesta, el más absoluto silencio callejero cuando se supo que los batas blanca de Sandoz, hostigados por los puritanos farmacólogos del PSOE, le habían escamoteado a la gragea rosácea aquellos colocantes 0,050 gramos de butalbital. Esta indiferencia popular ante los constantes atentados que sufre el rico acervo antinatural del hombre me confirma en la urgencia de crear una plataforma cívica para la defensa de¡ patrimonio artificial.
Con la misma razón que existe una ecología de la naturaleza, yo defiendo la necesidad de una ecología del artificio. Que evite la degradación de esa otra parte nada desdeñable del patrimonio bioquímico de¡ hombre y proteja los grandes logros innaturales de la civilización para que nuestros nietos sepan de qué artificios y simulacros fuimos capaces. Y lo propongo en estos momentos de fanatismo naturalista, cuando al urbanícola fin de siglo, rechazando siglos de adaptación al medio ambiente artificial, le ha entrado la manía de respirar, beber, comer, follar y trotar al modo de los primeros pobladores de¡ planeta.
Sería una plataforma para la protección del sabor primitivo de la Coca-Cola, el ketchup, la gaseosa y los platos combinados; que se opusiera a la adulteración de los productos farmacéuticos, amparara el tabaco y otras creaciones humanas por el estilo contra la obscena moda light y defendiera sin desmayo la calidad de las flores de poliuretano, la pureza antigua de¡ aire acondicionado, la vieja reciedumbre del plástico, el olor ancestral de colonias y desodorantes, la crudeza primitiva del neón y el equilibrio ecológico de¡ asfalto metropolitano. Es posible que se confundiera con la muy cívica asociación para una muerte dulce, pero por naturaleza los humanos no somos nasciturus, sino moriturus.
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