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'Amadeus'

Fui a ver Amadeus con una disposición de ánimo de fascinación y temor. Como flautista aficionado he tocado en numerosas sinfonías y óperas de Mozart y he ejecutado innumerables veces los cuartetos para flauta. Junto con gustosos compañeros en el crimen he tocado también con la flauta, en muchas ocasiones, las partes para violín de las obras de música de cámara. Viendo la película disfruté con la maravillosa banda sonora y también con los caracteres de ficción, ingeniosamente desarrollados sobre la base de algunos de los rasgos conocidos de Salieri y Mozart. El Salieri histórico no estuvo en modo alguno tan obsesionado con la envidia como el Salieri cinematográfico, y el Mozart conocido no reía como un adolescente histérico (por no decir subnormal) ni se paseaba por las calles de Viena bebiéndose a grandes tragos una botella de vino. Pero la representación cinematográfica de la envidia del Salieri de ficción y el movimiento hacia atrás y hacia delante en el tiempo entre el anciano paciente del hospital, confesándose, y el compositor cortesano, combinando la fría intriga con la involuntaria admiración hacia un rival de genio, constituyen sendos triunfos del guionista y del actor. El Mozart cinematográfico es también un triunfo de dirección e interpretación, pero el personaje está falto de entidad en comparación con la rica idiosincrasia del original.Mozart, el hombre, escribió y habló humorísticamente de todas las funciones corporales. Flirteó con sus cantantes de ópera favoritas y sus alumnas de piano. Tuvo increíbles cantidades de energía nerviosa, cuya expresión tomó a veces la forma de golpes a las bolas de billar mientras escribía la música que había compuesto mentalmente en ambientes más tranquilos. Le gustaba bailar y le gustaba ver cómo se divertían las gentes de todas las clases sociales. Hay, pues, una firme base histórica para el buen humor y el gusto por las bromas pesadas mostradas en la película. Pero fue también un hombre de muy cálidos sentimientos familiares y de fervorosas amistades; de ninguna manera un genio encerrado en sí mismo, sin interés alguno por los demás mortales. Escribió frecuentes, cariñosas, detalladas cartas llenas de humor a su padre y luego a su mujer. Enviaba a ésta pequeños regalos cada vez que la misma se encontraba convaleciente en un balneario. Se acordaba de los días de los santos de sus parientes políticos y se interesaba por la calidad de la enseñanza de su hijo de siete años. Escribió pequeñas obras maestras para amigos personales que eran excelentes músicos y buenos compañeros en la mesa de billar, pero no ricos patronos. En su lecho de muerte, además de preocuparse por sus deudas y por el futuro de su familia, pidió que su colega Albrechtsberger fuera informado inmediatamente de su muerte, de manera que éste pudiera ser el primero que solicitara el puesto de Mozart como segundo kapellmeister en la catedral de San Esteban.

Si las cartas y los testimonios personales proporcionan abundantes pruebas de la cordialidad y humanidad de Mozart, los libretos de sus óperas atestiguan su naturaleza tan profundamente reflexiva como dramática y humorística. Eligió los temas y trabajó íntimamente con los libretistas, todos los cuales reconocieron las contribuciones de aquél a la calidad de sus manuscritos. En El rapto del serrallo eligió un texto en el que un bajá turco es capaz de suscitar admiración e indulgencia, e incluyó una alegre aria en la que una esclava europea cautiva explica al carcelero de la prisión turca que muchos hombres, no solamente turcos, maltratan a sus mujeres. En Las bodas de Fígaro, un mayordomo defiende con éxito su honor personal frente a las pretensiones de su señor feudal y se ve obligado incidentalmente por su prometida a tratarla completamente como a su igual psicológico y emocional. En Don Juan, el conflicto entre valor amoral y valor fundado en principios es tratado con una grandeza comparable sólo con las de Dante o Shakespeare. En La flauta mágica, cuyo aspecto de espectáculo fantástico fue ilustrado por el cine, Mozart combinó su sentido de aventura, su agudo humor, su empatía con el más simple "hombre de la calle", y su idealismo filosófico de francmasón. Con ocasión de la temprana muerte de Mozart, el gran poeta alemán Goethe deploró el hecho de que el compositor de Don Juan y La flauta mágica no pudiera ya poner música a su Fausto.

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No he bosquejado estas pruebas del carácter y el intelecto de Mozart para retratarle como un santo de escayola. Existe un viejo adagio que dice que "la verdad es más sorprendente que la ficción". En el caso de Mozart, yo diría simplemente que la verdad es más interesante y esclarecedora que la ficción. La literatura sobre él mismo está llena de biografías hagiográficas en las que un genio sencillo, de alma delicada, se ve azuzado a una muerte temprana por el supuestamente no comprensivo público vienés. Existen acaloradas polémicas entre musicólogos eminentes sobre la cuestión de si Constance fue una digna compañera para su único marido; y existen ensayos críticos que atribuyen a un mismo concierto o sinfonía la expresión de la depresión y resignación de Mozart o la expresión del supremo contento. Por esta razón, añadiría yo, interpreto la personalidad de Mozart basándome en sus cartas y libretos, y no en la música pura, que puede despertar los sentimientos más diferentes en los más distintos oyentes e intérpretes de la misma.

Los realizadores de Amadeus han reaccionado con fuerza contra las tradiciones hagiográficas y sentimentales. Si disfruté con la película a pesar de todas mis objeciones a la representación de Mozart, se debe a que la caracterización incluye la vulgaridad, el buen humor, las explosiones poco diplomáticas que realmente formaron parte del modo de ser de Mozart y que no aparecen en las biografías reverentes más que como pesarosas concesiones. Pero ¡cuánto más interesante que el Mozart cinematográfico hubiera sido el Mozart real! Nuestra imagen más común del genio es la del solitario torturado, hombres tales como Beethoven, Nietzsche, lbsen, Gauguin, Van Gogh y decenas de otros genios artísticos de los siglos XIX y XX. Mozart reconocía su propia unicidad como compositor y se sentía herido cuando este hecho no era siempre reconocido. Pero aceptaba como normales las responsabilidades hacia su familia y sus colegas profesionales, y compartía las emociones más universales de los seres humanos normales. Es esta última y admirable dimensión la que se escamotea casi por entero en la película Amadeus.

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