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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Un caos de fiestas

EXISTE UNA normativa de días festivos, un calendario que se elabora con mucho cuidado teniendo en cuenta tradiciones regionales, santos patronos, convenios privados, turismo local, intereses gremiales, reticencias históricas, miedos a los grupos de presión que pueden ver significados misteriosos para fechas sospechosas, y algunos otros elementos de imposible ponderación. Pero la característica común de todas estas peculiaridades es, la transgresión.Hay gentes que se van, o cierran, o se desconectan, cuando les parece oportuno, por los resquicios del calendario; y, en consecuencia, paralizan o dificultan el trabajo de los que cumplen, por lo menos, con lo establecido por la normativa de ocio y ocupación. Porque el trabajo sigue siendo un engranaje nacional, general; va a serlo cada vez más, y si empezamos ya a utilizar el tópico de lo que va a ocurrir cuando estemos de lleno en el Mercado Común, hay que añadir que tiene que ser un mecanismo europeo. El ejemplo que tenemos más a mano es el de los periódicos: en una parte de España no se publican el Viernes Santo; en otra no aparecen el sábado. El problema se halla, sobre todo, en los puntos de venta, de manera que los que se publican el viernes no se podrán vender en la España que cierra, y viceversa.

El encabalgamiento de centros de producción, almacenamientos, suministros, redes de distribución y oficinas en las grandes industrias nacionales es deseable como forma de descentralización y de reparto de puestos de traba o y beneficios económicos; pero sufre en todos sus puntos cada vez que uno de ellos observa su fiesta personal. Los profesionales huyen, acuciados por la necesidad de mantener un estado que hace como indigno quedarse en Semana Santa cuanto pueda aparecer ante su familia o sus clientes como un pobretón. Con frecuencia los turnos de guardia de quienes se quedan a pasar las fiestas en el trabajo no desmerece de individuos rezongones, en voluntario ensimismamiento laboral por la ausencia de sus compañeros: en especial en los organismos públicos los rezagados de las vacaciones hacen fiesta en su puesto de trabajo. La banca cerró el miércoles para no volver hasta el lunes, el correo se ha esfumado. Y las ciudades han quedado como entreabiertas en días teóricamente laborables, para desconcierto de los que no se han ido o no se han recluido en sus hogares.

Alguna vez se ha dicho aquí que este abandonismo es fruto de la falta de respeto al trabajo y de la pérdida de significación de la idea de servicio a público, clientela y usuarios; pero también ayuda a crear ese mismo sentido de desprecio por el esfuerzo laboral. Un sentido social está desapareciendo velozmente de nuestras vidas; estamos ayudando, entre todos, a que sea así. Cuando tratamos de incorporarnos a un mundo organizado, nos dejamos deslizar perezosamente por la pendiente de la inactividad. Cunde la idea de que puede haber otras pesonas que trabajen para nosotros y, de hecho, esto se está produciendo ya en parte en España, donde la población activa es cada vez menor, y alimenta a la creciente población inactiva.

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En estas fiestas semiclandestinas, toleradas; en estas fechas como abiertas y desmandadas, en estos resquicios no cubiertos por el ya irregular calendario laboral, se hace más patente esa irreprimible tendencia al ocio de nuestra sociedad y este resultado de caos y de desprecio al trabajo y al servicio colectivo.

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