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EE UU emplaza a Japón a abrir sus mercados

El Congreso norteamericano ha declarado la guerra comercial a Japón poniendo en un aprieto al presidente Reagan, que quiere evitar la adopción de medidas comerciales proteccionistas y desea impedir sobre todo una crisis política con su principal aliado estratégico. Pero la paciencia de los legislado res ha alcanzado su límite y el comité de finanzas del Senado ha votado un ultimátum de 90 días para que Japón abra sus mercados a los productos norteamericanos, o en caso contrario Reagan deberá tomar represalias contra Tokio. Las vacaciones de Semana Santa evitarán, sin embargo, una votación definitiva de todo el Congreso y dejarán tiempo al presidente para que presione a Nakasone en la cumbre económica de Bonn -del 2 al 4 de mayo- para que abra los mercados japoneses a los productos extranjeros. Sin duda Reagan contará con el apoyo de Canadá y los países de Europa occidental para lograr su objetivo. La Cámara de Representantes y el Senado se contentan por ahora con esta seria advertencia enviada al presidente, que refleja también la irritación por el progresivo déficit del comercio norteamericano.

El Departamento de Estado ha advertido que las represalias "pueden dañarnos a nosotros tanto como a los japoneses", y la Casa Blanca asegura que se están haciendo progresos en las negociaciones comerciales con los japoneses. Pero la opinión pública y el Congreso no se lo creen y se sienten frustrados por el déficit comercial acumulado en 1984 con Japón, que ascendió a 36.800 millones de dólares, prácticamente una tercera parte del déficit total de la balanza comercial. Reagan ha enviado a Tokio a uno de sus consejeros para advertir al primer ministro Nakasone que se está agotando la paciencia de los norteamericanos. El Gobierno nipón ha enviado a su vez a Washington al viceministro de Asuntos Exteriores.

Crisis de relaciones

La actual crisis, la más importante en las relaciones entre los dos países desde el final de la II Guerra Mundial, comenzó cuando el presidente Reagan decidió acabar con las cuotas de coches japoneses que entraban en Estados Unidos, como un gesto de buena voluntad para que Japón abriera sus mercados a los productos norteamericanos. Tokio, que estaba vendiendo aquí 1.800.000 coches anuales, respondió anunciando que este año exportaría 450.000 coches más, aumentando sus ventas al mercado de EE UU en un 24,3%. Washington entiende que la respuesta japonesa es un gesto de mala fe que demuestra que Tokio no está dispuesto a limitar sus ventas en este país.

Lo que queremos, afirma la Administración norteamericana, es el mismo acceso a los mercados japoneses que tienen las compañías japonesas a los nuestros. El Gobierno de Nakasone tenía una oportunidad para demostrar sus anteriores promesas de apertura comercial aprovechando la desnacionalización de la compañía de teléfonos japonesa, la gigantesca Nippon Telephone and Telegraph.

Estados Unidos quiere el libre acceso de sus productos de telecomunicaciones, donde este país está muy avanzado, al mercado japonés con motivo de esta privatización, que abre un mercado potencial de 20.000 millones de dólares. Pero la respuesta japonesa, aunque no conocida aún en sus detalles, ha sido menos positiva de lo que esperaba Washington, lo que ha aumentado la frustración en Estados Unidos.

Ya no se trata sólo del daño que hacen a la economía norteamericana los coches o las exportaciones siderúrgicas japonesas, dos sectores donde la industria de este país no puede competir ni en precios ni en productividad, sino de los sectores donde EE UU es competitivo en costes y en tecnología.

Estas áreas de la economía, hasta ahora a salvo de la competencia, están siendo inundadas por exportaciones japonesas hasta el punto de que han provocado una crisis en el Silicon Valley (el Valle del Silencio) californiano, hasta ahora la catedral de la alta tecnología de este país. En el área de telecomunicaciones, las empresas norteamericanas vendieron el pasado año en Japón por valor de 194 millones de dólares.

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