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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La vuelta de Don Camilo

LAS ELECCIONES administrativas en Italia, anunciadas para el 12 del próximo mayo, aparte su interés político, reactivan estos días la polémica respecto a los apoyos que vuelven a prestarse desde las organizaciones católicas a la Democracia Cristiana (DC).A mediados del pasado febrero, el cardenal Ugo Poletti, vicario del Papa en la diócesis de Roma, lanzaba un rudo ataque a la administración comunista del capitolio. La hacía responsable de la degradación de la capital de la cristiandad. Teniendo a su flanco al candidato democristiano Alberto Michelini, pedía al clero y a los fieles el apoyo para los políticos de *inspiración cristiana. La respuesta del alcalde Ugo Vetere fue contundente: ya en 1974, el vicariato de Roma había lamentado la misma degradación. El intercambio de notas y contranotas entre los dos Ugos volvía a suscitar una guerra religiosa parecida a la de Don Camilo y Peppone. Poletti aprovechó la ocasión para protestar por la exclusión de católicos en los consultorios municipales sobre el aborto y limitación de la natalidad, así como la disuasión sistemática a las parejas para que no contraigan matrimonio canónico.

La polémica ha servido para descubrir dentro del mundo católico italiano dos posiciones antagónicas respecto a la presencia de los cristianos en la vida pública: la de un neointegralismo que intenta resucitar las tesis maritenianas de la nueva cristiandad, propia de los tiempos de Pío XII y De Gasperi, y la de aquellos otros cristianos independientes que rechazan cualquier alianza con el poder político, con los sistemas y maquinaria de los partidos y optan por insertarse en el tejido social, en el que se contemplan todas las dimensiones del hombre, y no sólo la política. Éstos optan por lo social, en vez del Estado; prefieren el diálogo con todos a la lucha por el poder. Los primeros hablan de una cultura cristiana que hay que restaurar. Los segundos no temen la irrelevanc¡a social de una Iglesia en diáspora y dejan el voto católico al arbitrio de la conciencia.

El secretario general de la DC, De Mita, mantuvo con el papa Wojtyla un encuentro de hora y cuarto el pasado enero. Un cardenal de prestigio como Pappalardo lanzaba en su archidiócesis de Palermo, ante 1.500 sacerdotes, el 25 de febrero, las más duras críticas contra el partido cristiano por sus implicaciones mafiosas y pedía el apoyo de los católicos para aquellos que promovieran la paz y el respeto a los derechos humanos. Uno de los principales portavoces de la Liga Democrática, Pietro Scoppola, ponía el dedo en la llaga al proponer a la DC que fuera capaz de pasar a la oposición antes que mantenerse vergonzantemente en el poder a fuerza de alianzas que desfiguran su identidad.

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Cabe preguntarse por el papel que desempeña en todo esto el papa Wojtyla al apoyar claramente al movimiento integrista Comunión y Liberación, del que procede el candidato al Comune de Roma, europarlamentario y miembro del Opus De¡.

En la nación más clerical del mundo se debate un modelo de Iglesia comprometida con la sociedad, cuyas opciones públicas no desean someterse al marco de los partidos ni a las posibles fórmulas de gobierno. Pero el inmortal Don Camilo, de Guareschi, que disputaba palmo a palmo el poder del camarada Peppone, revolotea de nuevo como un fantasma sobre la política de la Iglesia italiana.

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