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EL SALVADOR, ELECCIONES Y GUERRA

Tres semanas con la guerrilla

La experiencia de una diputada alemana en Morazán, una 'zona prohibida'

La autora de este trabajo es la diputada más joven, 29 años, de la actual legislatura en el Parlamento de la República Federal de Alemania (Bundestag). Aunque parlamentaria por los verdes, no está afiliada al partido y procede de los activos movimientos de solidaridad con Centroamérica que funcionan en la RFA. Gaby Gottwald es miembro de las comisiones de Asuntos Exteriores y de Cooperación Económica del Bundestag.

Del helicóptero sólo quedaba la parte trasera. El resto era chatarra. Fuimos los primeros extranjeros que pudieron fotografiar los restos del aparato donde murió Domingo Monterrosa, jefe militar de la Zona 3. Hacía dos años que ningún forastero había entrado en el norte de Morazán, una zona controlada por la guerrilla del Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN), en el este de El Salvador. Lo que vi allí en las tres semanas de estancia es el resultado de una guerra de cuatro años, que sobre todo causó víctimas entre la población civil.Aldeas destrozadas por las bombas y el fuego, testigos mudos de una estrategia que los militares salvadoreños llaman "lucha contra la rebelión". Torola, San Fernando, Arambala, en otro tiempo centros económicos de la región, se han convertido en pueblos fantasmas, cuyos habitantes llevan una vida penosa, y con frecuencia cruel, en los campos de refugiados de Honduras o en el sureste de El Salvador. Desde la última gran ofensiva de los militares -Torola 4 y Torola 5-, en octubre de 1984 y enero de 1985, los restos de escombros sólo sirven de campamento para la guerrilla.

El Ejército salvadoreño combate la guerrilla rural dirigiendo sus ataques contra la población civil, que, según el viceministro de Seguridad, Reinaldo López Nuila, debe ser considerada en la zona controlada por la guerrilla como soldados logísticos, contra los que también hay que luchar.

Represiones aparentemente arbitrarias tienen un objetivo concreto: sembrar el miedo y el terror en las bases sociales y políticas de los rebeldes. Quemar las casas para que se vayan; una política de expulsión. En una región sin población, la lucha guerrillera ni tiene sentido ni es posible. Durante nuestras marchas por el norte de Morazán, un territorio de unos 600 kilómetros cuadrados, encontramos continuamente campos quemados, tierra arrasada. "Los cuillos", así llaman en forma despectiva a los soldados, "nos queman los carripos y le pegan fuego a la cosecha de niaíz", me dijo un campesino. "Al compañero Rodolfo le quemaron sus dos vacas cuando la operación Torola 4".

El marco físico

El Salvador tiene 21.000 kilómetros cuadrados de superficie y 5,5 millones de habitantes. Es el país con mayor densidad de población de América Central. En el campo apenas hay territorios deshabitados. La mayor parte de los 15.000 habitantes del norte de Morazán vive hoy en las montañas, los cantones, que están cubiertas de bosque. La mayoría son campesinos pobres que viven de su vaca o del cerdo, del maíz o del cultivo de la silsa. Su única riqueza son los numerosos hijos, de los que muchos luchan en la guerrilla.Los compas de la guerrilla vienen a las chozas de los campesinos en busca de agua o a comprar por unos colones tortilla y frijoles. Los conocen y se intercambian informaciones recientes sobre los cuillos, o simplemente se lamentan de los dolores de una pierna, que dificulta las marchas por la montaña.

La guerra también se gana con los pies. Para la guerrilla no es problema, porque la mayoría son campesinos. Para el Ejército es una desventaja logística. Con frecuencia a los soldados les falta resistencia, no conocen bien el terreno y caen en las emboscadas guerrilleras. Los aviones norteamericanos de espionaje, que casi cada día y cada noche sobrevuelan la región, apenas tienen posibilidades en los bosques tupidos. Sus aparatos, provistos de detectores infrarrejos que registran el calor humano, captan movimientos de grupos de gente.

Cuando se aproxima un avión de espionaje, los guerrilleros permanecen inmóviles. Francisco Mena Sandoval, uno de los jóvenes oficiales del Ejército salvadoreño que dirigió el golpe progresista de los jovenes oficiales en 1979, comentó que "a pesar de su alta capacidad técnica en la dirección de la guerra, son poco efectivos, si se tiene en cuenta el esfuerzo empleado". Mena Sandoval añadió: "Aunque sus aviones descubran grandes unidades de los nuestros, nos queda tiempo suficiente para cambiar de lugar antes de que realicen el ataque con bombas y cohetes. La mayor parte de las víctimas de los bombardeos se producen entre la población civil, porque reacciona de forma equivocada al intentar huir".

A Mena Sandoval hoy le llaman Manolo. En 1980, tras la caída de la junta militar de Majano, se pasó a la guerrilla. Hoy día, por sus extraordinarios conocimientos sobre el Ejército salvadoreño, está encargado de la formación militar en la escuela de la revolución. La escuela, el orgullo de la guerrilla, es un lugar en el corazón de Morazán, por el que pasan todos los guerrilleros. No sólo para recibir una formación militar, sino también para aprender a leer y escribir. Casi ninguno de los chicos y chicas fue a la escuela. También los altos mandos militares tienen que pasar los cursos de alfabetización, porque la mayoría de los comandantes son canipesinos sin formación.

En la escuela tuve que dormir con zapatos toda la noche. Durante horas nos sobrevolaban dos aviones y la guerrilla dio la voz de alarma. Los objetos más importantes habían sido ya enterrados. A lo lejos se sentía el ruido sordo de los morteros y cohetes, que explosionaban contra el suelo y esparcían en un amplio círculo la metralla.

Cambiamos de lugar y corrimos hacia Joateca, que está a unas seis horas de distancia. La semana anterior había estado tomada por el Ejército. Cinco habitantes perdieron la vida por presunta colaboración con la guerrilla. María, una propietaria de una tienda de comestibles, de unos 40 años, fue una de las siete personas que fueron detenidas. "Si vendo alimentos a los muchachos la próxima vez, me matarán", decía María.

Por la mañana, un helicóptero que se aproximaba interrumpió el desayuno. Mientras sobrevolaba el lugar, la gente huía hacia sus casas. El helicóptero dio la vuelta y rodeó un valle situado a unos 500 metros. Durante un cuarto de hora se escucharon las ráfagas de ametralladora y los campesinos llegaron aterrorizados de sus campos. El trabajo se había terminado aquel día.

Regreso a la seguridad

Después de una marcha de tres días llegamos a un pequeño lugar desde el que teníamos que abandonar la zona controlada por la guerrilla. Tuvimos que dar rodeos porque el Ejército había penetrado en algunos puntos de la región.Javier, un modesto tendero, nos llevó con su coche hasta el pueblo más cercano, donde montamos en un camión de bebidas que nos llevó hasta San Miguel.

Todo estaba muy cercano. Tan sólo una hora antes habíamos atravesado un pueblo en el que la guerrilla tenía su carnpamento. Despacio pasamos un control con los soldados en la acera armados con metralletas. Eran muy jóvenes. Algunos llevaban cintas en la frente. Se parecían enormemente a los muchachos. El chófer les saludó con un gesto. Le conocían de su recorrido cotidiano. Para ellos era el conductor del camión de bebidas. Para la guerrilla, el contacto con San Miguel. Para mí, la garantía de llegar sana y salva a la ciudad.

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