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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

El desastre de la Bibloteca Nacional

Para llegar a la dicha de poseer el carné de la Sección Circulante de la Biblioteca Nacional de Madrid es preciso rellenar un formulario, realizar un pago de 100 pesetas y... esperar la favorable decisión durante más de un mes.Qué decepción experimentamos al encontrarnos por fin en la puerta de la biblioteca con la deseada tarjeta en la mano; porque lo que vemos aquí no es el santuario de cultura con que siempre solíamos asociar la institución de bibliotecas (y menos de la Biblioteca Nacional en el mismo corazón de una capital europea). Desgraciadamente, lo que encontramos nos recuerda más bien una biblioteca particular perteneciente a una persona que está lejos de ser aficionada al orden y, lo que es mucho peor, ¡tampoco es amante de los libros!

En la mayor parte de las ciudades europeas, las bibliotecas, tanto nacionales como públicas, emplean cierto sistema indispensable en el uso de material tan noble como es el libro, fuente del saber. Así que en todas partes encontraremos los libros colocados en las estanterías según el sistema alfabético y temático, y de la misma manera ordenadas las fichas en los catálogos. Igualmente nos encontraremos con una adecuada política de empleo que es capaz de asegurar el servicio digno y, a la vez, impedir el acceso a todas las estanterías a los lectores, entre los cuales, por desgracia (y sobre todo entre ellos), hay individuos excepcionalmente desordenados.

Volvamos a nuestra biblioteca en Madrid. ¿Qué descubrimos aquí en la Sección Circulante? Los lectores pasean aquí en plena libertad entre las estanterías colocando los libros según sus propios caprichos y muy a menudo desesperados en su búsqueda.

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Aparentemente existe aquí el orden temático, ya que los estantes llevan sus correspondientes rótulos. Sin embargo, entre la prosa inglesa descubrimos frecuentemente a Faulkner, Steinbeck o Hemingway, y bajo el rótulo Literatura rusa, a los escritores húngaros, polacos, checos y otros del otro lado del telón de acero. En fin, qué más da.

Naturalmente, no hay ninguna distinción entre poesía, prosa y drama. Únicamente poesía y drama españoles encontraron su correspondiente puesto en las estanterías. Ya no menciono el orden alfabético, porque éste no obliga aquí. Buscando a tu autor favorito tienes que revolver los estantes enteros, y no siempre con éxito.

Y otra cosa más, por la que no se puede culpar directamente a la biblioteca: gran número de libros se encuentra en un estado tan deplorable que al cogerlos en las manos da vergüenza: ¿por quién, por nosotros mismos, por la sociedad madrileña o por la humanidad entera? No obstante, uno llega sin querer a una conclusión: que al entrar en una casa bien limpia y ordenada, los más desordenados se sentirán obligados a corregir su conducta.- Magdalena Zajaezkowska.

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