Dos herederos para un legado indivisible
Carlos Garaikoetxea y Xabier Arzallus protagonizan una dura disputa por el liderazgo sobre 35.000 militantes
Los factores psicológicos o de rivalidad personal no bastan probablemente para explicar crisis política tan profunda como la que actualmente vive el Partido Nacionalista Vasco (PNV). Pero es seguro que nada puede entenderse de tal crisis sin referencia a esos factores.La crisis que sacude actualmente las filas nacionalistas puede considerarse comparable a la que mantuvo escindido al PNV entre 1921 y 1930. Con unos 35.000 afiliados en total, los resultados de diversas votaciones permiten establecer que la relación de fuerzas divide al partido en dos mitades prácticamente iguales, con unos 17.000 fieles a cada una de ellas.
La implantación del PNV en los distintos territorios es bastante desigual, ya que Vizcaya, con unos 25.000 afiliados, agrupa a más de dos tercios del total, repartiéndose el resto entre los 8.000 de Guipúzcoa y el millar aproximado de Álava y Navarra.
Desde Sabino Arana, la cohesión interna de una base social heterogénea como la del PNV se ha visto favorecida por la existencia de lazos de lealtad personal hacia unos líderes carismáticamente aceptados. El propio Sabino, el lehendakari Aguirre -en los años treinta- y Juan de Ajuriaguerra -durante la resistencia antifranquista- componen la menguada nómina de quienes, entre los dirigentes nacionalistas, han sido depositarios de esa impronta especial.
Tras la muerte de Ajuriaguerra, en agosto de 1978, Xabier Arzallus, afiliado al PNV una década antes, aparecía como candidato máximo a recoger esa herencia. Nacido en 1932 en Azcoitia, no lejos de la cuna de san Ignacio, en el seno de una familia carlista, Xabier Arzallus ingresó a los 10 años en el noviciado de Loyola y se hizo jesuita. Licenciado en Derecho por la universidad de Zaragoza, amplió estudios en Berlín y Fancfort y, tras un fugaz paso por Madrid -donde impartió clases de Derecho Político a la vez que colaboraba en el despacho de Joaquín Ruiz-Giménez-, fue contratado por la universidad de los jesuitas de Deusto, a cuyo claustro siguió perteneciendo tras su abandono de la Compañía y posterior matrimonio a comienzos de los años setenta.
Los jesuitas de Deusto
Por esa época se relacionó con distintos medios de la oposición antifranquista, incluyendo algunos miembros de la segunda generación de ETA (la del juicio de Burgos), a quienes nunca ocultó, por lo demás, su rechazo de la vida violenta, tanto por razones éticas como de eficacia política En el verano de 1968, encontrándose en la República Federal de Alemania, tuvo conocimiento del primer atentado mortal de ETA así como del estado de excepción decretado dos días después, y decidió afiliarse al PNV, lo que hizo, según recordó en su polémica intervención de Beasáin, por correo.
Quienes le conocieron Ipor entonces, le recuerdan como una persona dialogante, aunque muy crítico con el marxismo. "Un extraordinario conversador, aunque un poco dandi en su comportamiento".
En 1971, de la mano de Luis María Retolaza, actual consejero de Interior del Gobierno vasco y a la sazón hombre de confianza de Juan Ajuriaguerra, Arzallus fue nombrado miembro del consejo regional de Vizcaya del partido, entrando poco después a formar parte del Consejo Nacional del PNV, máximo órgano ejecutivo.
En 1976, con ocasión de un famoso mitin unitario de la oposición celebrado en el donostiarra velódromo de Anoeta, se declaró no incompatible con el socialismo democrático. La expresión fue cuidadosamente retenida por el sector más tradicionalista del partido, que enfrentó a Arzallus con el grupo que sería conocido como los sabinianos y que en un mitin celebrado en Bermeo le tacharían de "cura renegado" y "socialista".
Por entonces, no sólo era considerado el líder natural del PNV, sino su dirigente más abierto y progresista. En marzo de 1977, con motivo de la celebración en Pamplona de la magna asamblea del partido -primer congreso desde el reunido en Tolosa en 1933-, el prestigio de Arzallus estaba suficientemente asentado como para que la revista Berriak, de orientación socialista-comunista, saludase el nacimiento de un nuevo líder titulando en primera página: PNV, de Aguirre a Arzallus.
Y, sin embargo, esa misma magna asamblea sería el escenario del lanzamiento de un casi desconocido afiliado navarro, an tiguo empresario y presidente hasta un año antes de la Cámara de Comercio de Pamplona, que, andando el tiempo, llegaría a ser la única figura del nacionalismo vasco capaz de hacer sombra al ex jesuita de Azcoitia.
Carlos Garaikoetxea, que esta ba próximo a cumplir los 39 años de edad y al que como afiliado cabría considerar un catecúmeno, fue elegido presidente de la asamblea, compartiendo la mesa presidencial con veteranos nacionalistas como José María Alkáin P. Arrizabalaga, Pello Irujo y Txornin Sarachaga.
La huelga general
El futuro lehendakari había nacido en Pamplona en 1938, en el seno también él, de una familia con antecedentes carlistas. Tras cursar el bachillerato con los escolapios primero en el noviciado de Orendáin y más tarde en el colegio de la calle (de Olite, Garaikoetxea se matriculó en la universidad de Deusto, donde se licenció como abogado economista. Sus condiscípulos no recuerdan en él particulares, devociones nacionalistas o políticas en general. Sí, en cambio, que perfeccionó su inglés trabajando algún verano como pinche en Londres, de donde regresó con una gorra de paño escocés; que jugaba muy bien al fútbol -llegó a formar línea con Ignacio Zoco en el Oberena, de Pamplona- y que era un estudiante bastante eficiente.
De regreso a Pamplona trabajó como director de varias empresas del sector del metal y luego, tras su matrimonio con Sagrario Mina -cuya familia tenía una fábrica de embutidos-, del alimentario. En junio de 1973, siendo presidente de la Cámara de Comercio de la ciudad, formó parte de la representación patronal que negoció el final de la huelga general que conmocionó a Pamplona por aquellas fechas. Para entonces, su vasquismo era bien conocido en los medios nacionalistas, había aprendido un euskera más que pasable y era presidente de la ikastola San Fermín.
En el momento en que, quizá por su condición de navarro, era elegido presidente de la magna asamblea de Pamplona, Garaikoetxea, pese a ser un neófito como peneuvista, era ya consejero foral y vocal del Patronato de Fomento del Vascuence, de la Institución Príncipe de Viana. Con gran visión del porvenir, Eugenio Ibarzábal, entonces periodista y hoy secretario de la presidencia y portavoz del Gobierno vasco, le había entrevistado para la revista Garaia en diciembre del año anterior, titulando el trabajo: Carlos Garaikoetxea, un político para el futuro. Algunas de las respuestas del entrevistado, que podrían ser hoy calificadas de proforalistas, circularían ocho años después, en fotocopia, por unos batzokis en efervescencia por el debate sobre la distribución de competencias entre diputaciones y Gobierno vasco.
La imagen de hombre progresista que aureolaba por entonces al portavoz de la Minoría Vasca en el Congreso se vería reforzada a raíz del enfrentamiento que mantendría Arzallus, a lo largo de 1979-1980, con el sector sabiniano, dominante en Vizcaya y en abierta confrontación con el grupo parlamentario que encabezaba el propio Arzallus. Inopinadamente renunció éste a su escaño en el Congreso y presentó su candidatura para el consejo regional del partido en Vizcaya.
Durante el segundo semestre de 1979, la figura de Garaikoetxea había adquirido un enorme relieve público. Siguiendo una política asentada en el filo de la navaja, negoció personalmente, en dramáticas sesiones con Adolfo Suárez, los aspectos más espinosos del Estatuto de Guernica. El 25 de octubre, el texto refrendado aparecería en buena medida como el logro personal del navarro (al que el Gobierno de UCD había dedicado hasta una maquiavélica ley expresamente destinada a impedir su acceso a la presidencia vasca).
Arzallus, empeñado en librar una batalla por la modernización del partido, no sólo consiguió expulsar a los sabinianos, sino que se planteó un ambicioso plan de reforma de las estructuras internas. Hizo regresar de Londres al ex parlamentario Kepa Sodupe, que se había marchado aburrido de su pelea con los tradicionalistas, y anunció la creación de un equipo pensante encargado de preparar la transformación del PNV en un partido "a la altura del año 2000".
Arzallus fracasaría en ese empeño. En contraste con Garaikoetxea, que se rodeó de tecnócratas de cierto relieve y se reveló como un experto en la utilización de la televisión, Arzallus renunció pronto a los proyectos de modernización de estructuras. Durante su mandato, de más de cuatro años, el Consejo Nacional del PNV, como el Athlétic de los tiempos de Iríbar, dio la sensación de estar compuesto por "Arzallus y 10 más".
Cámaras y micrófonos
En opinión de personas que en su día colaboraron muy estrecharnente con él, su gestión se caracterizó por el empleo de métodos orales con preferencia a los escritos, por la improvisación frente a la discusión en equipo, por el recurso a la intuición genial frente al análisis sosegado. Sus dotes como tribuno popular, por lo demás, le caracterizarían más bien como un líder promoderno, más eficaz en el batzoki, el frontón o la plaza pública que ante las cámaras de televisión o los micrófonos de la radio.
Hay constancia de la amargura de Arzallus ante la pasividad con que el ex lehendakari siguió la polémica con los sabinianos, e incluso realizando gestos como el efusivo abrazo a Antón Ormaza en un acto público en favor de la lengua vasca, que no pasaron- inadvertidos para el de Azcoitia.
Sea como fuere, y a la luz de las propias confesiones de Arzallus en Beasáin, parece ser que la rivalidad era ya manifiesta desde que "hace dos o tres años comprendí que Garaikoetxea era un hombre de difícil trato". La referencia temporal coincide, en opinión de antiguos arzallusistas, alineados hoy en el otro sector, con el inicio de un cierto repliegue personal (e ideológico) del ex presidente del Consejo Nacional del PNV hacia medios poco en consonancia con sus propuestas de renovación, en su sentido laicista y de apertura al mundo exterior, del viejo nacionalismo aranista.
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