España y la cooperacion política europea / y 2
Tras lo expuesto hasta ahora, un balance resumido de la cooperación política europea (CPE) vendría a significar que de momento los intereses nacionales priman sobre los supranacionales, aunque no de manera absoluta. Hay un consenso en los valores y quizá en la estrategia, pero no siempre en la práctica, donde a menudo se imponen los intereses nacionales.Es importante destacar, no obstante, que esos valores consensuados distinguen ya en gran medida el comportamiento internacional de la CEE del de las superpotencias. Se trata de un modo de contemplar las cosas que, como dice Christopher Hill, ha surgido del deterioro de la distensión y de la desilusión por una y otra superpotencia. Ello ha facilitado la consolidación de una posición eurooccidental diferente en las relaciones internacionales, que pone el acento en el uso de métodos diplomáticos más que coercitivos, en la mediación como método para resolver un conflicto, en la importancia de las soluciones económicas a largo plazo a los problemas políticos y en la necesidad de respetar que los pueblos decidan sus propios destinos por sí mismos, sin interferencia exterior.
La ilusión comunitaria
¿Cuál puede ser el papel, la actitud de España, ante realidades y valores como los que venimos comentando?
En mi opinión, debemos servirnos y servir a España utilizando adecuadamente el capital con que accedemos y que, en el mejor de los sentidos, podría definirse como ilusión comunitaria.
Entramos en Europa con ilusión y esperanza y vamos a integrarnos en un empeño comunitario que aún conserva, a pesar de los pesares, mucho de la ilusión y el entusiasmo de los padres fundadores. En lo que al aspecto exterior se refiere, debemos potenciar la CPE. Trabajar para reforzar el consenso en los valores, proponiendo alguno nuevo si lo juzgáramos válido. Intentar progresivamente que del consenso de Valores se pase al consenso estratégico en política exterior.
Si estamos convencidos de la bondad de la CEE, hemos de esforzarnos en la institucionalización comunitaria de la CPE. Superados con ahínco y acierto negociadores temas espinosos, que inciden directamente sobre el interés nacional, como, entre otros, pesca, aceite y vino, hemos de contribuir a profundizar e impulsar los valores supranacionales, colectivos e integradores. Valores políticos, sociales y culturales. En una Europa cotidianamente mejor construida, todo ello ha de beneficiar, además, el interés nacional.
El ingreso en la CEE puede representar una oportunidad histórica, nueva y atractiva para España... y para Europa.
Es seguro que el Gobierno prepara una operación de relaciones público-políticas coincidente con la adhesión española a la CEE para explicar ampliamente al país lo que ella implica. Operación que a todas luces se ocupará, asimismo, de lo relativo a la política exterior, de mayor complejidad y normalmente seguida con menor interés por la sociedad española.
De cara a la CPE debe aprovecharse el impacto favorable que la adhesión provocará en nuestro país para articular, con el apoyo de una opinión pública especialmente sensibilizada por la entrada, una estrategia exterior comunitaria.
Tal impacto debe servir para despertar en nosotros mayor y mejor interés por la política. exterior y en concreto por la CPE. Más propiamente que la permanencia en la OTAN, representa la adhesión a la CEE el fin del aislamiento internacional de España. Es el momento oportuno para prestigiar y otorgar la necesaria credibilidad (para lo cual y dicho sea de paso es trascendental la adecuada dotación económica) a la política exterior de España en el seno de nuestra sociedad y en la internacional.
Toda política exterior rigurosa y con pretensiones de eficacia debe tender a fijarse objetivos más o menos permanentes. El alejamiento, aparente alejamiento, de los mismos debe ser táctico y consciente, no estratégico. Ahora bien, una política tal suele ser patrimonio de sociedades internamente bien asentadas y con sistemas democráticos consolidados, como es el caso de la mayoría de los Estados eurooccidentales.
En países -como hasta hace poco el nuestro- con traumas políticos internos graves, la dificultad de organización sociopolítica doméstica se traslada a la política exterior. Al igual que en lo interno, hay en lo externo factores que la empecen. Esos factores, que podríamos denominar de perturbación de la política exterior, pueden ser de dos clases: estructurales o coyunturales. Los primeros impiden u obstaculizan gravemente la elaboración y fijación de un método o la aplicación de una estrategia exterior permanente o al menos durante un período de tiempo razonablemente largo, sin altibajos.
Calificamos los segundos de factores coyunturales no porque revistan menor importancia (Ceuta y Melilla en una crisis no controlada podrían acarrearnos graves consecuencias), sino porque y aun cuando se trate de temas: de difícil y larga solución (Gibraltar) no afectan a la claridad y naturaleza del sistema de política exterior ni a su metodología rigurosamente institucionalizada.
Un Gobierno homogéneo y con mayoría parlamentaria holgada será capaz de elaborar y aplicar una política exterior congruente, sistemática y con vocación de permanencia con relativa facilidad aun cuando graviten sobre él y sobre el país los que denominamos factores coyunturales de perturbación. No es tan seguro que pueda hacerlo mientras incidan los facto res estructurales. En el caso de España pertenecen a esta última categoría OTAN, CEE y relaciones diplomáticas España-Israel. Superada la inestabilidad que los tres temas, directa o indirectamente, suscitan, nuestra política exterior entrará en cauces más lógicos y en terreno mejor abonado. Y todo parece indicar que estos tres factores habrán dejado de perturbar, en el sentido funcional que aquí empleamos, en 1986. En concreto, ¿en qué puede consistir el estreno y la función de España en la CEE?
Dada por sentada la más que demostrada vocación comunitaria de nuestro país desde antes de la petición de apertura de negociaciones para la adhesión, España debe, en el sentido descrito en este artículo, ser más integracionista que simple cooperadora. Debemos manifestar nuestro apoyo desde el principio al acervo de la cooperación política, tanto como al acervo comunitario, bien entendido que habrá que adoptar algunas precauciones durante cierto tiempo ante determinadas decisiones y hábitos adquiridos de la CPE, habida cuenta que no hemos participado en el proceso que a ellos han conducido. No obstante, debemos evitar un exceso de celo en las reservas a presentar, procurando no caer en el extremismo griego, explicable éste por la renuente actitud que Atenas ha manifestado desde el principio.
Un mayor fervor comunitario en el caso español no es óbice para que, como han hecho y hacen varios Estados miembros, juguemos lo que los anglosajones han venido en llamar distracciones extraeuropeas. Latinoamérica y el mundo árabe pueden, en determinadas circunstancias y casos, equivaler a una Commonwealth.
Finalmente, un país como España, de recién. adquirida democracia parlamentaria, consciente de la importancia del pluralismo político, debe contribuir a potenciar el papel del Parlamento Europeo en la CPE. Asamblea que hasta el momento no tiene impacto institucional importante a efectos de la CPE, entre otras razones por su escasa relación con las distintas administraciones nacionales que integran la CEE.
No pretende este artículo exponer un programa de acción español con relación a la CPE, para lo que probablemente necesitaremos todavía años de reflexión y de práctica dada la ventaja en estas lides; que nos lleva la mayoría de los integrantes de la CEE. Podríamos, empero, comenzar a pensar en una propuesta, ni siquiera todavía en una iniciativa en sentido diplomático, que ayudará a crear un clima de opinión que más tarde facilite una iniciativa formal en el seno, de la CEE.
La particularidad hispanoamericana de nuestros intereses y relaciones extraeuropeos podría llevar a pensar que América Latina -más concretamente Centroamérica- podría ser el objetivo más adecuado de una propuesta de tal naturaleza. Sin embargo, la presencia agobiante de una de las dos superpotencias y la todavía inmadura actividad de la propia CEE en el área dificultan la labor.
Estimamos que, por razones geoestratégicas y porque ni Washington ni Moscú tienen en Oriente Próximo hoy en día el peso aplastante que el primero posee en el hemisferio occidental, una propuesta española respecto al problema israelo-palestino podría tener cierta audiencia, especialmente cuando hayamos superado el factor de perturbación que supone la ausencia de relaciones Madrid-Tel Aviv y teniendo en cuenta el creciente interés de la propia CEE por el proceso de paz.
La acción exterior
Desarrolla estas semanas la presidencia italiana en ejercicio de la CPE gestiones encaminadas precisamente a reavivar la atención europea hacia Oriente Próximo. Intereses extraeuropeos de Italia se hallan también en el norte de África, Oriente Próximo y, relativamente, en América Latina. Es probable que de haber sido una España democrática socio fundador de la CEE, la concurrencia de factores culturales, sociales y económicos equivalentes nos habría proporcionado una capacidad de maniobra en el seno de la CEE similar y paralela a la de Italia. Todo ello nos lleva a pensar que de aquí al verano Europa va a redoblar su interés por el asunto. Tal vez por ello, dada la proximidad de la adhesión y el ambiente favorable del futuro inmediato, no sería pretencioso que España realizara algunos contactos y manifestara algunas actitudes al respecto.
La forma y contenido de una propuesta española, así como el momento oportuno y exacto de plantearla, corresponden, obviamente, a la discreción del Gobierno. Estamos seguros de que no se le escapan datos e indicios a manejar en la elaboración de la misma. Datos que incluyen el necesario aprovechamiento de nuestras buenas relaciones con el mundo árabe, incluida la OLP, que -si se practica una política inteligente y, sobre todo llena de contenido, lo que, sobre todo, implica medios economicos- darán su fruto a pesar del primer efecto de rechazo que ha de producir la normalización israelí. Amman, visitado frecuentemente por jefes de Estado y de Gobierno de la CEE, a tener en cuenta. Indicios que muestran el imparable aunque paulatino retorno de Egipto al seno del mundo árabe, que en cierta medida y contra todo pronóstico se encuentra huérfano sin aquél.
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