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FALLAS DE VALENCIA

Un resto de toreo decadente

ValenciaHubo una vez toreros avispados que toreaban poniéndose los cánones por montera, pero que sabían contar la novela de su vida y por eso eran figuras. De ésos comparecieron ayer dos en la corrida fallera y mostraron los restos de su decadencia. Uno triunfó y otro fracasó, lo cual en nada les distingue ante observadores atentos, porque el toreo decadente que exhibieron era parigual. Palomo crispándolo y Manzanares prestándole un barniz de equívoca finura, dibujaban la caricatura de su época gloriosa.

Los toros contemplados de cabeza a rabo, también parecen escapados de aquellos fastos, sólo que en la versión actual aparecieron más enterizos y fieros.

Malo para los decadentes toreros, porque al toro enterizo y fiero no lo han querido ver jamás, y no le iban a hacer fiestas ahora. A la vejez viruelas, eso sí que no. De manera que ambos se pusieron a tirar líneas. Palomo, haciendo público y notorio el nerviosismo que le ataca cuando de torear se trata; Manzanares, gala de su finura, para lo cual se encorvaba así o asá, un arco el vestido de torear hasta medio retorcerlo ante la cornamenta mocha del enlutado enemigo.

Plaza de Valencia

16 de marzo. Cuarta corrida fallera.Toros de Montalvo, sospechosos de pitones, deslucidos. Palomo Linares. Estocada tendida y dos descabellos (algunos pitos). Pinchazo, metisaca en los bajos y estocada baja (protestas). Dámaso González. Pinchazo, media y dos descabellos (salida al tercio). Estocada corta (oreja). José Mari Manzanares. Estocada (silencio). Estocada (oreja).

Tienen el mismo apoderado, Eduardo Lozano, el cual manda en esta feria fallera más que un almirante de la Armada, y los sometió a distinto trato. Para Palomo reservó el toro de más trapío de la corrida, que, el pobre, nada más salir se pegó un porrazo contra la barrera y se quedó de un aire el resto de la lidia. Naturalmente, Palomo se puso frenético con ese toro y lo macheteó por la cara a prudente distancia. Al anterior, más digno de su atención, le había instrumentado los violentos pases que se corresponden con su estilo.

Para Manzanares, el almirante reservó el lote más chico de la corrida, con varia fortuna. Al primero, de corta embestida, el fino torero lo aliñó con desgana. Al otro, que resultó bombón, le hizo una faena profusa y difusa, abundante en derechazos, escasa en naturales; citando en arco, vaciando por delante, en vez de a la caera, como dicta la ley; e incrustando algún que otro circular, en el que procuraba alejarse de las escobilladas astas, caminando presto, paralelo al costillar. Por eso, y por el acierto con la espada (en cuya modalidad sigue tan seguro como siempre), le dieron una oreja. Y es feliz.

Entre tanto, Dámaso González, fiel a sí mismo, iba a lo suyo, que es enlazar altos en cadena -cuando convenía, de rodillas-, pendular junto a los pitones y, en fin, pasarse el toro muy cerca, muchas veces, no al albur de lo que saliera, sino en base a una técnica muy sólida, perfectamente aprendida, que en cuanto se refiere a distancias y querencias la recita, de coro. También ha entrado el honrado Dámaso por los senderos de la decadencia, pero aún no se caricaturiza y la personalidad que trasciende en la plaza es verdadera.

La corrida nos remontaba al último tramo de la década de los años sesenta, que ya creíamos superado. Sin embargo, está claro que continúa vigente. Mientras los apoderados de entonces manden igual que almirantes de la Armada e impongan a sus pupilos, la fiesta no va a cambiar. Con autogestión, tampoco, según se ve.

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