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Política y geometría

(A propósito de un congreso)

Se va a celebrar en varias ciudades de Euskal Herría (Bilbao, Vitoria, Pamplona, Bayona y San Sebastián) un congreso que, por lo que leo en el folleto que me han hecho llegar, va a ser de lo más interesante. Su tema ya lo es: "Sobre los derechos colectivos de las naciones minorizadas en Europa". Naciones minorizadas es, para empezar, una noción que parece bastante problemática, e intelectualmente movilizadora. Por ese hilo conductor, y en la compañía de tan ilustres visitantes como se anuncian, el asunto se presenta bueno. Por ejemplo, aquí encuentro una ponencia sobre el "Concepto esloveno de igualdad de las naciones". Su autor va a ser Samo Pahor, y uno, en verdad, no tiene ni la menor idea de cuál pueda ser este concepto esloveno sobre un problema de tanta importancia. También se presenta como una gran ocasión la posibilidad, en este congreso, de escuchar sendas exposiciones sobre los "Elementos objetivos y subjetivos que configuran la existencia de los pueblos" a representantes de distintas naciones minorizadas; así, Yann Fouere hablará de Bretaña; Lucien Felli, de Córcega; Xosé Manuel Beiras, de Galicia; Walter Luyten, de Flandes; E. Stoll, de Tirol del Sur; Antoni Montserrat, de Cataluña; Claudio Magnabosco, de Aosta; M. Tardif, de Quebec -el tema desborda por este lado el planteamiento europeo- y una congresista no determinada se referirá al problema en Irlanda. Euskadi será un tema que aparezca mucho, por lo que se ve en el planteamiento: por ejemplo, Jokin Apalategi tratará de los "Elementos constitutivos que lo configuran como pueblo". Etcétera, etcétera. La organización reside en la revista cristiana Herria 2000 Eliza y no falta el patrocinio del Departamento de Cultura del Gobierno vasco. Entre los nombres de los participantes, ahí están Félix Guattari y Fernando Savater, Xabier Sádaba e Iñigo Iruin, Sergio Salvi -el autor del conocido libro Las naciones prohibidas- y José Ramón Rekalde, por citar, en parejas convencionales, algunos de los nombres que saltan a la vista. La gama ideológica, en esta lectura del folleto, aparece muy amplia; y no será raro que este congreso haga algo o mucho más que divertirse.Mientras recogía esta información, andaba yo ocupado en una reflexión, más o menos banal, sobre la mayorización de ciertos centros culturales y políticos; y no viene nada mal traer ahora a colación, como comentario a este congreso marciano -marciano porque va a celebrarse en este bello mes de marzo-, estas sencillas reflexiones de un escritor que, por hablar a la valleja o, mejor, a la peruana, anda a la mala -o a la buena, quién sabe- con todos estos asuntos de la existencia y la legitimidad de pueblos y naciones cuya minorización tiene, a veces, caracteres etnocidas, cuando no se trata, pura y simplemente, de genocidios por medio de los cuales determinadas tribus son exterminadas. Nuestra reflexión, ante un congreso tan serio como éste, puede sonar trivial, pero no me importa. ¿Se me permite que, para empezar, diga algo, mejor o peor, sobre Bilbao?

De los bilbaínos se dice un montón de cosas, que si son así o asá; pero una que he oído más de una vez alude a cierta fanfarronería o así que se les atribuye. Yo me río con este tipo de leyendas, sin malicia alguna, pero me divierto, y además pienso que estas leyendas sobre los pueblos a veces encierran alguna pizca de verdad. Que si la retranca gallega, que si la megalomanía portuguesa, que si la avaricia escocesa, por no movernos en este momento del área celta, digámoslo así. Sin embargo, por mucho que uno pueda divertirse oyendo estas tonterías, ya se da uno cuenta

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a veces de que tales leyendas suelen partir de un - centro hegemónico desde el que se tiñe de ridículo lo que es excéntrico o periférico. Desde Madrid -que, por cierto, es mi pueblo- parten muchos de estos rayos satíricos, seguramente producto de la imaginación, no tanto de los madrileños, que somos bastante tontos, como de los madrileñizados, que son peores, pues, una vez asentados en los madriles, como ellos suelen decir, se convierten en unos patriotas madrileñistas, más o menos. Dios te libre de un turolense madrileñizado, por ejemplo. También imagino lo que será un ciudadano de Aix-en-Provence que se sienta parisino. Terrible, seguramente.

Decíamos algo de los bilbaínos, los cuales, según las malas lenguas, son un tanto fanfarrones, con eso de que el champán es el agua de Bilbao y cosas así. La anécdota que yo quería recordar ahora es la siguiente. Le dice una persona a otra: "¿Tú de dónde eres?". Contesta esa persona, con el gesto de quien responde a lo obvio: "¿De dónde voy a ser?". (Esta buena persona es de Bilbao, sin duda alguna. Hasta aquí el chiste.) En realidad, yo le estaba dando vueltas en la cabeza a la noción geográfica y política de centro: vueltas alrededor de ese centro imaginario (geométrico) y real (político) daba uno cuando aparecieron los bilbainos, inopinadamente, en el discurso, con su fantasioso -pero, sobre todo, fantástico- etnocentrismo, por, decirlo con palabras tan gordas que, en este caso como en la mayor parte de los casos, no significan nada.

La consideración de la localidad en la que uno vive como poco menos -o como tal- que centro del universo, es un problema geométrico, geográfico, metafísico, que tiene demasiada tradición en la historia de la especie humana; y ya se sabe lo del giro copernicano que va desmontando, sucesivamente, los tronos o centros de la realidad, de manera que desde la consideración de la existencia de un centro del cosmos, que sería naturalmente aquel objeto en el que habitamos, se llega hasta lo que se ha llamado el individualismo, según el cual cada uno de nosotros sería el centro del universo, y, en los casos más idealistas, no sólo somos cada uno de nosotros ese centro de lo que hay, sino que seríamos incluso el centro de la producción de esa realidad, la cual no existiría, ni más ni menos, sin nuestra actividad subjetiva. La historia de la filosofía anda por estos andurriales, como saben muy bien los que se ocupan de estos tenias, sobre todo en el campo de la vida universitaria. (Bertrand Russell, que fue, como tantos pensadores ingleses, un gran descubridor de obviedades, observó muy bien la impropiedad que había en estimar el pensamiento de Kant como un giro copernicano, dado que Copérnico estableció que el hombre no está situado en el centro del universo, mientras que Kant reivindica al hombre como centro... por lo menos epistemológico, ya que quizá no cosmológico, que esto sería mucho decir.)

Hablando en broma de lo de Bilbao, se puede recordar en serio el espíritu etnocéntrico del que se ven afectadas, más o menos, muchas culturas, empezando por las más primitivas. De alguna población indígena americana actual, entre las muchas que viven aisladas, me contaron que reciben a sus insólitos visitantes como si procedieran de las tinieblas exteriores y que los despiden con grandes llantos, casi como celebrando sus funerales, porque suponen el ámbito que no les es propio como difícilmente habitable y poco menos que infernal. "Es peligroso asomarse al exterior", se leía antes en los vagones del ferrocarril, y Jardiel Poncela escribió, tomando esta advertencia como título, una de sus obras. No hay que decir que el etnocentrismo y sus formas -el chovinismo, por ejemplo- no son, hoy por hoy, reliquias del pasado; y no es el menor de los males que ello sigue produciendo la respuesta cosmopolita a esas etnocentrias. Entre sendas caricaturas -una del patriotismo, la otra del internacionalismo- se mueve esta mala dialéctica, en la que el progresismo parece refugiarse en tesis sin fronteras, cuya expresión más juvenil y popular se oye, a veces, en términos que se pretenden desaforados y rebeldes. El otro día escuché por la radio a un grupo de rock (creo que se llama La Polla Record) que voceaba colérico contra, más o menos, la basura: "Es una porquería", clamaban; y el estribillo machacaba una y otra vez: "¡Un patriota, un idiota!". Ciudadanos de un mundo sin fronteras: tal parece ser el desiderátum que hay en la base de una rebelión humanista desde la que las banderas se ven como meros trapos, o sea que su contenido simbólico es invisible. Sin embargo, parece bastante claro que las tonterías y las regresiones etnocéntricas no son peor cosa que disolverse en una sopa cosmopolita que no sólo señala entropia o nivelación mortuoria, sino que, en las condiciones concretas en que hoy vive la especie humana, esa nivelación estaría cubierta por uno solo de esos trapos: la bandera norteamericana. Ello hace que se pueda defender hoy la necesidad de patriotismos locales -la multiplicación de los centros de poder o decisión- como una instancia contra la muerte, o lo que es lo mismo, contra la indiferenciación. La reivindicación de la diferencia, que en los últimos años se ha desarrollado felizmente, es un reto contra la muerte que se establece sobre la base de los islotes de entropía negativa en que, a fin de cuentas, consiste la vida en el lóbrego cuévano del cosmos: en ese ámbito que, todo hay que decirlo, sólo es terrorífico porque nosotros habitamos en él. Hace falta que haya un pascal -escribámoslo así, con minúscula- para que exista el terror de los espacios infinitos. Sin los pascales, la realidad sería un mero solar indiferenciado.

Hablando ya tan sólo de la realidad política, el problema -más que geométrico, y hasta lamentablemente político- de los centros es, digámoslo así, una cosa mala, a la que siempre se trata de oponer las delicias de la descentralización, concepto que cubre casi, casi lo mismo que el de democratización. "Poder local", he oído. muchas veces en mis fugaces estancias en Cuba; y con qué alegría observaba las descentralizaciones que se producían en un país, Cuba, que, como tantos otros, pasaba de ser una especie de enano macrocéfalo -cuyo cabezón era La Habana- a ir siendo un organismo más equilibrado, con sus centros o cabezas distribuidos en el tejido social. Sin embargo, es seguro que La Habana sigue siendo para muchas cosas un centro privilegiado; o, por lo menos, mucho me sorprendería, y me alegraría, que fuera de otra manera. Los centros burocráticos tienden a reproducirse, a seguir en lo suyo: en su ser centros. Las metrópolis tienden a persistir en su ser, y a engrosar hasta, a veces, proporciones monstruosas. Megápolis como México D. F. ilustran este fenómeno que quizá pudiera llamarse hipercentria.

Hace 40 años, no sólo había que ir a Madrid para resolver la mayor parte de: los problemas administrativos o, desde luego, instalarse en la capital para emprender una carrera literaria o artística, sino que, además, una vez instalado en Madrid, vivir, por ejemplo, en Tetuán de las Victorias era como habitar en un desierto medio lunar a muchos efectos: había que ir al centro para, por ejemplo, comprar unos aceptables pantalones y, sin duda, para ver el estreno de una película o de una obra teatral. Estar descentrado o ser un excéntrico significaba, sin duda, andar mal o estar en malos pasos. ¡Viajar al centro... de la Tierra; descubrir si el centro de la vida estaba en el corazón o en el cerebro; reclamar la condición de centro frente a las desolaciones de: lo periférico, he aquí los movimientos propios del desarrollo humano-social en esta filosofía apenas compensada con reclamaciones descentralizadoras, quiere decirse policéntricas! Así se ha venido produciendo una vida en la que las líneas de atracción han convergido en unos pocos maelstroms políticos, económicos y culturales.

Esta geometría de los centros políticos, económicos y culturales es, en realidad, geografía. El diseño de esta geografía sigue las líneas de fuerza de la historia, cuya línea más progresista habrá de ir, creo yo, en el sentido de un nuevo diseño de las fronteras, que no sólo no habrán de desaparecer, sino que tendrán que multiplicarse en el deseable proceso entrópico-negativo, lo cual, evidentemente, conllevará la multiplicación de los centros de poder o decisión, que es la forma realista de concebir la utopía de la desaparición del Estado, a la cual sólo podrá llegarse -y pocas veces se da una paradoja tan transparente como ésta- por la multiplicación de los Estados, en una reconfiguración política internacional, verdaderamente internacional, es decir, basada en la realidad de los pueblos y de sus culturas: de las naciones realmente existentes, es decir, supervivientes, pues muchas han desaparecido en el curso de los siglos, en la dinámica histórica de los imperios. Así que la izquierda tradicional tendrá que ir enterándose de este asunto: de que es desde los movimientos patrióticos de izquierda desde los que hoy se apuesta por la vida. En esa apuesta, los movimientos ecologistas o verdes no pueden desempeñar más que un papel, si se quiere, importante, pero secundario; y, desde luego, las líneas de fuerza de este proceso no pueden moverse en la viscosa jalea del pacifismo a ultranza, que es el natural y cultural caldo de la opresión. En cuanto al chovinismo de que se tacha a los movimientos patrióticos que se producen en las pequeñas naciones oprimidas -naciones sin Estado, y ello es malo, sí, señor-, no suele ser sino una expresión chovinista "de gran potencia", como Lenin definiría a este tipo de comportamientos políticos.

Releo ahora con mucho gusto a un escritor que desde hace muchos años me parece adorable. Es Oscar Wilde, que en su artículo sobre El guardián Martín, que escribió durante su estancia en la cárcel de Reading, dijo cosas como ésta: "Donde hay centralización hay estupidez. Lo inhumano en la vida moderna es el oficialismo". Cierto; pero tales males -los del centralismo- no se remedian, desde luego que no, con meras descentralizaciones administrativas. Éstas suelen ser un recurso tardío de las políticas centralistas. Es de recordar que para los mambises en lucha por la independencia de Cuba tan grave era la oposición armada del Ejército español como las posiciones autonomistas de ciertos cubanos que, de esa manera, trabajaban inteligentemente por la perpetuación. del dominio español en la colonia.

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