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FALLAS DE VALENCIA

Que viene el coco

Valencia El toro que preocupa al torero es el que embiste, vuelve a embestir, atosiga o, si no es bravo, el que defiende su terreno con lo que tiene a mano, que son los cuernos, y no es por señalar. Es decir, el toro de casta. Los de ayer tenían casta, y cuando saltaban a la arena, veloces y desafiantes, los toreros se advertían: "¡Que viene el coco!".

Los seis eran el coco, y así les fue a los espadas, días atrás tan animosos, ayer tan afligidos, excepto José Antonio Campuzano, que para lidiar al sexto recurrió a su casta particular y le pudo cortar una oreja.La tauromaquia actual, cuando no se explaya en los dos pases consabidos, es una tauromaquia de aflicción. Procede, cuando el toro es bronco, como ocurría con los der marqué, que las cuadrillas los lidien con una brega austera en capotazos, y los diestros los lidien mediante una técnica muletera generalmente agresiva, desde luego siempre activa, que llamamos de recurso, de la que hay amplio repertorio.

Plaza de Valencia

15 de marzo. Tercera corrida fallera.Toros del marqués de Domecq, con trapío y casta, broncos. Dámaso González, pinchazo, estocada atravesada y descabello (silencio); estocada caída (pitos). Julio Robles, bajonazo exagerado (aplausos y saluda con una toalla); media atravesada (silencio). José Antonio Campuzano, estocada baja y rueda de peones (silencio); bajonazo (oreja).

Así procede, pero los toreros se abstienen, o quizá no estudiaron estos capítulos de la tauromaquia. Cuando los toros salen inciertos, broncos, duros, igual que ayer varios der marqué, les sobreviene el desánimo, machetean con desgana, y entran a matar en la suerte de sálvese quien pueda.

Suelen opinar los taurinos que el público actual no comprendería una faena dominadora de corte clásico, como la apuntada, con lo cual olvidan no sólo la belleza natural de esa variante del toreo, sino también la actitud del público, que todavía comprende menos esta tauromaquia de la aflicción.

El vaivén de los pitones

Un espada tan voluntarioso, pertinaz, regular y sacrificado como Dámaso González, vio ayer al coco y trapaceaba espantadizo, sin soportar el vaivén de los pitones en las cercanías de su desaliñada persona. Julio Robles aún liberó traumas frente a la aspereza de su primero, al que se arrimó y consintió en varias series de redondos y naturales. Hubo de rectificar varias veces, sufrió dos desarmes, necesitó un cuadrante entero del ruedo para construir la faena, pero se le agradecía el pundonor. En cambio, la bronquedad del quinto, que cabeceaba violento, le sugirió un trasteo conservador, lo instrumentó insulso y le pegó un sartenazo de los de juzgado de guardia.El tercero de la tarde no debió parecerle coco a José Antonio Campuzano, que inició su faena sentado en el estribo y siguió con un molinete. Al toro bronco y con casta no se le torea así, y eso el primero que lo sabía era el propio toro, que se fue arriba, desarrolló sentido y tomó la iniciativa de torear al torero.

La técnica a emplear no consistía en el alarde para la galería, sino en demostrarle al toro quién mandaba en la arena de la plaza, como había hecho poco tiempo antes Antonio Chacón, reuniendo en la cara de poder a poder y prendiéndole un soberano par de banderillas.

Tan desacostumbrados están los toreros al toro de casta que le ven extraños defectos. Del sexto, que pretendía enseñorear su fiereza a costa de los humanos vestidos de luces, unos decían que era ciego, y otros, sordo. Ni ciego ni sordo: fue un toro encastado y noble, con el que se descaró Campuzano, y si bien en los naturales no conseguía acoplarse, le ligó muy buenas series en redondo. Campuzano se ganó una oreja que nadie le va a discutir, pues cuando el toro tiene casta y trapío, todo lo que se le haga tiene importancia.

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