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Entrevista:Las nuevas españolas

Eva

Llevaba uno semanas, meses, buscando a Eva, la amiga rubia que dejó los seguros y la calle Cedaceros, la seguridad burocrática de Cedaceros, para hacer por la noche madrileña hasta cinco strip/tease diarios, en distintas salas. Es a la que más llaman. "Yo había ido un año a Valencia, Paco, de vacaciones, y allí conocí a un hombre, un profesional de esto, que me enseñó todo lo que sé, que me convirtió en artista. A aquel hombre se lo debo todo". Y ya estamos aquí, estribaciones de la Gran Vía, King Club o algo así, reino profundo de Alberto, con 19 chicas "haciendo sala", blancas y negras, rubias y morenas, niñas y adultas. Primero fueron las noches del puerto en seco que es Madrid, escoltado yo por Gigi, el gigante milanés, a la busca de Eva, entre un diez y un quince por ciento de enfermedades venéreas entre el personal femenino de Barco/Ballesta, que aquí ya no es, que esto es ahora discoteca, que no alboroten, por favor, que aquí ya no hay mujeres, que se vayan ustedes a otro sitio, por muy altos que sean, Eva ya no vive aquí.Pero Eva no hace sala, yo creo que nunca ha hecho sala, "hacer sala", en el argot del lenocinio (que uno comenzó a estudiar en la memorable revista Hermano Lobo y en el libro Las respetuosas), hacer sala, digo/decía, es alternar con los clientes, estar al al descorche y al tres por ciento de las consumiciones. Eva, flor del fango tiene en sus ojos claros los infortunios de la virtud, y nunca ha tenido que enviar ninguna braga a la tintorería, por culpa del fango "O sea, que no te salpica". "Eso" Los maitres de estos sitios decadentes, parados en la melopea de Nat King Cole, le dan fuego a Eva cuando enciende el cigarrillo, lo cual es condecorarla de llama ponerle una medallita de fuego, porque a las otras, a las que hacen sala, no les dan lumbre, nunca les dan lumbre, anda ahí que se operen, faltaría más, oiga, y usted que lo dija, jefe. "¿Cuánto empezaste ganando en esto?". "Tres mil pesetas por noche". Eva, nú querida Eva, perdida y encontrada, es rubia/verdá, innecesariamente verdá en este mundo de rubias nocturnas que se tiñen la cabeza como si fueran a incendiársela. Luego, cuando se desnude en su número final y apoteósico, veremos que también es rubia de vello, o sea que no hay engaño, sino unos ojos claros, serenos y secretamente duros. Eva. "Pero cuidado con lo que escribes de mí, que tú eres un niño terrible". "Un anciano terrible, perdón". El pecado nocturno y subterráneo huele a peluche frío y música/70. El pecado nocturno y subterráneo sabe a whisky violento y mujer fuerte. "El secreto de un desnudo". "Los zapatos de tacón".

La señora del tabaco y el guardarropa va de rulos y delantal largo, como la gobernante de un balneario muy de derechas. La señora de los lavabos va de luto y cojera. Las chicas que hacen sala y estrip/tease, las chicas que hacen sólo estrip/tease, las chicas que solamente hacen sala, van llegando, cansinas como jacas que han corrido la noche, bellas y desgualdrajadas, inevitablemente baudelerianas, qué le vamos a hacer, "malas musas bestiales y profundas que dan de beber agua de sueño a los grandes desvencijados" de provincias. Las negras se juntan con las negras, las artistas con las artistas y las chicas de sala con las chicas de sala. Don Carlos, sentimental, no previó la lucha de clases y de razas en un cabaret que justamente pone a la puerta "Cabaret".

-¿Y qué sentiste la primera vez que te quedaste en bolas ante el público, Eva?

-Una cosa muy rara, no me atrevía a moverme, ahora ya me da iguaL

Eva, rubia de ojos azules, más duros que serenos. Ojos de una dura serenidad. Eva, entrañable Eva, dócil y suave, en el trabajo, cuando Dios quería. Sé que ahora está ganando 6.500 pesetas por noche, aunque ella no me lo dice. La siguiente, Candy, complicadamente española, adolescente, erizada de idiomas y de quiebros, está en las 5.000 noche, más el 3% en la consun-úción, como, más o menos, ya se ha dicho. Pero Eva, repito, no hace sala. En Londres las ha visto uno, "chicas con la maleta", las llama Gigi, lleno de toda la tristeza de los gigantes, con el maletín de una sala a otra, repitiendo su strip/tease, las más reclamadas. Esto se llena viernes y sábados. Pero los matrimonios dejan menos pela y las señoras son muy critiqueras:

-¿Las señoras son muy critiqueras, Eva?

-No hacen más que sacarle faltas al cuerpo de una. Son más exigentes, claro. Los hombres se contentan con cualquier cosa.

En cambio, hay días/noches como hoy, raleados de público, en que puede surgir el cliente loco que se deja cien mil pesetas en un momento. "Hasta ahora, el tope lo tenemos en un mejicano, que una vez se gastó aquí millón y medio, y encima no hizo nada". El que no hizo nada quiere decir, supongo, en mi ignorancia de estos delicados mundos, que ni siquiera ejerció el derecho de pernada a que le permitía acceder su millón dilapidado. Y advierto, por la manera de contármelo, que aquel mejicano es el sueño/ensueño de esta dulce cueva nocturna, que ya nadie sabe si lo del mejicano fue mentira o verdad, que se citan aquí cada noche, hombres, mujeres, camareros, maitres, barmans, blancas y negras, con la esperanza de que vuelva a aparecer el mejicano con los dientes cubiertos de oro y la chequera reventona de dólares. Ya dijo Ortega que el hombre sólo tiene proyectos líricos. Y mayormente la mujer, aunque haga sala. En esta sala han actuado Cipe Linkowski y Nacha Guevara, las dos judías argentinas del show internacional. De modo que el sitio vive también del prestigio remoto e intelctual de lo que pudo haber sido y no fue, como canta ahora mismo la estereofonía cansada y un punto agria de la sala.

-¿Cuántas maneras tienes de hacer el strip/tease, Eva?

-Ocho o diez. Yo misma me monto los números y me renuevo, aunque siempre sobre lo que me enseñó aquel valenciano.

-Esto es un mundo muerto.

-Completamente. Pero también estaba muerta la revista y ha vuelto. Habría que renovarse.

Desde los tiempos ya no inmediatos de Oh, Calcutta se impuso en escena el desnudo directo, integral y de entrada. Se trataba de hacer una comedia en bolas, como si los personajes estuvieran vestidos. Pero la carne en seguida se vuelve atuendaria y la gente se acostumbró. "La carne es triste (Mallarmé) y he leído todos los libros".

-¿Cómo decías, Umbral?

-No, nada, Eva, hablaba en francés.

-¿Por practicar?

-Eso, por practicar. Al cabaret se viene a practicar. Sobre todo a practicar idiomas.

(Candy, que es una niña, 24 años -ella confiesa 22-, habla rápido y mal media docena de lenguas y, después de que me ha dejado completamente babelizado, se va con las negras, al alterne y el descorche.) "Y el mejicano de oro?". "A lo mejor, una noche, vuelve el mejicano". El mejicano legendario va siendo ya, para la memoria colectiva de este club/ cabaret, algo así como el aventurero mítico de Willy Loman en La muerte de un viajante. King Club, beaterio de las arrecogías de Santa María Egipciaca, aunque no parece probable que vaya a caer por aquí el admirable Martín Recuerda. Ellas están modositas, en tertulia, al margen de los tantos por cientos clínicos que da la OMS. Tras el strip/tease de Candy, sencillo, ingenuo, como de colegiala ante sus compañeras de dormitorio, tras el strip de una mujeraza/morenaza a tope, tras todo el pase, cierra el espectáculo Eva, la secretaria de la compañía de seguros de la calle de Cedaceros, transmutada en una vaga Marilyn de playback, traje rojo, blanco, ceñido y brillante, con el seno derecho, rubio y armónico fuera. Una entrada un poco Hollywood-. Luego, Eva se desnuda, juega en unas barras metálicas, enciende luces que le iluminan lo que Henry Miller iluminaba con una linterna, antes del amor, como un Sade a pilas. Comprobamos, así, lo que ya sabíamos: que Eva es rubia, íntimamente rubia, secretamente rubia. Eva tiene un cuerpo de lámina de dibujo de Escuela de Arte y Oficios Artísticos, un cuerpo como imaginado por un Ingres sin inspiración y sin cisne: un bello cuerpo. Y la piel dorada, suave de mirar, como sus movimientos. Eva consigue recordanos que somos caballeros, y caballeros -ay- todavía en ejercicio. Después del strip/tease viene a nuestra mesa, oliendo a cuerpo de oro modesto y aireado. Los maitres, sí, vuelven a darle lumbre: ella no hace sala. La secretaria de Cedaceros es una Justine que seguramente no ha leído a Sade y que bordea los infortunios de la virtud sin consentir, como hubiera querido Robert Graves, que "nos devoren todos los venenos que acechan en el fango". Habría que terminar esta crónica de la noche, el strip/tease, el lenocinio, los señores de provincias y la industria de la negra, o de la blanca, con la bastardilla bastarda de la moraleja, una cosa entre feminista y progre: modernas esclavas del siglo XX, servidumbre humana y otros títulos de aquella tortuga literaria de segunda que se llamó Somerset Maugham. Pero a uno le entra como un soplo de escepticismo en el corazón cuando tiene que escribir esas cosas. Uno cada vez lo encuentra todo más lírico, absolutamente lírico, por demasiado temporal o por intemporal. El strip/tease se ha quedado tan kitsch como un recital modernista de Berta Singermann. Las profesionales parecen señoritas que van a echar versos desde el escenario, pero luego se quitan la braga, que es cosa que nunca se les ocurrió a las rapsodas pelmazas. El strip/tease ya no cree en sí mismo, pero aguanta cada noche. Casi como uno. "El mejicano, si volviese alguna noche aquel mejicano que dejaba un millón". "Eso, el mejicano".

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