Conocer la naturaleza, amar la naturaleza
La educación ambiental es algo más que enseñar biología
Los problemas ambientales suelen tener difícil arreglo. Muchas veces no se trata tanto de los costes económicos o sociales que acarrea su solución como sencillamente de pensar en ellos, de ser conscientes de que existen. El desconocimiento del hombre urbano sobre el mundo natural que le rodea crea en él una indiferencia que se traduce en conductas poco favorables para la conservación de la calidad del entorno. La educación ambiental intenta modificar este panorama promoviendo un cambio en la información, las ideas y los hábitos de las personas de modo que sean más conscientes de cómo sus actos cotidianos pueden ayudar a mejorar o empeorar la contaminación de los ríos o el aire de las ciudades, la limpieza de los montes o la protección de las especies. Intenta enseñar, en una palabra, la responsabilidad que tiene nuestra generación de no destruir el patrimonio natural que hemos heredado.Al principio el objetivo de las campañas de educación ambiental era inculcar en los ciudadanos una serie de consignas sobre cuál debía ser su comportamiento respecto a la naturaleza. Eran aquellos tiempos de Proteja el monte, Mantenga limpia España y Cuando el monte se quema, algo suyo se quema. No se planteaba la necesidad de conocer más a fondo la naturaleza, de entenderla, de saber cómo funciona y llegar así a crear un respeto y un amor por ella. Poco a poco se vio que esas campañas eran poco efectivas. En sus orígenes, además, se confundió la educación ambiental con la enseñanza de las dísciplinas relacionadas con el medio ambiente.
Fuente de sorpresas
Hoy día, sin embargo, se van corrigiendo los antiguos errores. La educación ambiental no se concentra tanto en la enseñanza como en el aprendizaje, ni se basa tanto en el conocimiento como en el afecto. Se considera que lo primer que debe aprender una persona que desee conocer la naturaleza es aprender a mirar, a oler, a oír, aprender a percibir lo que existe a su alrededor y aprender a amarlo. Debe fijarse en cómo son las piedras, qué aspectos tienen los árboles, qué sensaciones le rodean cuando cierra los ojos y qué tacto tiene una encina. Interesa más una naturaleza vivida desde uno mismo que una naturaleza explicada por un docto profesor. La naturaleza es una fuente inagotable de sorpresas y sensaciones. Por poca curiosidad que uno posea, al contacto de lo vivo nos surgirán infinidad de preguntas. Al buscar y hallar respuestas poco a poco podremos ir conociendo cómo funciona el mundo natural. Distinguiremos los cantos de los pájaros, sabremos por qué las ovejas pacen en unos lugares y no en otros, dónde crecen las retamas, qué aspecto tiene el labiérnago y cuál es esa brillante mariposa. Seremos capaces de interpretar los signos de nuestro entorno. Nos habremos hecho hombres más cultos.
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