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Una santa del siglo XX

María Goretti, un mito en entredicho

Un libro de próxima aparición mantiene que su agresor, Alessandro Serenelli, era impotente

Prefirió la muerte al estupro. Sobre la historia de María Goretti, una campesina de apenas 12 años de edad, la Iglesia erigió el mito de la santa más popular del siglo XX. Los tristes hechos ocurrieron el 5 de julio de 1902; 48 años después, Pío XII llevaba a los altares a aquella campesina. Hoy, el historiador Giordano Bruno Guerri pone el caso en tela de juicio: su asesino -Alessandro Serenelli- era impotente. La revista italiana Panorama adelantó el contenido del libro.

"Hay que conceder a las pasiones, o sea, a las vidas de los santos, su dimensión histórica verdadera" (del Concilio Vaticano II). Curiosamente, quien se ha dedicado a seguir sin ambages el dictado de los padres de la Iglesia ha sido no un religioso, sino un laico, un joven historiador que se autodefine agnóstico, Giordano Bruno Guerri (de 34 años, autor de numerosas vidas de personajes del fascismo), que ha realizado una segunda lectura crítica de la historia de una de las más recientes santas del calendario, María Goretti, virgen y mártir, y que ha llegado a poner en duda su santidad.Con el método de un detective y el escrúpulo científico de un historiador, Guerri ha vuelto a airear la vida (breve, ya que María murió cuando apenas contaba 12 años), la trágica agonía y el complejo proceso que la condujo, sólo 48 años después de su muerte (5 de julio de 1902), a los honores de la santidad, proclamada con gran pompa por Pío XII en un radiante 24 de junio de 1950, como culminación del año mariano.

El interés del historiador por la joven campesina de los pantanos Pontinos se reveló en 1981, cuando, por azar, fue a parar a la desagradable iglesia de Nettuno, a pocos kilómetros de Anzio, frente a la que decenas de autocares descargaban hordas de turistas en peregrinación al santuario que conserva los restos de santa María Goretti. En el altar, aprisionada entre dos planchas de cristal, reluce la estatua de cera de una hermosa joven dormida, de largos cabellos (verdaderos) castaños, de mejillas llenas, de rasgos delicados y pies diminutos que escapan de un vestido de seda blanca.

Guerri era consciente, tras sus investigaciones sobre la población que habitaba los pantanos Pontinos entre los siglos XIX y XX, de que una criatura tan celestial no podía ser hija de una tierra tan mala, devastada por el paludismo, sojuzgada por una miseria que hacía que los hombres fueran más salvajes que los animales, deshechos, eternamente hambrientos, obtusos. Gentes que vivían en una promiscuidad increíble, en una suciedad que cubría como una costra sus cuerpos y endurecía sus ropas. De esas primeras dudas arranca Guerri en su libro Pobre santa, pobre asesino (que la editorial italiana Mondadori publicará en corto plazo), un titulo que ya anticipa el sentimiento de pena que embarga al autor, el mismo para la víctima que para su agresor, Alessandro Serenelli, ambos hijos de la misma miseria, ambos objeto de un montaje propagandístico idéntico.

Ambiente de miseria

Antes de adentrarse en el análisis comparado de las actas de los procesos penal y canónico (que revelarían contradicciones infinitas), Guerri estudia y describe el ambiente (en su dimensión histórica, económica y, sociocultural) en el que se desarrolló este sangriento suceso. De hecho, su primera preocupación consiste en trazar el perfil de la anónima vida de María Goretti, un personaje que sólo es conocido tras su muerte. "No se sabe nada de ella: ni su personalidad, ni su forma de pensar, ni su inteligencia", dice Guerri. "Escarbando en sus 11 años y medio de vida, decenas de biógrafos de buena voluntad no han conseguido más que recopilar una docena de frases de una superficialidad patética".

De baja estatura (no alcanzaba 1,30 metros), raquítica, casi jorobada, de piel amarillenta, de cabellos ásperos cubiertos de piojos, siempre tapados por un trapo negro, perennemente descalza, con un solo vestido de algodón sucio -debajo del cual no llevaba nunca nada- y un jubón de lana basta, María era una niña que sólo sabía lo que era la penalidad. De hecho, era la sirvienta no sólo de su numerosa familia, sino también de los tres Serenelli (padre y dos hijos), que compartían la pobre casa de los Goretti. Su único momento de alegría fue el día de su primera comunión, cuando la vistieron de blanco, con zapatos y una coronita de flores del campo en las sienes, y se celebró una comida especial. Sin embargo, aquel primer contacto con Cristo no parece que iluminara mucho su fe si, como se piensa, después de aquel 16 de junio de 19011, María sólo había comulgado una vez antes de recibir la eucaristía, que le administrara un padre pasionista en el momento de la extremaunción. Alessandro Serenellí era un joven muy tímido, esquivo, rudo, necesitado de afecto, pero incapaz de solicitarlo; un carácter (lo dirá el informe pericial psiquiátrico durante el proceso penal) que a los 19 años "sentía un ansia de sexo incontenible como un estornudo". Su vida no era muy distinta de la de María. Conocía dos tipos de evasión más de los que conocía ella: la masturbación y la lectura repetitiva (había ido a la escuela primaria) de páginas viejas de Il Messaggero y de Tribuna Illustrata. Asaltó a María en la cocina de la casa, en pleno día, dispuesto a desfogarse sobre la niña, a la que, según parece, ya había provocado otras veces, sin éxito.

La empujó sobre un banco, le levantó el vestido e intentó poseerla. María resistió, agitándose y gritando: "A Dios no le gustan estas cosas. Irás al infierno". Pero ante la vista del punzón que Alessandro blandía amenazante sobre ella dejó escapar un "sí, sí, sí" aterrorizado. ¿De verdad estaba dispuesta a ceder? Éste es el punto que despertó más dudas y controversias durante el proceso de beatificación, pese a que Alessandro, con el paso de los años, se hubiera retractado al transformar aquel "sí, sí, sí" en un "no, no, no". De todos modos, aquel sí no salvó a María de las puñaladas con las que Alessandro, al darse cuenta de que no conseguía penetrarla sexualmente, le abrió el vientre.-

Alrededor de su lecho, en el hospital de Nettuno, al que la joven llegó agonizante horas después, se creó en seguida una atmósfera extraña y excitante, mística, como una premonición del martirio que la Iglesia reconoceiría 50 años después. La única preocupación real de su madre, de las mujeres piadosas, de los curas y monjas que la agobiaban con jaculatorias e invocaciones era hacer que pronunciase el perdón cristiano de su asesino. Al fin, exangüe, consiguió decir: "Los perdono a todos".

Silencio inicial

Pese a que la imaginación supersticiosa de la gente de los pantanos vio en seguida la mano de Dios en el excepcional del suceso, ni la Prensa ni la Iglesia le concedieron la mínima atención. El único que ensalzó el gesto de Matía, fue el semanario católico La Voce di Roma, pero lo hizo sólo durante la polémica con la publicación anticlerical Il Messaggero, que en esos mismos días había dedicado sus paginas al doble suicidio de una pareja de amantes frustrados... Y los propios dignatarios eclesiásticos echaron. tierra sobre el entusiasmo de los pasionistas, esgrimiendo objeciones idénticas a las que hoy conducen aí historiador a dudar de una verdadera voluntad de martirio en la niña.

"Nunca se ha podido demostrar, de hecho, hasta qué punto aquella niña zafia estuviera en condiciones de comprender la difeirencia entre el mal y el bien o el valor religioso de la virginidad", afirma Guerri. "¿Su rechazo fue un gesto consciente de martirio dictado por la fe o más bien un impulso de defensa que cualquiera, y sobre todo un niño, siente ante la brutalidad vulgar de un hombre adulto?". La teoría del historiador es que María tuvo muy mala suerte. Las cuchilladas fueron un mero accidente, asestadas por un exaltado que las vivió como sustitución del coito que no conseguía realizar. De hecho, los psicoanalistas hablan de "coito desplazado". Serenellí era impotente; tanto es así que murió, a los 89 años, tan virgen como María.

Pero precisamente la Iglesia hace alarde de la virginidad de María Goretti (aireando la idea del martirio) cada vez que necesita reafirmar, utilizando a un personaje tan ejemplar y popular como ella, una moralidad que ya no resiste los embates de los nuevos tiempos.

"Cuando los aliados llegaron a Roma, parecía que los acompañase el demonio", escribe Guerri. "Se acortaron las faldas, se bailaban danzas obscenas al ritmo de músicas indecentes, se difundían los anticonceptivos junto a los nuevos y perniciosos modos de Vida". Precisamente en 1945 (el 25 de marzo), el papa Pío XII -dio visto bueno -que ya casi no se esperaba- para que se iniciara la beatificación de María Goretti, que durante años encontraba continuos obstáculos en el Vaticano.

María Goretti, utilizada por la Iglesia con fines propagandísticos, manipulada en el más puro estilo kitsch (por los padres pasionistas de Nettuno) para dar lustre a un santuario periférico, citada pop los confesores y guías espirituales como modelo supremo de virtud cristiana sirvió también, curiosamente, a los fines de aquel anticlerical recalcitrante y mujeriego que fue Mussolini. En 1934, para dar una heroína local a los

María Goretti, un mito en entredicho

colonos del Véneto y la Emilia que habían ido a poblar los pantanos Pontinos, ya saneados (y que se peleaban por la supremacía de sus santos respectivos), autorizó al conde Orsolini Cencelli, presidente de la Opera Nazionale Combattenti para que financiase a los pasionistas, que carecían de los medios necesarios para poner en marcha el proceso de canonización.Parece como si el poder hubiera sentido la necesidad de dar a las grandes masas campesinas de la Italia agrícola una santa a su medida. El intelectual y patricio Pío XII lo comprendió muy bien: no por azar hizo hincapié en que "la breve existencia de María Goretti reflejaba el destino de millones de buenos italianos".

Apoyo de Berlinguer

Ya que los santos pertenecen no sólo a la Iglesia, sino también a la realidad social que los ha producido y ensalzado, no hay que asombrarse de que, incluso un comunista ortodoxo como Enrico Berlinguer, durante los años cincuenta, cuando era secretario de la FGCI, propusiera (junto a la guerrillera Irma Bandiera) a María Goretti como ejemplo para las jóvenes comunistas. Hoy, una María Goretti no tendría mucha aceptación. "Incluso la Iglesia, con su oportunismo, ya está pensado en beatificar una mártir obrera, Petrina Morosini", precisa Guerri.

Pero en los años cincuenta "la propuesta de Berlinguer no parecía anacrónica", sostiene Vittorio Messori, católico, autor de numerosos éxitos de venta sobre temas religiosos. "María Goretti, desheredada y explotada incluso por los no creyentes, representaba siempre un ejemplo de coherencia, de valor, de dignidad femenina. Paradójicamente, yo la propondría hoy mismo como patrona de las feministas, que tanto luchan contra la violencia Sexual".

Pero aunque se quiera justificar lo injustificable, es dificil de todos modos aceptar como milagros (en esa época, cada beato debía de realizar por lo menos dos antes de poder tener acceso a la santidad) esas modestas demostraciones de poder que la Igiesia atribuía oficialmente a la pobre Goretti: una pleuritis exudativa de origen tuberculoso, curada cinco días después de que la enferma ingiriese el pétalo de una flor depositada sobre el féretro de la virgen, y una equimosis (confundida con un hematoma) en el pie de un obrero, que se curó media hora después de que se le apareciera la virgen en sueños. Sin contar, naturalmente, con los numerosos prodigios familiares, que la madre de María, Assunta Goretti, era la única en reivindicar.

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