La cultura española en el extranjero

No puedo menos de manifestarle mi complacencia por el editorial del domingo día 10 La cultura española en el extranjero. Mi complacencia ha sido mayor al haber recibido dos días antes su atenta carta en la que se justificaba la no selección de la que le había enviado para la inclusión en esta sección, y que básicamente coincidía en tema y términos con el editorial.Me hubiera gustado, no obstante, que también se hubiera mencionado el hecho de la reciente supresión de la Escuela Española de Historia y Arqueología de Roma, razón de las líneas dirigidas a usted. Este centro era una de las poquísimas instituciones españolas con que contábamos los historiadores españoles en el extranjero para intentar tanto superar el carácter casero de la investigación española como situarnos a la altura de la investigación histórica de otros países. Tal supresión tiene todavía repercusiones más serias al ser, de hecho, un paso más en la retirada de España de esta ciudad donde su presencia fue importante e influyente, y donde las escuelas y academias de otros países, mimadas y bien programadas, están olvidando el papel destacado de la cultura española en el mundo latino.

El hecho de la supresión de la Escuela Española supone una falta de tacto y un error difícilmente reparable, pues al mismo tiempo que nos replegamos en la mediocridad de nuestros círculos domésticos de investigación, lo cual es incomprensible en los momentos históricos actuales, desperdiciamos una de las pocas posibilidades para entablar un diálogo inmediato y continuado con la investigación de otros países, hecho del que lo menos que se puede decir es que es paradójico.

Con gestos como éste no hacemos otra cosa que mantener la incapacidad para generar una investigación histórica actualizada, rechazamos un medio adecuado para hacer llegar de forma más fácil las aportaciones específicas españolas a la cultura de otros países y, lo que es peor y resulta más bochornoso, seguimos resignándonos a no saber contrarrestar de forma convincente y por todos los medios disponibles la imagen tendenciosa y falta de objetividad que tradicionalmente ha zarandeado la visión de la propia historia española.

La presencia de la Escuela Española de Historia de Roma, sin que supusiera el remedio total al problema de la investigación histórica en nuestro país, estaba llamada a mejorarla y a difundirla al menos de la misma forma y en la misma medida que las escuelas de otros países, presentes en Roma, lo están realizando.

Espero que mis líneas, esta vez más breves, obtengan la oportunidad de testimoniar públicamente mi adhesión y aportar una información, silenciada en la Prensa española, al importante editorial desu periódico.-