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Tribuna:ANÁLISIS
Tribuna
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El futuro de Europa

El pasado fin de semana tuvo lugar en el Palacio de Congresos de Berlín un foro sobre La paz en una Europa dividida, convocado en el marco unitario de los movimientos pacifistas europeos, a partir de una iniciativa surgida en la conferencia celebrada en Perusa (Italia) el año pasado. Asistieron más de 150 personas de diversos países, con un alto porcentaje de jóvenes. Junto a varios diputados del Parlamento Europeo y numerosos verdes se sentaban militantes socialistas y comunistas, ecologistas y feministas.

La idea del foro berlinés sobre La paz en una Europa dividida era lograr una discusión "desde abajo", que reflejara las preocupaciones sentidas por sectores amplios de la izquierda europea. Dividido el trabajo en comisiones, los ponentes de la que trabajó en francés fuimos Jiri Pelikan, checo, ahora diputado del Partido Socialista Italiano en el Parlamento de Estrasburgo, y yo mismo. Hubo dificultades en la representación de los países del Este -casi todos los participantes eran emigrados- y no pudieron ir representantes de los grupos pacifistas independientes húngaros, que en cambio habían estado en anteriores ocasiones en Milán y Perusa. Pero dos textos grabados por Jacek Kuron y Jaroslav Sabata en Varsovia y Praga fueron básicos.La reunión tuvo tres ejes principales: 1) La necesidad de superar la etapa de los movimientos pacifistas centrada exclusivamente en la lucha contra el arma nuclear, etapa que en cierto modo ha terminado con un fracaso. Resulta cada vez más evidente que incluso para avanzar hacia la meta de una Europa sin armas nucleares es inevitable abordar otros componentes políticos de la seguridad. 2) El imperativo de una ligazón más efectiva de los movimientos pacifistas occidentales con las oposiciones en los países del Este, con los grupos que comparten los mismos ideales pacifistas, ecológicos, antinucleares, pero que no pueden aceptar campañas exclusivas contra el armamento nuclear si desde Occidente no se apoyan sus demandas de libertad y derechos humanos. 3) Sin embargo, reunidos en Berlín y a los 40 años de Yalta, el tema principal fue lógicamente el de la división de Europa y los caminos para superarla.

A pesar de que el foro no pretendía llegar a ninguna conclusión, creo posible indicar que hubo una convergencia bastante general en un punto: a los 40 años del fin de la guerra no es posible eludir el problema político que supone la permanencia de una división de Europa, derivada casi directamente de las ocupaciones militares. Como ha escrito André Fontaine, el nuevo director de Le Monde, "no hay reparto eterno". En ese orden, las tesis más conformistas y académicas, que insistían en que la división en bloques militares, incluso el arma nuclear, ha facilitado 40 años sin guerra en Europa, fueron objeto de críticas tajantes. La actual situación europea se basa en la subordinación del continente a las dos superpotencias. Pero ¿hasta cuando será aceptable tal solución? Sin duda la presencia de EE UU y de la URSS en sus zonas reviste formas diversas. En un texto de la profesora británica Mary Kaldor y del secretario general del Consejo Interiglesias por la Paz de Holanda, Mient Jan Faber, se distingue la hegemonía norteamericana y la dominación soviética. Pero en todo caso, un sistema de paz sólido exige que Europa recupere su personalidad propia, su papel independiente en el mundo. Muchos participantes rechazaron los excesos de realismo y reivindicaron el derecho a propuestas incluso utópicas; se entiende, utopías que no sean pura ilusión, sino futuros posibles, aunque a largo plazo.

En ese marco, el problema alemán se colocaba en el centro de la polémica, y apareció una especie de nacionalismo de izquierda, aunque tengo mis dudas sobre la propiedad de este término. Se nos hizo, desde luego en un clima amistoso, la pregunta provocadora: ¿tenéis miedo de los alemanes? Un francés contestó: "No de los que tienen más de 60 años". Era eludir el tema. Lo importante de estas tendencias jóvenes es que no plantean problemas de fronteras, de revancha, como el nacionalismo alentado, si bien con -timidez, por el canciller Helmut Kohl. Sobre todo, no eluden el problema del pasado negro de Alemania, del hiflerismo. El Partido Verde ha convocado una ceremonia en el campo de Dachau para el próximo 8 de mayo. Lo que empieza a plantearse como algo inaceptable, al menos como perspectiva, es una división eterna de Alemania, impuesta por otros, desde fuera. Es una protesta contra el régimen sin libertades impuesto en el Este por los soviéticos, pero a la vez contra un condicionamiento total de la política en Occidente por la extrategia militar de la OTAN, es decir de EE UU.

Estamos ante un nacionalismo europeísta, antimilitarista, pacifista, democrático (de ahí la dudosa adecuación del término). Es, piaes, un enfaque que engarza orgánicamente el problema alemán con el de la búsqueda de nuevos caminos para superar la división de Europa y garantizar su seguridad. Helsinki está bien como confirmación de las fronteras, pero no si se interpreta como garantía del statu quo, de los regímenes políticos y de la división en bloques militares.

Zona desmilitarizada

En ese orden, la propuesta quizá más interesante estaba en el texto de Kuron, sobre la creación de una zona desmilitarizada y neutralizada que abarcaría a Polonia, las dos Alemanias, Checoslovaquia y eventualmente otros países. Hoy por hoy puede parecer una simple fantasía. La idea de esta zona choca de frente con las concepciones estratégicas de EE UU y de la URSS.

Si en vez de una política bipolarizada y militarizada al máximo, se abre paso un pensamiento internacional basado en soluciones de seguridad mutua ligadas a formas de cooperación, la posibilidad de creación de zonas de ese género dejaría probablemente de ser ilusoria. A la URSS, por de pronto, le garantizaría condiciones objetivas de seguridad. Sobre la conveniencia de mantener artificialmente intactos regímenes sin respaldo popular, la opinión en Moscú puede no ser inmutable. Tampoco la de Washington sobre la necesidad de tener Pershing 2 en la RFA. Cumple agregar que la socialdemocracia alemana propugnó una idea no distante de la de Kuron hasta 1958; luego vino la etapa de entusiasmo por la OTAN, pero ahora la conveniencia de estudiar nuevas fórmulas se manifiesta sobre todo en sus sectores más jóvenes.

En todo caso es sano que se levante, en el seno de la izquierda europea, el tabú sobre el problema alemán. No se puede olvidar que 15 años después del tratado de Versalles Hitler levantó a millones de alemanes contra la "injusticia" de dicho tratado. A los 40 años de Yalta y Potsdam, nada semejante apunta en Alemania.

Pero si no se preparan soluciones europeístas, democráticas, de paz y seguridad, aumentará el peligro de un despertar de viejos demonios. Imaginemos que un fenómeno tipo Jean Marie Le Pen surge, no en Francia, sino en Alemania. ¿Quién estaría tranquilo? Quizá estrategas que en Washington y Moscú sólo saben pensar en términos nucleares. Pero tal pensamiento puede preparar la destrucción de Europa, no su futuro.

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