_
_
_
_
Tribuna:TEMAS DE NUESTRA ÉPOCA
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Libertades en Europa

Tomemos o no partido, estamos acostumbrados a que en los países del Este y en la mayoría de los del Tercer Mundo derechos y libertades se vean sometidos a los poderes discrecionales de las fuerzas políticas que controlan el Estado. Pero estamos mal preparados para aceptar el hecho de que también se encuentran amenazados en el Oeste, en los países que se autoproclaman campeones del mundo libre. Éste es un asunto difícil de asumir, debido a que hay implicaciones humanas dramáticas que no soportan que nos limitemos a declaraciones de principios.Ahora bien, es imposible ignorar que desde hace unos 10 años hay todo un grupo de derechos y libertades, toda una serie de espacios de libertad, que no han dejado de perder terreno en Europa. Basta atenerse a lo que se les hace a los inmigrados o a las distorsiones que acaba de sufrir en Francia el derecho de asilo político para constatarlo. Pero esto resulta también evidente si, saliéndonos un poco del juridicismo estrecho, consideramos la evolución concreta del derecho a disponer de un mínimo de medios materiales de vida y de trabajo para decenas de millones de personas en Europa (desempleados, jóvenes, ancianos, etcétera); del derecho a la diferencia para las minorías de todo tipo; del derecho a una expresión democrática efectiva para la gran mayoría de la población.

Un reflejo de militante, que se remonta ya, evidentemente, a otra época, podría llevar a que se objetara el que no se pueden poner en el mismo plano conflictos relacionados con las libertades jurídicas y formales y la conquista de nuevos espacios de libertad, que tienen que ver, sobre todo, con las luchas concretas. Teniendo en cuenta que la justicia no ha estado nunca por encima de lo que ocurre en la sociedad, que la democracia siempre está más o menos manipulada, no puede esperarse nada, o muy poco, de la primera, mientras que está todo por hacer en cuanto a la segunda.

Menos que nunca, no deberíamos limitarnos a una denuncia global -y formal- de la justicia burguesa. El hecho de que la independencia de la magistratura sea, por lo general, un engaño, lejos de llevarnos a renunciar y a aceptar la mitología espontaneísta de los así llamados tribunales populares, debería conducirnos a reflexionar sobre los medios para hacer efectiva esa independencia. La especialización de las funciones sociales y la división del trabajo son lo que son. Y nada, por otro lado, nos permite dar por hecho, a corto ni a medio plazo, un cambio de mentalidades profundo; no hay razón para esperar que las sociedades organizadas lleguen a prescindir tan pronto de un aparato de justicia. Lo que no significa que se deba aceptarlo tal como es; por el contrario, es fundamental definir de nuevo su mecanismo de formación, sus competencias, sus medios y sus articulaciones posibles con un medio democrático... Para responder adecuadamente a estas exigencias, las luchas en favor de la libertad deberían dotarse, pues, de instrumentos nuevos que permitiesen llevar a cabo:

- Intervenciones sobre la marcha en asuntos concretos en los que se dé un atentado contra los derechos y libertades.

- Una actividad a más largo plazo, en relación con grupos de abogados, de magistrados, de trabajadores sociales, de detenidos... con el fin de elaborar formas alternativas del aparato de justicia.

La lucha defensiva para el respeto del derecho y la lucha ofensiva para la conquista de nuevos espacios de libertad son complementarias. Ambas luchas están llamadas a adquirir una importancia al menos igual a la de las luchas sindicales o políticas, y a influir en éstas cada vez en mayor medida.

La tensión y la crisis

Dicho esto, hay que decir también que no se puede tratar la evolución de las libertades en Europa como algo en sí, separándolas del contexto de la tensión internacional y de la crisis económica mundial. Pero en cuanto enuncio estos dos encabezamientos surge un sinfín de problemas. ¿La tensión y la crisis deben ser consideradas las causas del declinar de las libertades o bien, por el contrario, la consecuencia de las crecientes tendencias; conservadoras y reaccionarias que se produjeron tras las oleadas de las luchas por las libertades en los años sesenta? Voy a intentar demostrar que el análisis de la tensión Este-Oeste y el de la crisis mundial se van a ver favorecidos si se los reconsidera desde el punto de vista de las libertades.A veces me pregunto si en nuestras sociedades, calificadas (con bastante imprudencia, por otro lado) de posindustriales, las libertades no están destinadas a sufrir una erosión irreversible, debido a una especie de aumento global de la entropía del control social. Pero este sociologismo triste sólo se apodera de mí los días que estoy deprimido. Reflexionando con más seriedad, no veo razón alguna para juntar un destino represivo corno el mencionado a la proliferación, en los medios de la producción y de la vida social, de maquinismos de información y comunicación. No en realidad lo que lo falsea todo es otra cosa. No es el progreso técnico-científico, sino la inercia de las relaciones sociales superadas. Comenzando por las relaciones internacionales entre los bloques. Comenzando también por la carrera de armamentos permanente, que vampiriza las economís y anestesia las mentes. Entonces me digo que quizá la tensión internacional, al contrario de lo que querrían hacernos creer, es menos el resultado de un antagonismo de base entre ambas superpotencias que un medio precisamente, para ellas, de disciplinar al planeta.

A este respecto, es significativo que la defensa de las libertades individuales y colectivas no haya sido nunca una baza seria en las relaciones conflictivas Este-Oeste. Una vez dejados a un lado las proclamaciones y los grandes principios, se ve claramente que el peso de esa libertad en los grandes deals internacionales no es mucho (el propio presidente Carter acabó ridiculizándose a sí mismo ante la clase política estadounidense al insistir más de lo habitual en estos asuntos).

A fin de cuentas, los dirigentes de los países occidentales se han acomodado muy bien al hecho de que los pueblos del Este sean controlados firmemente por sus burocracias totalitarias. Y más allá de las apariencias, detrás del ruido ideológico y estratégico, parecen dispuestos sin más a llevar adelante políticas muy semejantes, en busca del mismo tipo de objetivos, es decir, el control de los individuos y de los grupos sociales, de forma creciente; normalizarlos, integrarlos, si es posible, sin resistencia por su lado, sin que ni siquiera se den cuenta (por medie, de los equipamientos colectivos, en lo referente a su desarrollo y mantenimiento, a través de los media, para modelar el pensamiento y la imaginación y, sin duda, en un futuro, por una suerte de teleguía informática permanente, para asignarles una residencia territorial y una trayectoria económica). El resultado es ya visible. Cada vez hay más segregación generadora de racismo étnico, sexual y de edad; cada vez más libertad de acción »para la casta de los jefes, y de los managers, y cada vez más servidumbre para los peones de base del gran juego capitalista. La reducción de las libertades a la que asistimos por todos lados, dependería, pues, en primer lugar, del advenimiento de concepciones del mundo más conservadoras y funcionalistas, reaccionarias, pero siempre dispuestas a apropiarse del progreso de las ciencias y de las técnicas, para ponerlas a su servicio. Y este contexto ha sido posible, y ha adquirido consistencia, sólo gracias a la conjunción política de las burguesías occidentales, de las burocracias socialistas y de las elites corruptas del Tercer Mundo, en el seno de una nueva figura del capitalismo, lo que yo he calificado en otro lugar de capitalismo mundial integrado.

La crisis, las libertades... Es evidente que. no dejan de tener cierta relación. La inquietud económica, por sí sola, tiene mucho peso en el ánimo de la gente; llega a inhibir incluso las veleidades de protesta, y puede llegar a favorecer efectos paradójicos, como en Francia, donde una parte del electorado comunista se ha pasado al Frente Nacional, de carácter fascista, de Le Pen. Pero, aquí también, la presentación tipo mass-media ordinaria ¿no corre el riesgo de falsear el problema? ¿Se trata de la crisis que pesa sobre las libertades, o se trata más bien de la pasividad colectiva, la desmoralización, la desorientación, la desorganización de las fuerzas renovadoras potenciales, que dejan libre el paso al nuevo capitalismo salvaje con el fin de llevar a cabo reconversiones de beneficios de efectos sociales devastadores? Por un lado, el término de crisis se adapta mal cuando queremos aplicarlo a ese tipo de catástrofes en cadena que sacude al mundo, y sobre todo al Tercer Mundo, desde hace 10 años. Por otro lado, es evidente que limitar estos fenómenos a la esfera de la economía es absolutamente ilegítimo. Cientos de millones de seres humanos están a punto de morir de hambre, miles de millones de individuos se hunden cada vez más en la miseria y la desesperación, ¡y todavía nos explican tranquilamente que se trata de problemas económicos cuya solución sólo llegará cuando salgamos de la crisis! ¡Nada se puede hacer! La crisis, parece ser, cae de las nubes, va, viene, es como el granizo o como el ciclón Hortensia. Sólo los augures -es decir, los economistas distinguidos- tendrían algo que decir. Pero si hay un campo en el que lo absurdo toca la infamia es precisamente en éste -del que hablamos. Pues en realidad, ¿qué necesidad habría de que las reconversiones industriales y económicas -aunque fuesen planetarias, o aunque implicasen los más profundos cambios de los medios de producción tuviesen que traer consigo un gasto tan grande? De nuevo se perfila la urgencia de un giro de 180 grados en el modo de pensar estos problemas. Lo político prima sobre lo económico. Pero no a la inversa. Incluso si en el estado actual de las cosas es difícil poder afirmar que es lo político lo que fabrica la crisis en su totalidad, no es menos cierto que es lo político lo que debe considerarse responsable por sus más perniciosos efectos sociales. Y la salida de la crisis, o, si se prefiere, de la serie negra, deberá ser política y social, o no habrá salida. De tal suerte que la humanidad seguirá su camino hacia no se sabe qué implosión final.

El Viejo Continente

¿Y Europa occidental, a todo esto? Nos enorgullecemos con frecuencia de ella porque la consideramos un área de libertad y cultura, cuya función sería la de equilibrar las relaciones entre el Este y el Oeste y trabajar para promover un nuevo orden internacional entre el Norte y el Sur. Es cierto- que en los últimos tiempos el mundo alemán ha comenzado a descubrir el interés que hay para Europa en calmar los ánimos. Pero estamos todavía muy lejos de una política europea autónoma y coherente. En realidad, la libertad de acción de Europa se va reduciendo cada vez más a medida que se constata que no saldrá indemne de la ardua prueba de reconversión del capitalismo mundial. Europa sigue atada de pies y manos a la axiomática estratégica, económica y monetaria, de Estados Unidos. Más que nunca, se halla enredada en lo que los tecnócratas consideran que son arcaísmo nacionalistas y nacionalitarios y en sus corporativismos de todo tipo. Y lo que empeora todavía más las cosas es que el conjunto de su flanco mediterráneo se inclina paulatinamente hacia una forma intermedia de tercermundización.

Las nuevas condiciones

Sin extenderme demasiado, querría ahora mencionar las condiciones a las que deberían responder, en mi opinión, las actividades militantes del futuro, las futuras máquinas de lucha por la paz y la libertad en todas sus formas. No pretendo de ningún modo dar una definición exhaustiva y proponer un modelo bueno para todo. Sólo trato de extraer algunas enseñanzas del período histórico de los años sesenta y de la derrota que siguió. Fuimos, al mismo tiempo, ingenuos, desordenados, ciegos e iluminados, a veces sectarios y limitados, pero también, a menudo, visionarios y portadores de futuro. De todos modos, es evidente que este futuro no va a ser a imagen y semejanza de nuestros sueños de entonces. Pero estoy convencido de que hay una cita -y, por tanto, algunos de nosotros tenemos una cita- con ciertos antecedentes de métodos que podemos extraer de las formas de lucha y de modos de organización de aquella época, junto con ciertas lecciones derivadas de aquellas acciones, en las que algunos sacrificaron sus mejores años. Pienso que estas condiciones son tres:1. Las nuevas prácticas sociales de liberación no deberán establecer entre ellas relaciones de jerarquización; su desarrollo responderá a un principio de transversalidad que permitirá que aquéllas se coloquen a caballo, como rizoma, entre los grupos sociales y los intereses heterogéneos. Los escollos que hay que salvar son los siguientes:

a) La reconstitución de partidos de vanguardia y de estados mayores que dicten su ley y que modelen los deseos colectivos sobre un modo paralelo -aunque formalmente antagónico- con respecto del sistema dominante. La ineficacia y el carácter pernicioso de este tipo de dispositivos no deberá ser demostrado.

b) La departamentización de las prácticas militantes, según éstas tengan como finalidad objetivos políticos de envergadura o bien la defensa de intereses sectoriales o una transformación de la vida cotidiana... Y la separación entre, por un lado, la reflexión programática y teórica y, por el otro, la reflexión analítica -que hay que inventar- de la subjetividad de los grupos y de los individuos comprometidos directamente en la acción.

El carácter transversalista de las nuevas prácticas sociales -rechazo de las disciplinas autoritarias, de las jerarquías formales, de los órdenes de prioridades decretados desde arriba, de las referencias ideológicas obligadas...- no debe ser considerado contradictorio respecto de la creación, evidentemente inevitable, necesaria e incluso deseable, de centros de decisión que, llegado el caso, utilizan las más complejas tecnologías de la comunicación y que pretenden una eficacia máxima. El problema aquí es el de promover procedimientos analíticos colectivos que permitan disociar el trabajo de decisión y las inversiones imaginarias de poder, que no coinciden, para la subjetividad capitalista, sino en que esta última ha perdido sus dimensiones de singularidad y se ha convertido masivamente en lo que podríamos llamar un eros de la equivalencia ("importa poco la naturaleza de mi poder, desde el momento en que dispongo de cierta cantidad de capital de ese poder abstracto").

2. Una de las principales finalidades de las nuevas prácticas sociales de liberación será la de desarrollar, más todavía que simplemente salvaguardar, procesos de singularización colectivos y/o individuales. Aludo con esto a todo lo que confiere un carácter de subjetivación viva a estas iniciativas, un carácter de experiencia insustituible, que "valga la pena ser vivida", que "dé un sentido a la vida...". Tras las décadas de plomo del estalinismo, tras los múltiples vaivenes de los socialdemócratas -siempre el mismo escenario de compromiso, flojedad, impotencia y fracaso-, tras el scoutismo limitado y también poco honrado de los grupúsculos, el militantismo ha acabado impregnándose de un olor rancio de iglesia, que hoy provoca un legítimo movimiento de rechazo. Sólo reinventándolo con temas nuevos, partiendo de una subjetividad disidente, llevada por grupos-sujeto, permitirá reconquistar el terreno perdido en beneficio de las subjetividades prefabricadas por los mass-media y los equipamientos del capitalismo new look. Y henos de nuevo ante la necesidad de inventar una analítica colectiva de las distintas formas de subjetividad comprometidas. En este caso no partimos de cero en absoluto. Hay mucho que aprender de la forma en que los verdes alemanes, o Solidaridad en Polonia, han llevado a buen término la creación de nuevas formas de vida militante. Tenemos también ejemplos negativos inversos, en el sectarismo de ETA Militar en el País Vasco o en las monstruosas desviaciones terroristas y dogmáticas de las Brigadas Rojas en Italia, que han conducido inexorablemente a hacer decapitar a los movimientos de liberación que eran sin duda los más ricos y más prometedores de Europa.

Lo repito: me parece que el único medio para escapar a este tipo de fatalidad mortífera es el de dotarnos de los medios adecuados para una gestión analítica de los procesos de singularización, o de una "puesta en disidencia", de la subjetividad.

3. Tales máquinas militantes mutantes, para espacios de libertad transversales y singularizados, no deberán tener ninguna pretensión de perennidad. Deberán asumir su precariedad básica y la necesidad de una renovación perpetua, sobre todo porque dependerán de un movimiento social de gran amplitud, y de larga duración. Esto las conducirá a establecer alianzas nuevas y amplias, que las harán salir de su enfermedad infantil más grave, a saber, la propensión tenaz a vivir como minorías asediadas. Se trata de promover una lógica de alianzas polivalentes, que permita huir a la vez de la lógica doble de las combinaciones de poder y de la purista y sectaria de los movimientos de los años sesenta, que iban a conducirlas a alejarse definitivamente de las grandes masas de población. Su apertura transversalista deberá ser suficiente como para permitirles articularse con los grupos sociales cuyas preocupaciones, estilos y modos de ver están muy alejados de los suyos. Esto sólo será posible si asumen, precisamente, su finitud y singularidad y saben que deben desprenderse sin más, sin segundas intenciones, del mito perverso de la toma del poder estatal por el partido de vanguardia. Nadie deberá tomar ya el poder en nombre de los oprimidos. Nadie deberá confiscar las libertades en nombre de la libertad. El único objetivo aceptable deberá ser la toma de la sociedad por la sociedad misma. El Estado es otro problema. No se trata de oponernos a éste de manera frontal, ni de echar requiebros a su degenerescencia suave para un futuro socialista. En cierto sentido tenemos el Estado que merecemos. Quiero decir que el Estado es lo que queda como la forma de poder más abyecta cuando la sociedad se ha desprendido de las responsabilidades colectivas. Y no se trata sólo del tiempo que vendrá al final de esta secreción monstruosa, sino, sobre todo, se trata de las prácticas organizadas que permitan que la sociedad se desprenda del infantilismo colectivo al que le destinan los mas-media y los equipamientos capitalistas. El Estado no es un monstruo exterior del que hay que huir o al que hay que dominar. Está por doquier, comenzando por nosotros mismos, en la misma raíz de nuestro inconsciente. Es necesario actuar con. Es un, dato que no se puede obviar, que está en nuestra vida y en nuestra lucha.

La transversalidad, la singularización, las nuevas alianzas: estos son los tres ingredientes que yo querría ver vertidos profusamente en la cazuela de las libertades. Entonces es cuando podríamos ver cómo el famoso atraso de Europa y sus arcaísmos tan conocidos cambian de color. Yo sueño con el día en que los vascos y los clandestinos del Ulster, los verdes alemanes y los mineros escoceses y galeses, los inmigrados, los seudocatólicos polacos, los italianos del Sur y la muchedumbre sin nombre de todos aquellos que no quieren oír nada ni saber nada de lo que se les propone se pongan a gritar todos juntos: "¡Sí, somos todos arcaicos, y vuestra modernidad os la podéis meter donde os quepa!". Entonces la pasividad y la desmoralización se transformarán en voluntad de libertad, y la libertad, en fuerza material capaz de desviar el curso de una sucia Historia.

Félix Guattari es filósofo y psicoanalista, autor de Psicoanálisis y transversalidad y -en colaboración con Gilles Deleuze- de Anti-Edipo.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_