Pistoleros 'made in Japan'
El asesinato del supremo jefe 'mafioso' nipón puede desencadenar una sangrienta guerra de clanes
A raíz del asesinato, la última semana de enero, del jefe de la banda Yamaguchi-Gumi, la mayor organización criminal japonesa, y sus dos potenciales sucesores por parte de una facción disidente, han sido movilizadas 1.000 unidades de policía, antidisturbios para vigilar las oficinas, conocidas públicamente, y marcadas con los logotipos de las bandas, donde se reúnen los grupos mafiosos. Se teme que de un momento a otro pueda estallar una guerra de sectas yakoza (término japonés para mafia) en la ciudades de Kobe y Osaka, Japón central, desde donde se: dirigen las' operaciones de casi 100.000 miembros a lo largo no sólo del archipiélago nipón, sino también de algunas islas del suroeste asiático, Hawai y la costa californiana.Masahisa Takenaka, el robusto y agresivo cabecilla de 51 años, con el pelo cortado a cepillo, a la usanza yákoza, fue derribado de dos tiros el sábado pasado, cuando se disponía a salir de un edificio donde vive su amante en Suita, cerca de Osaka. También cayeron abatidos Katsumasa Nakayama, su lugarteniente, y Chikara Minami, padrino de Minami-Gumi, una banda menor afiliada a la Yamaguchi-Gumi.
Caían así los tres hombres más poderosos de la organización delictiva más grande de Japón. La misma noche del tiroteo fue capturado en las inmediaciones del edificio Shuichi Nagano, miembro de IchiwaI, una facción que se había escindido de la Yamaguchi Gumi a partir del nombramiento de Takenaka como padrino absoluto de la banda, en julio del año pasado. Nagano se hallaba en posesión de un revólver calibre 25 que no mostraba señas de haber sido disparado. Sometido a interrogatorio, Nagano confirmó que el ataque era una muestra de la disconformidad de los grupos disidentes por la elección de Takenaka como supremo de los yákoza. A esta hora la policía compite con los grupos mafiosos por encontrar a otros dos pistoleros que huyeron en un coche negro cuyo número de matrícula fue suministrado por un testigo ocular.
Al igual que sus homólogos occidentales, los grupos mafiosos japoneses obtienen la mayor. par te de sus millonarias ganancias en casas de juego, oficinas de préstamo, mediante chantajes, tráfico de estupefaccientes y cadenas internacionales de prostitución. Tal vez su particularidad más sobresaliente sea una férrea organización jerarquizada, apoyada por estrictos códigos de honor y fidelidad, nada ajenos al entero sistema social japonés y a su eficacia, pero que se diferencia de éstos en que recurre a la violencia y a la ilegalidad como medios inevitables para acrecentar su poder económico.
El sello de fábrica de los yákoza lo constituye el tatuaje de cuerpo entero con motivos orientales -dragones y geishas- cuyo carácter indeleble garantiza su permanencia vitalicia dentro de la organización. Cortar paulatinamente secciones del dedo meñique como señal de arrepentimiento y enviarlos en frascos con alcohol a las personas a las cuales se les quiere pedir perdón es un rito que sobrevive entre los miembros más bajos de las sociedades yákoza; sin embargo, se dice que sus altos dirigentes abandonaron esta práctica cuando el golf se volvió su deporte favorito y la falta del meñique les impedía un agarre correcto de los palos.
Con sólo estas dos marcas físicas sería difícil distinguir a un yákoza, en la calle, si no fuera porque el pertenecer a una banda es motivo de orgullo y de bravura que se exterioriza en su apariencia. Cabezas varoniles, con el pelo recién cortado a cepillo, corbatas rojas, camisas negras y trajes (le tres piezas, casi siempre negros o blancos, en cuya solapa se prende el escudo de la banda, como si de una gran compañía se tratara, los vuelven conspicuos a los ojos de los viandantes o los pasajeros de trenes y aviones, que, aunque los ven, nunca los miran.
Organización 'sui géneris'
La muy difundida suposición de que los yákoza nunca usan armas de fuego más que en peleas internas 3, su habilidad para cubrir de legalidad sus más productivos negocios, se suman a una eficiente organización, casi empresarial, con la que se han ganado una dudosa respetabilidad social, obvia mezcla de miedo, impotencia y una callada admiración.Aunque durante estos últimos días los yákoza se han mostrado hoscos con los medios informativos, normalmente están dispuestos a hacer declaraciones. Su ronca voz medio grita, y su dialecto kansai (de Osaka), alarga las erres a la manera española. Cuando Masahisa Takenaka, el líder asesinado la semana pasada, fue elegido como jefe de la Yamaguchi Gumi tras una votación entre los ejecutivos de la banda, en julio de 1984, su rival inmediato, Hiroshi Yamamoto, de 61 años, un moderado según los especialistas, citó a los informadores a una de las conferencias de prensa más cortas que se hayan celebrado en Japón.
No hubo ninguna pregunta, tan sólo una declaración: "No puedo estar de acuerdo con que Takenaka sea el cuarto jefe en la historia de Yamaguchi Gumi. Esa es, sinceramente, mi decisión final". Hasta ese momento, la Yamaguchi Gumi, que contaba con más de 12.000 miembros, distribuidos en 587 bandas afiliadas, quedó reducida prácticamente a la mitad, al haber pasado 5.790 miembros a la Ichiwuakai, una nueva banda fundada por Yamamoto y presunta autora del reciente asesinato.
Según la Agencia Nacional de Policía, operan en Japón unos 2.330 grupos delictivos con un total de 98.771 miembros, 12.000 de los cuales serían jóvenes menores de 20 años. Aunque el radio de acción esté centrado en Japón y en el suroeste asiático, trabajan también en Estados Unidos, en la costa de California, adonde invariablemente entran haciendo uso de pasaportes falsificados.
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