George Solti
El gran director de orquesta de origen húngaro, comendador de la Orden del Imperio Británico, cree que "aún no ha llegado a la meta"
Sir George Solti, director de la Orquesta Sinfónica de Chicago, llegó ayer, acompañado de su esposa, al aeropuerto de Madrid-Barajas, procedente de Zúrich, en un avión especialmente fletado para la gira europea de la orquesta. El célebre director, de 72 años, dará dos conciertos, hoy y mañana, en el teatro Real de Madrid con un programa que incluye Tournaments, de Corigiano, y las sinfonías número 4, de Chaikovski, número 39, de Mozart, novena, de Shostakovich, y novena, de Bruckner.
Cuando George Solti entró en el foso orquestal de la ópera de Munich, en 1947, para hacerse cargo del teatro como director musical, sólo había dirigido una función de ópera en su vida, y eso había ocurrido nueve años antes: el 11 de marzo de 1938. Ese día, en la ópera de Budapest el joven repetiteur Solti tomaba por primera vez la batuta para interpretar Las bodas de Fígaro, de Mozart, pero también ese mismo día tenía lugar el Anschluss, la anexión de Austria por las tropas de Hitler, y el público, temiendo un avance de los ejércitos del Reich hacia Budapest, fue abandonando el teatro, y al término de la función el joven maestro se encontró casi solo, con la orquesta y los cantantes en un teatro semivacío.El que este húngaro exiliado, convertido en pianista acompañante en la Suiza neutral, convenciera al norteamericano -aunque de origen magiar- Edward Kileny, responsable aliado de los teatros de Baviera, para que lo nombrara director estable en Munich, con el solo bagaje de una única noche como director en su vida, es algo inexplicable. Pero algo parecido debió de ocurrir con Moritz Rosengarten, el célebre agente suizo, que contrató a Solti para la firma inglesa Decca (compañía de discos para la que ha estado grabando durante 40 años ininterrumpidamente). Rosengarten relataría años más tarde que le impresionó la energía y la tenacidad de aquel pianista que acababa de ganar (año 1942) el Concurso de Ginebra y que repetía, dando puñetazos en la mesa: "¡Soy un director, quiero dirigir orquestas, quiero dirigir ópera!".
Con el paso de los años terminó por convencer a todos de que había nacido para dirigir: tras pasar cuatro temporadas en Munich, actuó durante 10 en Franefort, y en 1961 llegó al Covent Garden de Londres. Cierto es que entre medias también había convencido a John Culshaw, el máximo responsable de producciones de Decca de que él era el único posible director de la primera grabación de la tetralogía de Wagner, dejando en la cuneta a maestros más expertos (Hans Knapetsbusch) o más famosos (Herbert von Karajan) también es cierto que la fama que le dieron estas grabaciones fue su mejor salvoconducto para la Royal Opera House inglesa. Pero no es menos cierto que entre 1961 y 1971 Solti elevó el nivel de aquel teatro hasta lo astronómico, convirtiendo a la entidad en una de las cinco primeras del globo. Cuando en 1969 Louis Sudler, el gerente de la Sinfónica de Chicago, le propuso la dirección estable del conjunto, el repertorio sinfónico de Solti era, mínimo, pero volvió a convencer a todo el mundo de que él era el único artista que podía devolver a la orquesta las pasadas glorias de la era de Fritz Reiner: 15 años después nadie pone en duda que la de Chicago es la primera orquesta del continente americano. Hoy, el ensombrecido debutante del 11 de marzo de 1938 es sir George Solti, comendador de la Orden del Imperio británico, y todavía -así lo cree- no ha llegado a la meta.
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