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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Egipto y Oriente Próximo

EL PRESIDENTE Mubarak ha celebrado recientemente, por sorpresa, una entrevista, en el puerto jordano de Akaba, con el rey Hussein. Se habla, asimismo, de que se está preparando una entrevista Mubarak-Peres. Por otra parte, Egipto ha asistido en Sanaa a la reunión de ministros de Asuntos Exteriores de la Conferencia Islámica; es la primera vez que tal cosa ocurre desde la firma, por Sadat, en 1979, de los Acuerdos de Camp David. La política exterior de Hosni Mubarak, más prudente, menos vistosa, pero quizá más eficaz que la de sus predecesores, está devolviendo a Egipto un papel importante en relación con los graves problemas que se plantean en Oriente Próximo. Para realizar esta política exterior más activa, más abierta a las realidades contemporáneas, Mubarak está logrando, en cierta medida, ensanchar la base política de su Gobierno. Sin duda, la situación económica y social sigue siendo gravísima en un país con escasos recursos y un índice altísimo de crecimiento de la población; pero, en el plano político, las elecciones del mes de mayo pasado fueron, a pesar de insuficiencias y limitaciones evidentes, un paso hacia el pluralismo. Un problema religioso particularmente difícil acaba de encontrar una solución sensata: el patriarca de la Iglesia copta, Chenuda III, ha sido liberado de la deportación a la que estaba condenado; puede volver a ejercer sus funciones religiosas. Si se recuerda que hay en Egipto seis millones de coptos es fácil apreciar el signíficado de este gesto, que implica, además, un reconocimiento de cierto pluralismo religioso; hecho que cobra mayor valor si se tiene en cuenta que la presión del fundamentalismo islámico es hoy muy fuerte sobre la sociedad egipcia.Por razones objetivas, inscritas en la geografía y en la historia, a Egipto le corresponde un papel fundamental en el conjunto del mundo árabe. El presidente Mubarak ha tenido que hacerse cargo del poder en una etapa en la que la cultura política de Egipto estaba marcada por dos experiencias históricas de signo contrario, pero ambas escasamente afortunadas. En realidad, tanto el proyecto ideológico de Nasser de crear una nación árabe unida, como, más tarde, el occidentalismo de Sadat se habían saldado con un fracaso. La inteligencia o el acierto de Mubarak ha consistido en no aferrarse a la línea de Sadat, en buscar nuevos caminos, pero, a la vez, sin perder los puntos obtenidos en la etapa anterior. Egipto está logrando así algo extraordinario; de hecho, se está integrando en el mundo árabe (si bien aún no en la Liga Arabe), pero conservando sus relaciones diplomáticas con Israel. Tiene buenas relaciones con EE UU, y a la vez ha restablecido los vínculos diplomáticos con la URS S. Sin caer en exageraciones, cabe decir que Egipto está en unas condiciones excepcionales para poder contribuir a un proceso de negociación sobre los complejos problemas de Oriente Próximo; y en primer término, sobre la cuestión palestina. Sobre todo, porque incluso entre sectores influyentes, partidarios ayer de la violencia, domina hoy la convicción de que las únicas soluciones posibles son las que se logren en una conferencia o en una mesa de negociaciones. La demostración más clara de esto fue la reunión en Amman del Consejo Nacional Palestino y la confirmación del papel de Yasir Arafat al frente de la OLP. Entre las posiciones del rey Hussein, del presidente Mubarak y de Yasír Arafat existe hoy un grado de coincidencia sustancial, a pesar de diferencias y matices, para poder ofrecer una base de negociación a Israel: en resumen, la garantía de unas fronteras seguras a cambio de la evacuación de los territorios que ocupa militarmente en la orilla occidental del Jordán y en Gaza. Territorios en los que podría nacer una entidad palestina. Para la OLP esa entidad sería un Estado palestino; podría federarse o confederarse con Jordania; este futuro quedaría, sin duda, abierto a diversas alternativas. En todo caso, la diplomacia de Mubarak se esfuerza por convencer a los principales Gobiernos de Europa occidental para que presionen a EE UU en favor de una solución de este género.

Sería absurdo, sin embargo, olvidar que una posibilidad de negociación sobre estas bases, por moderadas que sean, solamente existe, hoy por hoy, en un plano puramente teórico. Simon Peres, uno de los dirigentes israelíes más abierto al diálogo, está lejos de considerar posible una negociación de ese género. Otros aspectos de la situación en la zona son, asimismo, preocupantes. La casi ruptura de las negociaciones sobre la evacuación de Líbano de las tropas israelíes demuestra que una cuestión que se consideraba próxima a un acuerdo concertado puede, en cambio, dar lugar al resurgir de tensiones agudísimas, de choques o situaciones caóticas. Sin duda, el nivel de violencia en Oriente Próximo ha disminuido. El nuevo papel de Egipto es un factor importante para abrir cauces hacia la negociación. Pero es un camino sembrado de obstáculos considerables.

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