La desorganizada lucha contra la toxicomanía
El yonqui es un ser necesitado de droga o de desintoxicación. Mientras sus disponibilidades económicas o sus relaciones personales se lo permiten, continúa atrapado en la mortal espiral del chute hasta que la línea se quiebra, y entonces muere suciamente en un lavabo o recurre a uno de los numerosos centros de desintoxicación que han surgido en España en los últimos años, sin resultados positivos en la gran mayoría de los casos. Comunidades regidas por organizaciones religiosas o particulares y hospitales privados han lanzado su oferta de curación a una población joven que acude a ellos desde la desesperación.
Un estudio realizado durante 1983 sobre las comunidades para la rehabilitación de toxicómanos en España las cifra en unas 40, aunque es muy posible que el número real sea bastante superior. Cada una sigue métodos propios, muchas veces basados en el voluntarismo; algunas son gratuitas y buscan, sobre todo, un pago espiritual, la vuelta de la oveja descarriada a la vida guiada por la fe y el amor a Dios.Otras son de pago, y de pago bastante alto, hasta las 150.000 pesetas al mes -tratamientos obligatorios de tres meses, como mínimo-, como sucede con la finca El Retiro, administrada en gran parte por ex toxicómanos.
Existe una tercera categoría: las de organizaciones promovidas por particulares -un ejemplo sería la Asociación Madrileña de Ayuda al Toxicómano (AMAT)-, fundamentalmente por familiares de toxicómanos que han decidido actuar al ver el peligro en su propia casa. Sin contar con las numerosas clínicas privadas que, ante la falta de asistencia ofrecida por la Administración pública sanitaria, han habilitado salas para este fin, aunque la opinión de altos cargos del Ministerio de Sanidad y Consumo es que este tipo de tratamiento, basado en el aislamiento y la desintoxicación física del heroinómano, no sirve para gran cosa.
"Los países que no tienen una política asistencial definida para los toxicómanos pasan por un período tempestuoso, en el que surgen asociaciones y entidades de muy variado pelaje, angustiadas por el problema y que, por eso mismo, pretenden obtener resultados inmediatos, lo que a veces produce efectos contraproducentes" afirmó un alto cargo de dicho ministerio, que prefirió conservar el anonimato. "Una buena solución contra todo este desorden sería que los yonquis se agruparan en asociaciones, de forma que la colaboración con la Administración fuera más eficaz y real. Este fenómeno de sindicatos de toxicóma nos, por decirlo de alguna manera ya existe en otros países, y va siendo hora de que se implante en España".
Aunque la expresión hacer negocio con la droga pueda resultar dura, diversas manifestaciones de asociaciones y conocedores del tema la apuntan al referirse a la incipiente creación de circuitos de rehabilitación para toxicómanos que se amparan en la falta de asistencia pública y gratuita ofrecida por la Administración.
Es conocido el caso particular del Principado de Asturias, donde se han contabilizado más de 1.000 jóvenes que disponen de carné para poder recibir metadona, un medicamento legal, opiáceo, utilizado en la deshabituación de la heroína, pero cuyo abuso puede crear también adicción. "En Madrid, donde la población de heroinómanos es mayor que en Asturias", afirmó la citada fuente de Sanidad, "el número de carnés expedidos asciende sólo a 350. Podemos hablar, pues, de la aparición de un mercado negro de la metadona en el que puede haber médicos implicados".
Metadona
De hecho, a principios del pasado mes de noviembre, el consejero de Sanidad del Principado, el socialista Juan Luis Rodríguez Vigil, acusó "a determinados psiquiatras asturianos" de hacerse ricos gracias a la metadona. De los 350 heroinómanos citados, sólo unos 25 siguen un tratamiento gratuito en el único centro oficial asturiano existente. Los restantes 325 acuden a las consultas de algunos psiquiatras privados que recetan el citado opiáceo, a razón de unos honorarios que oscilan entre las 1.500 y las 2.000 pesetas por consulta. A principios de año, las autoridades sanitarias de la Generalitat de Cataluña y de la Administración central abrieron expediente a seis médicos ante las sospechas de que vendían metadona de forma ilegal a los toxicómanos.
En Madrid proliferan las clínicas privadas que han decidido dedicar salas para la rehabilitación de toxicómanos. M. M. O., un ex yonqui de 25 años de edad, que consiguió dejar la droga hace aún demasiado poco tiempo como para que él mismo se considere definitivamente curado, acudió hace poco más de un año a una clínica situada en la zona centro de la capital.
"Fui acompañado de un amigo, en pleno síndrome de abstinencia", manifestó. "Un conserje me acompañó a una planta sótano, muy tétrica, o así me lo pareció. Ya en la planta había una pequeña oficina con un asistente, totalmente borde, que lo primero que me informó era que tenía que pagar 70.000 pesetas por un tratamiento de una semana. Yo pregunté qué tipo de tratamiento seguían, si me iba a ver un psiquiatra, cómo era la atención, pero se negó a hablar de esas cosas. Me dijo que el psiquiatra pasaría a verme cuando fuera el momento, y que me decidiera pronto, todo en plan muy borde. Yo estaba tan desesperado que me daba igual, pero el amigo que me acompañaba se dio cuenta de que no iba a poder resistir aquel ambiente y me sacó de allí".
"Conozco muchos casos más de yonquis que han pasado por esos tratamientos, a base de muchas vitaminas y muchos tranquilizantes, aislados en una habitación. Pocos los resistieron completos, y los que los aguantaron, salieron curados del mono, pero sólo físicamente. No habían superado la obsesión por la droga, y todos volvieron a inyectarse. La tentación de gastar el último dinero que te queda, o que has conseguido de la familia o de quien sea, es algo que siempre te sucede alguna vez. Puedes ir a algún centro oficial, pero ¿para qué? En la Cruz Roja tienes que esperar semanas o meses para que toque el turno de atenderte".
El Ministerio de Sanidad no conoce cuántas clínicas privadas madrileñas ni en el resto del país han ampliado sus servicios asistenciales a la desintoxicación de heroinómanos, ni los métodos de tratamiento seguidos en cada una o a cuántos pacientes han atendido y los resultados obtenidos.
"El yonqui requiere un tratamiento prolongado durante meses e incluso años", indica la citada fuente de Sanidad. "Y este tratamiento no se puede ni se debe realizar en un hospital. Depende de los esfuerzos conjuntos de los especialistas, de asistentes sociales, de la propia familia y del círculo de amigos del yonqui, de sus mayores o menores posibilidades de encontrar un trabajo, de sus necesidades económicas -no hay que olvidar que la mayoría de los drogadictos depende del tráfico para ganarse la vida- y de otros muchos aspectos, como su nivel cultural o sus motivaciones personales".
Comunidades terapéuticas
El mismo desorden que en lo referido a las clínicas privadas reina en el campo de las denominadas comunidades terapéuticas. En España existen unas 40 censadas, 13 de las cuales dependen de la asociación internacional El Patriarca, la más conocida y la que ha ido ganando un mayor prestigio de seriedad. En las asociaciones administradas por los miembros de El Patriarca, muchos de ellos ex toxicómanos, se sigue un método unitario de tratamiento, basado en el trabajo, el esfuerzo, la satisfacción personal, y la eliminación absoluta de cualquier medicamento, incluso en el tránsito del síndrome de abstinencia. Se localizan fundamentalmente en el medio rural.
El reparo -relativo, por otra parte- que la Administración les pone, aun reconociendo que realizan una labor social importante, es la ya mencionada carencia de control en el tratamiento de los pacientes y en su posterior seguimiento. A este respecto, el ministerio tiene en estudio llegar a una especie de convenio por el que la concesión de subvenciones iría compensada por el control de los mismos en relación con los resultados.
Capítulo aparte merecen las 11 comunidades y tres pisos urbanos surgidos por iniciativa de las iglesias cristianas evangelistas y financiados por donaciones filantrópicas de las propias iglesias o de particulares. Los toxicómanos atendidos en ellas realizan trabajos que, por una parte, son un aspecto importante, en su rehabilitación, y, por otra, ayudan al mantenimiento de los gastos comunes.
En estos casos, no se siguen tratamientos unitarios ni mantienen contactos con otros centros asistenciales ni organismos públicos. Su idea básica es que los jóvenes drogadictos han llegado a tal condición por una pérdida de los valores religiosos de la persona, y centran su interés en recuperar los sentimientos de entrega y de fe en Dios. La curación vendrá por añadidura.
No existen cifras, aunque sean aproximativas, del número de toxicómanos que ha pasado por los centros, y menos relativas al número de curaciones. Por otra parte, desde sectores de la izquierda radical se acusa a estas comunidades de sustituir un cuelgue por otro: desengancharse del caballo para engancharse con la religión. Es ésta una polémica que también permanece abierta, pero, como afirmó un joven vallecano residente en una comunidad cristiana, "prefiero acabar de gurú a acabar muerto con la jeringuilla".
El Ministerio de Sanidad ha estudiado un esquema de lo que será el funcionamiento de la red asistencial pública, cuyas experiencias pilotos se desarrollarán en centros que han acumulado ya una amplia experiencia en el tema de la rehabilitación: la Cruz Roja de Madrid, la Diputación Foral de Guipúzcoa y el hospital del Mar, en Barcelona.
El modelo de funcionamiento unitario parte de la atención en un centro de salud primario, en régimen ambulatorio. Los jóvenes que cuenten con un ambiente familiar favorable, por ejemplo, cubrirán el tiempo de desintoxicación en su propia casa. Sólo los casos graves o que por cualquier circunstancia -la drogadicción conlleva enfermedades muy diversas- precisan hospitalización serán enviados a centros sanitarios por el tiempo que requiera el tratamiento médico. Luego volverán al centro de salud, de donde pueden ser enviados a comunidades rurales.
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