Jacques Delors
Nuevo presidente, desde ayer, de la Comisión Europea
Ayer, primer día del año 1985, el parisiense de 59 años Jacques Delors entró en funciones como presidente de la Comisión Europea, sustituyendo al luxemburgués Gaston Thorn. Es católico practicante de los de, al menos, misa y comunión dominical. Socialdemócrata declarado y miembro del partido socialista desde hace 10 años, fue consejero social del primer ministro Jacques Chaban Delmas en tiempos de la presidencia del gaullista Georges Pompidou y ministro de Finanzas del presidente François Mitterrand.
Ahora, desde su pedestal de Bruselas, Jacques Delors se mantendrá, muy probablemente, al acecho de lo que pase en la capital francesa de cara a unas elecciones que le interesan por encima de todo: las presidenciales de 1988, en las que podría ser candidato.Delors y el ministro de Justicia, Robert Badinter, son los dos únicos jerarcas de la izquierda gobernante francesa que dicen alto y claro que no son socialistas y que, si se les quiere etiquetar, se les apellide socialdemócratas; por eso, este hombre que habla como piensa y que domina como nadie la parábola popular, casi populachera, para que todo el mundo entienda el laberinto de la economía de mercado, nunca ha sido un dirigente bien visto en la izquierda de toma y daca, es decir en la comunista y socialista marxista.
Delors pertenece a esa raza de los cristianos de izquierda que forjaron una cultura dominante allá por la década de los años sesenta, tanto en el mundo político como en el sindical, del que procede este hijo de familia numerosa, modesta, licenciado en ciencias económicas, amante de la música, del cine, lector infatigable y hombre de apariencia física tirando a corriente, de no ser por una especie de cara que semeja a un mapa de dolor aliviada por unos ojos azules.Sus amplios estudios económicos y su competencia en la materia son los que le han aupado por la escalera del triunfo, pero a contracorriente, porque allí donde Delors ha puesto el dedo ha hecho pupa: cuando brujuleaba por los meandros de la derecha era tachado de demasiado idealista. Y contribuyó lo suyo a que se fuera al carajo aquella nueva sociedad con la que el entonces primer ministro, Chaban Delmas, pretendía llevar a cabo las reformas sociales que modernizarían a Francia, sacándola de la eterna ecuación derecha-izquierda.
Después de aquella experiencia, que no le impidió continuar siendo lector de L´Equipe (el diario deportivo francés más célebre), Delors volvió a su terreno: al de la izquierda, donde había empezado a militar por la justicia social en la Confederación Francesa de Trabajadores Cristianos (CFTC). Y se metió en el partido socialista (PS) que acababa de crear Mitterrand con todos los retales que habían salido más o menos maltrechos de la movida que fueron las barricadas de la revolución estudiantil de mayo de 1968. Pero también en esta vereda Delors molestaba, y continúa molestando, porque, si para la derecha era idealista, para la izquierda es demasiado realista. Como ministro de Economía, fue la garantía de Mitterrand ante la finanza internacional.
Delors se pretende moderado, realista y competente, y con este bagaje cree que puede sacudir a la Comisión Europea y, de paso, claro, que va a removerlo todo para que Europa se dé cuenta de que, una de dos, o sale del atolladero o será devorada en cosa de algún quinquenio por los gigantes del tercer milenio: Japón y Estados Unidos. Ser presidente de la Comisión Europea es tanto como gozar de un estatuto de jefe de Estado, pero sin los poderes ad hoc. Ahora bien, es muy posible que Delors, aquí también, juegue a lo que ha jugado siempre: a ser el pelo en la sopa de la política. Su estrategia no ha variado nunca, siempre a caballo de su pragmatismo reformista, con el que, sin ir más lejos, el pasado día 16 de diciembre dijo que se puede agrupar al 75% de los franceses. Lo que hizo Delors, con precisión, ante el areópago de la dirección del PS, fue declararse indirectamente candidato a las elecciones presidenciales de 1988 al lanzar una de sus célebres fórmulas: "Yo soy dos franceses de cada tres", remedando así el título de un libro de éxito del ex presidente Valéry Giscard d'Estaing, que también pretende lo mismo, para acabar con la confrontación a muerte entre los dos bandos de franceses, uno por la derecha y otro por la izquierda.
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