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Hormaechea

Rosa Montero

Sin duda, ustedes han oído hablar de Juan Hormaechea, el alcalde de Santander. Desde luego, el hombre tiene el mérito de haberse hecho famoso. Claro que hay famas nefastas y notoriedades funestas, como, por ejemplo, la de Hitler o la de Jack el Destripador, dicho sea como ejemplo y sin ánimo de comparar. La celebridad de Hormaechea se basa en su peculiar modo de ejercer el poder, con una vehemencia que se diría hija de sus atributos -viriles más que de su razón y su cerebro. En este país somos muy machos. No es de extrañar que el conservador Hormaechea salga reelegido, porque hay muchos que todavía admiran las desmesuras de tal lógica prostática.Por ejemplo, su manera de contestar las críticas. Resulta que en los periódicos santanderinos aparecen de cuando en cuando cartas de ciudadanos en desacuerdo con la gestión municipal. 0 sea, lo normal, lo que le sucede a cualquier

alcalde en cualquier sitio. Pero hete aquí que Hormaechea, que es un original, acaba de insertar en la Prensa un inefable anuncio que dice lo siguiente: "En relación con las cartas publicadas en los últimos días en Alerta, la contestación por parte de esta alcaldía es la siguiente: Felipe Ibáñez Cruz, de nacionalidad argentina, militante socialista y empleado en las oficinas del PSOE...". Y así hasta cinco, cinco fichas políticas, cinco nombres de ciudadanos díscolos, cinco firmantes de cartas de protesta.

Particular encanto tiene la descalificación de Antonio Lobeira, un señor de quien se cuenta que "su esposa está ligada a grupos de profesores contestatarios afines a tendencias disconformes dentro del espectro de izquierdas", cosa ininteligible, pero que debe ser muy mala, una perversion por conyugalidad a todas luces indecente. Y todas estas fichas con aroma a delación antigua, el anuncio, que para mayor agravante está pagado con fondos municipales, termina con una frase triunfal: "Las tendencias políticas de estas personas no precisan de mayor contestación ni merecen más comentarios".

No me digan que no es una deficiosa muestra del ya añejo y conocido modo de gobernar por cataplines.

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