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Democracias a medida

La democracia, ese concepto tan sencillo que se resume en principios de igualdad tales como un hombre, un voto; en el respeto a la libertad de conciencia, cuando afirma que el voto es secreto; en la equidad jurídica, al no admitir votos de calidad, dando a todos idéntico valor, y en el principio de participación, al exigir que el voto sea directo, se rompe hecha pedazos cuando del conjuntado juego de estas calidades no sale el resultado que le gustaría al poder o a quien lo ostente en cualquier parcela del mismo.Las leyes electorales, los quórum especiales, los sistemas mayoritarios, los proporcionales corregidos, los de señalamiento de mínimos electorales, los sistemas de privación, de premio, de discriminación o de eliminación de votos están a la orden del día para corregir la democracia pura.

Aquello del voto igual, libre, directo y secreto es realmente una macabra broma, una tomadura de pelo, un sarcasmo o, si se prefiere, retórica democrático constitucional.

Pensemos en algunos ejemplos, que, como es lógico. se asientan todos ellos en el famoso lema de la eficacia. Falta preguntarse: eficacia ¿para quién?

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En las recientes elecciones democráticas del Cono Sur el molesto candidato Wilson Ferreira estaba en la cárcel y muchos partidos fueron declarados no partícipes.

En la civilizada democracia europea no está tan lejano el supuesto de partidos declarados ilegales a efectos electorales, y todos estos sistemas miran por encima del hombro a los países del Este que, con su peculiar democracia popular, practican el idéntico deporte de dejar votar o de hacer votar a quien ellos quieren y para lo que ellos quieren.

En la paradigmática sociedad norteamericana el sistema de elecciones es tan complejo que el voto no es secreto, ni igual, ni libre, ni directo. En sus cobeligerantes sistemas europeos los más estudiados procedimientos tienden a eliminar minorías molestas de electores o de elegibles, a hacer desaparecer el derecho a la diferencia, a primar a los partidos del sistema más que a un auténtico sistema de partidos libres y dinámicos y, en suma, a consolidar estructuras que a algunos les pueden parecer ya poco perfeccionables pero que en realidad se deslizan desde una invocada democracia, que ha degenerado en oligopolio o en bipartidismo de oligarquías desde la democracia directa a la democracia participativa, y de ella se sigue descendiendo a la representativa, luego a la delegada, y se llega por fin a la nueva aristocracia de nomenklaturas, de jerarquías, de incondicionales y de aparatos.

Pero que nadie se equivoque e interprete este alegato contra la democracia rectamente entendida; que lo coloque en su sitio. Se dirige expresamente contra los que se han convertido en sus administradores o depositarios, y que, como dice el refrán, no deben hacernos olvidar que administrador que administra y enfermo que enjuaga, algo traga.

La Constitución impone a los partidos la democracia externa e interna, pero los derechos humanos, individuales y colectivos, los resortes democráticos, los controles, los equilibrios, las garantías en suma, se han quedado a la puerta de sus sedes y de sus estructuras. Como en tantos otros ámbitos. La ley del embudo tiene bastante más valor real que la Suprema Norma. También, también siguen estando a la puerta de las sociedades mercantiles y culturales, de los colegios profesionales, de las empresas, de los sindicatos, de las sectas religiosas y hasta de esa institución llamada la familia a la que todos defienden verbalmente y todos procuran mantener contra todo progreso.

Los congresos de los partidos rizan el rizo de lo retorcido en esta clase de temas. Bien sea con el principio del centralismo democrático o de la democracia geograficada, de la estabilidad de los que quieren estabilizarse o con cualquier otra artimaña, el hecho - es que el voto de los militantes no se compagina con el número proporcional de los delegados, con su mandato al hacer el debido uso de la representación y con la igualdad de votos de éstos, dado que, al parecer, algunos tienen un especial derecho de calidad jerárquica o temática para que al final se pueda producir la sorpresa de que se pueda ser presidente de Estados Unidos habiendo sacado menos votos que el candidato rival, se pueda tener representantes en la Cámara en mayor o menor número con independencia del número y del deseo de los electores o se pueda realizar una política incluso contraria a la que quieren los militantes, los electores o la mayoría de los delegados a un congreso, pues doctores y exegetas tienen las santas democracias a medida, que miden a su antojo, con absoluto desprecio del voto igual, directo, secreto y libre, los sufragios universales en sus particulares interpretaciones, adecuadas a sus particulares intereses.

Demos una mirada en derredor y nos sobrarán las pruebas. El apartheid también tiene su expresión en los votos blancos y en los negros votos.

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