Belmonte, el gótico de los Villena
Un monumento de La Mancha en recuerdo de fray Luis de León
Una desigual fila de blanquísimos molinos remata la loma que crece a espaldas de Mota del Cuervo y forma la imagen más repetida de La Mancha. Para acercarse a Belmonte habrá que tomar la carretera que justo en este punto se dirige a La Almarcha, traspasando loma y molinos, cruzando campos de viñas, anchos cultivos de girasol. Desde lejos, el castillo, subido a un cerro, acerca de pronto el horizonte manchego. A sus pies, el pueblo blanco se desparrama en torno al gran edificio de la colegiata. Un largo lienzo de muralla une pueblo y castillo y atestigua la importancia de esta población, importancia ligada directamente a los Pacheco, marqueses de Villena, sus dueños y señores. A ellos se debe esa impresionante obra de la iglesia parroquia¡ levantada en el siglo XV, en un gótico rústico y macizo, aprovechando la primitiva fábrica románica. Es hermosísima. Desde la sencilla y curiosa portada y la cuadrada torre con nostalgias de alminar hasta el sorprendente y riquísimo interior. Un retablo del siglo XVII preside el altar mayor; en sus flancos, las estatuas orantes de cuatro Pacheco. Más retablos -del XV y del XVI- y tablas adornan las capillas de las naves laterales. La de los León, fundación de esta familia a la que perteneció el gran poeta fray Luis, sobresale entre todas. En ella se encuentra un precioso retablo plateresco y un excelente grupo escultórico del Santo Entierro. Pero quizá lo más notable de la colegiata sea la sillería del coro, procedente de la catedral de Cuenca y trasladada a esta iglesia a mitad del siglo XVIII. Se trata de una obra en nogal, gótica, realizada por dos famosos hermanos flamencos, Hanequin y Egas, de BruselasJunto a la iglesia, un gran edificio abandonado en el que residió el célebre infante don Juan Manuel está destinado a la más triste de las ruinas. Más casas y mansiones ilustres en la población. Entre todas, la que lleva la fama de haber sido el lugar de nacimiento de fray Luis.
Se sale de la villa fortificada por una de las dos puertas que aún conservan su primitivo aspecto. Bordeando la muralla se llega hasta el gran castillo, de planta en estrella y rotundas torres redondas en cada uno de los ángulos. Es un ejemplo perfecto de esa arquitectura militar del siglo XV en que la fortaleza cumple las funciones de refinado palacio. Los matacanes se vuelven puramente decorativos; las torres dejan de crecer; los artesonados mudéjares cubren galerías, salones y capillas. El poder de los nuevos reyes se impondrá ya para siempre en la vida y las construcciones de los nobles.
LA VISITA
Para recorrer el interior del castillo habrá que pedir la llave en el Ayuntamiento de Belmonte. Merece, sin duda, la pena y el tiempo. Restaurado a mediados del siglo pasado, conserva un buen patio, una excelente decoración mudéjar, especialmente sobresaliente en las ventanas y puertas, y algunos de los más bellos artesonados de la época.
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