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Canillejas debe perdurar

Un asiduo participante en carreras populares, tanto españolas como extranjeras, ex atleta de competición, que estuvo en la prueba de Canillejas, analiza los hechos ocurridos, el porqué de los sucesos, y aboga por la continuidad de las pruebas populares y especialmente por la de Canillejas. Éstos son sus razonamientos.

En primer lugar, hay que aplaudir la capacidad de convocatoria que consiguieron los organizadores, tanto entre atletas de elite como de los llamados populares, incluyendo entre éstos a los miles de niños que también corrieron el domingo. Y es que la fiesta deportiva no pudo comenzar mejor. Miles de niños y niñas con capacidad de correr y hasta 14 años invadieron con sus pruebas, desde las nueve de la mañana, diversas calles del barrio. Se iban orgullosos, tras esperar pacientemente en largas colas pasada la meta, con su coparecuerdo, su bote de refresco y su naranja. ¡Qué buena siembra de futuros deportistas en Canillejas! En un día han salido a correr más chavales que en muchas campañas (?) oficiales de promoción, mal enfocadas de origen.Y luego, desde otra salida, como si ya se intuyera que había que diferenciar lo espontáneo de lo espectacular, la carrera grande. Miles de corredores de todos los tipos, edades y calidades atléticas. la mayoría, habiendo empezado a correr estimulados por carreras como la de Canillejas. Pero siempre hay quien no digiere bien las nuevas ideas y en los que se tuercen esas nobles inclinaciones y se hacen habituales de estas competiciones sólo para sacar algo tangible. Son los menos, afortunadamente; pero a las masas, cuando algo se ha torcido, se les puede disparar fácilmente. Y entonces ellos encienden la mecha y izas!

¿Y qué había soliviantado previamente los ánimos de unos cuantos?

Los premios, sin duda. En esta competencia que existe entre organizadores de carreras en carretera por conseguir el mayor número de participantes, y donde además estén presentes atletas de renombre, unos ofrecen circuitos maravillosos; otros, fijos monetarios de salida, y otros, como Canillejas, miles de premios que atraigan a miles de corredores. Y lo consiguieron. Si para unos pocos la elite, el señuelo), era el coche, los vídeos u otros muchos premios valiosos, para otros era la copa por terminar, y d¡verso material deportivo, para Y arios centenares. ¿Son lógicos estos estímulos para competir en algo que se supone que además nos gusta?

¿Deben competir juntos elite y populares? En todas las carreras no federadas lo hacen y no tiene por qué pasar nada. Los unos realzan con su clase una prueba, los otros hacen de eco deportivo con su masiva presencia. ¿Por qué, entonces, esa aparente animosidad observada en Canillejas de algunos populares a las figuras? Probablemente porque, tras la salida en falso provocada por los reventadores de siempre, a los que siguió la gran masa de participantes creyendo que, una vez más, acabaría valiendo, muchos de ellos siguieron hasta el final, haciendo caso omiso de la decisión de los organizadores de cortar la carrera al no dar por válida la salida. Y tras llegar a la meta, querían no sólo llevarse la coparecuerdo por acabar, sino los otros premios. Y fue quizá esa frustración de comprobar que habían corrido en balde la que llevó a los más cafres y menos deportivos a la decisión de boicotear la carrera que se celebraba tras la salida definitiva, llegando incluso a agredir a algunos de los corredores más conocidos.

¿Qué falló en Canillejas? Fundamentalmente, la deportividad. S¡ los corredores que provocaron la primera salida antes de tiempo y con premeditación aparente no lo hubieran hecho, no habría habido tantos problemas. Si los que de ellos y otros muchos que les siguieron se hubieran parado cuando la organización (con buen o mal criterio) decidió cortar esa primera intentona y hubieran corrido en la definitiva, las aguas habrían vuelto a su cauce. Si al llegar a la meta algunos de esos corredores no hubieran protestado, calentando los ánimos de otros muchos para boicotear la prueba -celebrada tarde, pero legalmente-, no hubieran llegado a los extremos de bajeza deportiva que protagonizaron. Cuando los autollamados populares se convierten en populacho, dejan de ser deportistas para convertirse en masa vociferante y vindicativa de unos derechos (?) que sólo ellos sabrán de dónde salen. Por pagar 250 pesetas les ofrecían correr 12 kilómetros por un circuito, recibir una revista de la prueba y, si terminaban, una copa-recuerdo. Todo lo demás -es decir, los otros premios- debían de ganárselo compitiendo, deportivamente y en buena lid, con él resto de los corredores. Es habitual, aunque triste, que en este tipo de pruebas multitudinarias se cuelen bastantes que, trampeando, roben sus legítimos premios a los que sí corren toda la distancia marcada.

En cuanto a los organizadores, encabezados por ese generoso espíritu que se personifica en José Cano, deben tomar tierra y cimentar una infraestructura organizativa que sean capaces de manejar y que asegure el normal desarrollo de una prueba de esta envergadura. El recorrido, muy mejorado con respecto a ediciones anteriores en los primeros kilómetros, adolece de una llegada adecuada que pueda engullir sin problemas los miles de corredores que finalizan, sin hacer colas interminables. Pero Canillejas debe perdurar porque, a pesar de todo lo ocurrido, sigue siendo una experiencia positiva para el atletismo nacional.

José María Odriozola es catedrático de Bioquímica de la Complutense y ex atleta.

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