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El regreso del padre Cristian

La marginal barriada de las afueras de Sevilla recupera su peculiar normalidad, un mes después del espeluznante crimen de Paquito Reyes Romero, de cuatro años, y cuando ha transcurrido una semana desde que el juez pusiera en libertad al jesuita Cristian Briales Shaw, detenido por la policía como sospechoso. Los vecinos aún siguen vigilantes las noticias de la radio y observan sin discreción los movimientos de la policía. El padre Cristian acude a sus talleres y a sus clases -aunque no ha vuelto a dormir en el barrio- en el colegio Menéndez Pidal, porque "no venir era dar pie a quienes me han calumniado", afirma. La gente le respeta, pero piensa que la policía tendría algún motivo para detenerle. Los jesuitas dan por cerrado el caso y declinan hacer declaraciones.

Las dos furgonetas de la Policía Nacional que se encuentran en el centro de un descampado equidistan de la iglesia, de la comisaría, del grupo de jóvenes que lían un porro como quien mira un cuadro, y del colegio público, que está adosado a otro de monjas. Cristian Briales es profesor de religión del Colegio Menéndez Pidal. Después de los sucesos, su vuelta al barrio se produce para atender las clases y sus dos talleres. Uno de ellos, el de la calle de Manuel Barrio Macero, está prácticamente cerrado. En el otro está reparando o confeccionando 80 sillas para un colegio y 50 para otro. Sus discípulos son jóvenes sin trabajo, algunos delincuentes, a los que paga propinas. Personas que colaboran con sus talleres de carpintería y soldadura aseguran que "no lo hace con ánimo de lucro".Esas personas piensan que el sacerdote es un hombre "educado, caballero, casi misionero", pero piensan también que la policía tendría razones de peso para detenerle. En el interior de una de las aulas, el padre Cristian, que tiene en su derredor niños de educación básica, imparte pausadamente las enseñanzas de la fe.

Vocación de mártir

Su regreso a las clases fue normal, excepto la recomendación que le hizo el padre de un alumno cuando le preguntó si su vuelta al colegio y a la barriada era porque tenía vocación de mártir. Al terminar su clase, vestido con pantalón de tela gris y cazadora de primavera azul claro, sube a lomos de una Ducati de 250 centímetros cúbicos y enfila las calles de Torreblanca. Es una imagen habitual para los convecinos, que le apodan Ángel Nieto por esa inusual afición para trasladarse.Muchos han cambiado sus costumbres religiosas: católicos que no han vuelto a pisar la iglesia y padres que han retirado a sus hijos de la catequesis.

La curia provincial de los jesuitas de Sevilla, necesario tamiz por el que se filtran todas las informaciones referidas al caso, explicó a este periódico de forma correctísima que no se harán más declaraciones porque "no hay forma de añadir nada más". El superior provincial, Matías García, comentó: "Hay que contribuir a la tranquilidad y volver tranquilamente al trabajo".

Respecto a Cristian Briales, "se irá incorporando progresivamente a la barriada, cuando el ambiente sea receptivo, porque no queremos provocaciones. Este suceso ha levantado crispaciones, explicables en algunos casos. Volverá cuando su estado psicológico sea el idóneo". No obstante la censura, Cristian Briales reiteró a este periódico su negativa a hablar, pero comentó que aún no había penetrado de nuevo en su barrio: "No he callejeado todavía, pero la gente me saluda. Solamente uno me ha vuelto la cara". Vive en la residencia de jesuitas de la calle de Jesús del Gran Poder y acude a Torreblanca durante el día, "porque no venir era dar pie a quienes me han calumniado", asegura.

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Delincuentes molestos

Para el director del colegio público Meriéndez Pidal, Luis Valladares, la tensión de las últimas semanas está remitiendo. "Si no estuviera la policía vigilando la iglesia ya todo habría pasado. La presencia policial es molesta para muchos que viven de la delincuencia, y hay muchos policías de paisano. La gente sabe que no están aquí para proteger, sino para investigar".La sombra de la duda persiste entre los pobladores de Torreblanca, pero es en Casitas Bajas donde más se acentúan las críticas contra el jesuita. De esa zona proceden las opiniones de hombres que conocen las celdas de las penitencia rías españolas y que aseguran que por menos pruebas a ellos ya los habrían encarcelado.

El regreso de Cristian Briales a sus trabajos en Torreblanca coincide con una serie de convulsiones que esa barriada desarrollista está padeciendo. El asesinato del niño Francisco Reyes Romero ha causado un gran impacto entre su pobladores, pero no era, ni mucho menos, el primer estallido de violencia.

Exhumación

Aunque las penalidades de la vida cotidiana pueden con la memoria, nadie se olvida del suceso de los Tristán.Ocurrió hace siete años, cuando la policía contaba con indicios de que esa familia tenía amplias relaciones con el mundo de la droga.

Tras un seguimiento descubrió la presencia de uno de ellos en el Quintillo, antes de Torreblanca, y allí resultó muerto. El cerco se fue estrechando hasta el interior de la barriada y en la propia casa se entabló un tiroteo en el que murieron otros tres miembros de la familia. El padre ingresó en prisión y ahora vuelve a pasear por el escenario de la tragedia.

Tras la vuelta del jesuita, la vida sigue igual en apariencia, pero en el interior todos están pendientes de los aparatos de radio por si se produce alguna novedad en el caso, como por ejemplo la exhumación del cadáver de Paquito.

Tanto el juzgado que instruye el sumario como la policía y el forense contratado para el caso guardan estricto silencio respecto a la posibilidad de tal exhumación. El barrio está unido en la miseria reinante, pero discrepa respecto al suceso.

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