Osiris Rodríguez
El autor del 'himno' revolucionario de los tupamaros uruguayos fabrica guitarras de precisión en su exilio madrileño
Cuando Osiris Rodríguez Castillos terminó, a finales de los años cincuenta, su nueva canción sintió frío: "Notaba que estaba tocando la entraña viva de la historia de nuestra nación". Unos meses más tarde, al regreso de un viaje a Argentina, se dio cuenta de que Cielo de los tupamaros se había convertido en el himno de la revolución uruguaya y de que los guerrilleros habían retomado el nombre, que él rescató del olvido, del príncipe inca que perdió la vida al oponerse al poder español, Túpac-Amaru. Eran los tupamaros. Hoy, cerca de los sesenta años de edad, vive en Madrid, ha abandonado las actuaciones y se dedica a la fabricación de guitarras de alta precisión en el pequeño taller que instaló en su domicilio con el dinero que le dieron cuando decidió exiliarse.
Osiris Rodríguez escribe desde niño. Aunque nació en Montevideo en 1925, pasó su primera juventud en Sarandí del Yi, pueblo ganadero del departamento de Durazno, donde se imbuyó del ambiente campesino y gauchesco, que siempre han reflejado sus poemas y canciones. En 1953 ganó el primer premio de poesía épica de la ciudad de Minas con su libro Canto al libertador Juan Antonio Lavalleja. A los 36 años publica su primer disco, que incluye poemas recitados, lo que crea escuela en el Río de la Plata. Entre sus canciones, para las que utiliza fundamentalmente la milonga, destacan Gurí pescador, Camino de los quileros, Como yo lo siento y Cielo de los tupamaros. Esta última recupera el cielito -tonada típica de Uruguay que popularizó Bartolomé Hidalgo en la época de la independencia- y se convierte en el himno de la revolución tupamara."Cuando yo comenzaba", afirma Osiris Rodríguez, "nadie se ocupaba de las tradiciones de nuestro pueblo. Los poetas y músicos de mi país estaban muy europeizados, y la crítica me ignoró hasta que la propia fuerza de las canciones acabó por imponerse". Entonces comenzaron otros a cantar, la música popular se universalizó y nació el canto popular uruguayo. "Sin embargo, esto hizo que el folclor se transformara en algo totalmente comercial".
Con la llegada de las dictaduras militares al Cono Sur, Osiris Rodríguez comenzó su largo exilio. Abandona los recitales y se encierra en su domicilio de Montevideo, donde se consagra a la enseñanza de la guitarra. Fue denunciado en varias ocasiones, "pero tal vez porque yo era un hombre muy respetado en Uruguay, o porque los militares no entendían el significado último de mis canciones, nunca fui detenido", afirma.
Apuró "los últimos pesos" hasta el plebiscito de 1980 para decir no a los militares y se vino a España. "El pueblo uruguayo ha vivido una de las dictaduras más duras de Latinoamérica, pero no han podido con nosotros. Dicen que somos un país ingobernable, y efectivamente lo somos, pero para las dictaduras. El subsuelo uruguayo es de granito, a pesar de la amabilidad de sus lomas, fértiles y verdes".
Osiris Rodríguez es hoy un hombre de mirada profunda y hablar templado, rodeado de sus guitarras y de sus libros. "Cuando llegué a España, a principios de 1981, dí algunos recitales, pero noté que no había interés, que yo cantaba y no pasaba nada". Entonces montó su taller de guitarras con el dinero que recibió cuando decidió formalizar su exilio. "No pienso volver, porque no lo necesito. El hombre es tierra que anda. No preciso más nada".
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