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Reportaje:Los estupefacientes, segundo rostro de Líbano

Hachís, el otro comercio libanés

La llanura de la Bekaa se ha convertido en el 'granero' europeo de esta droga

Desde los pequeños jardines que rodean los confortables chalés de los pueblos cristianos de Batrun o Biblos hasta las grandes extensiones de terreno en la llanura oriental de la Bekaa, la planta de cannabis, con sus cinco hojas, forma inevitablemente parte del paisaje rural de Líbano.Para su consumo personal, para redondear sus ingresos o para efectuar lucrativos negocios a gran escala, raros son los libaneses que posean por lo menos un ápice de terreno y que no se hayan dedicado a ese cultivo ya tradicional del cannabis indio del que se extrae el hachís.

Ni la presencia en la Bekaa de divisiones o meras compañías de cuatro fuerzas armadas regulares (sirias, israelí, iraní y libia) ni la de otras tantas milicias shries libanesas, sin contar las numerosas facciones palestinas asentados en la zona y sus periódicas escaramuzas, han alterado la producción de una región extraordinariamente fértil.

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"De cuando en cuando", comentaba quejoso un cultivador que, como todos sus colegas, prefiere permanecer en el anonimato, "las maniobras militares de los ejércitos han despanzurrado unos cuantos campos cuando no han elegido justamente una plantación de cannabis para camuflar sus carros de combate, medio enterrándolos en la tierra y cubriendo la torreta con una capa de barro".

Acostumbrados a convivir desde hace una década con el Ejército sirio, los adinerados agricultores de la Bekaa, que circulan frecuentemente en ostentosos automóviles de marca Volvo o Mercedes, temieron, en cambio, por sus plantaciones cuando los 1.200 guardianes de la revolución iraní (pachdaran), enviados por el ayatola Jomeini a Líbano en 1982, se adueñaron, junto con las milicias integristas libanesas, de Baalbek, la mayor ciudad del norte de la Bekaa.

En la antigua Eliópolis (ciudad del sol) de los romanos los retratos de Jomeini y las gigantescas pintadas alabando la revolución islámica iraní y exigiendo que "Estados Unidos y la entidad sionista sean borradas de la superficie de la Tierra" nunca impidieron, por ejemplo, a los minoristas de hachís seguir repartiendo su mercancía.

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La lucha de los pachdaran contra la droga no tuvo nada de comparable con la que llevaron a cabo contra el alcohol, y poco a poco este verano el Ejército sirio retomó el control de Baalbek alejando con sus bayonetas a los iraníes y apaciguando los infundados temores de los prósperos campesinos.

Con cerca de 1.000 kilómetros cuadrados cultivados -casi la mitad de su superficie agrícola- y una producción que ronda las 5.000 toneladas anuales por las que los agricultores perciben unos 28.000 millones de pesetas, la Bekaa sigue siendo el granero de hachís de Europa, con tanta mayor razón cuanto que desde la llegada al poder en 1980 de los militares turcos numerosas plantaciones de cannabis han sido destruidas en Turquía y las exportaciones del otro gran proveedor del Viejo Continente han experimentado un fuerte descenso.

En Líbano, en cambio, se produjo un cierto auge de la producción a raíz de la invasión israelí del país, porque los traficantes encontraron en Israel no sólo un nuevo mercado, sino un lugar de tránsito hacia Egipto con la ayuda del hampa israelí y de los beduinos del desierto del Neguev, fronterizo del Sinaí egipcio.

En parte porque su precio bajó sensiblemente en Israel tras la invasión, en parte porque, según el movimiento kibutzim (asociación de los trabajadores de las granjas en régimen de autogestión) "los jóvenes se deprimen ante la perspectiva de tener que hacer su servicio militar en Líbano", el consumo de droga ha aumentado en el Estado judío desde hace dos años.

El ministro israelí de Asuntos Policiales, Jaim Bar Lev, no dudó en declarar a su salida del último consejo de ministros de octubre que el tráfico ilegal de droga entre el sur de Líbano e Israel "constituía una importante razón suplementaria para poner un término a la presencia israelí en el sur de aquel país".

Aunque en menor medida que la turca y a pesar de la tolerancia de las autoridades castrenses sirias que gobiernan la región, la producción libanesa de hachís en la llanura oriental fronteriza con Siria también tiende a bajar.

Los golpes asestados por las policías europeas al tráfico de drogas blandas, el creciente hermetismo del frente sirio-israelí, que dificulta su tránsito por el Estado judío, y el control parcial que el Gobierno de Beirut ha conseguido ejercer sobre algunos de los 12 puertos ilegales (una patrullera libanesa apresó, por primera vez, este mes a un barco turco cargado con dos toneladas) obstaculizan ahora la salida del país de su primer producto de exportación.

Una "revolución" campesina

"Existen", explica el cultivador anónimo, "algunas pequeñas pistas de aviación donde pueden aterrizar avionetas, pero volar a baja altura por esta región repleta de misiles y baterías antiaéreas (las hubo incluso entre las columnas de las ruinas del templo romano de Júpiter en Baalbek) y constantemente sobrevolada por los aparatos sin piloto y los cazabombarderos israelíes es harto arriesgado".

Pero si las superficies dedicadas al cultivo del cannabis disminuyen no es tanto a causa de las dificultades de su transporte. Numerosos agricultores han decidido reconvertirse sembrando semillas de plantas adormideras, de las que se extrae el opio, a partir del cual se fabrica la heroína.

Motivados por fuertes incentivos económicos, algunos pocos campesinos no han dudado en reconvertirse totalmente del día a la noche. Otros más prudentes han empezado de forma experimental plantando las adormideras en el huerto de su casa, cuyas ventanas del primer piso quedan a veces tapadas en primavera por la famosa planta blanca.

Opio en la Bekaa

Los libaneses hubiesen sido incapaces de dedicarse al cultivo del opio si no los hubiesen iniciado sus vecinos turcos, que acosados por su ejército buscaban fértiles terrenos de recambio. Los traficantes turcos formaron a los campesinos de la Bekaa, les proporcionaron incluso las primeras semillas y ahora les compran sus cosechas, que transforman en heroína en laboratorios recién instalados en la misma llanura.

Pero más tarde algunos inexpertos agricultores libaneses adquirieron a astutos compatriotas y "a muy buen precio" semillas de rábanos muy parecidas a las de la adormidera, mientras otros campesinos no supieron recoger a tiempo o con la destreza requerida la savia de la planta que al secarse se convierte en opio.

Los empleados libaneses de los laboratorios montados por los turcos han cometido en sus manipulaciones errores aún más graves. A principios de mes fallecieron cinco jóvenes tras pincharse con jeringuillas que contenían dosis medias de heroína, mientras otros drogadictos perdían definitivamente la vista.

En respuesta a una pregunta del diario beirutí Daily Star sobre la inexperiencia libanesa en materia de heroína, otro anónimo cultivador contó como anécdota que en un pueblo de la región varios habitantes mezclaron la adormidera con la ensalada y se la comieron: "era muy sabrosa", aseguraron.

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