La fiesta musical se convirtió en un acontecimiento social en el concierto de Leonard Bernstein
Con 10 minutos ininterrumpidos de aplausos y el himno nacional español dirigido por la batuta de Leonard Bernstein e interpretado por la Orquesta Filarmónica de Viena, terminó anoche, si no el concierto del año, sí uno de los acontecimientos más destacados de la temporada. Pocas veces se ve tal densidad de vips por metro cuadrado, Fueron al teatro Real la Reina y la infanta Cristina, varios del Gobierno, directores, ex directores generales y un largo etcétera de personalidades. Las conversaciones del descanso fueron verdaderas retahílas de alabanza y los prolégomenos de mutuas felicitaciones por haber conseguido estar en el Real en acto tan señalado.
La mitad de las casi 200 personas que guardaban cola, formada en la puerta del teatro Real 28 hor as antes de abrirse la taquilla, se quedaron sin entrada. Los que iban consiguiendo su correspondiente par de localidades se retiraban s atilfechos de la vantanilla o abrazaban a sus acompañantes con emoción Muchas de las 200 entradas que el teatro Real puso a la venta una hora antes de iniciarse el concierto costaban sólo 100 pesetas. Uno de los jóvenes que habían aguardado durante horas aseguraba que "ha merecido la pena esperar tanto" "Lo importante ahora es estar bien despierto para oir el concierto", comentaba el joven que consiguió ocupar el séptimo puesto de la cola, al haber llegado al Real a las tres de la tarde del lunes. "En cuanto termine esto, me voy a casa a dormir. Estoy reventado, pero aguanto para el concierto".Dentro del teatro Real el ambiente era bien distinto. A la puerta estaba Francisco Fernández Ordáñez, presidente del Banco Exterior, en sitio y gesto como de bienvenida. "Es que estoy esperando al embajador de Estados Unidos; estudiamos juntos en Harvard, ¿sabe?". Detrás de Fernández Ordáñez se colocaron los fotógrafos para captar a los vips con sus objetivos. Por allí desfilaron el esperado embajador, Thomas Enders, Javier Solana, Alfonso Guerra, José María Calviño Federico Colón de Carvajal, Joaquín Leguina, Fernando Morán, José Barrionuevo, José María Rodríguez Colorado, Luis Yáñez y, finalmente, la Reina Doña Sofia y su hija, la infanta Cristina. Fuera quedaron un puñado de personas -quizá cerca del centenar-, que se quedaron esperando durante todo el concierto por si alguien un dato que, de momento, la Comunidad Autónoma prefiere no hacer público. "Ha costado mucho dinero, mucho", decía ayer José Luis García Alonso, consejero de Cultura. "Solo le diré que más de seis núllones y menos de veinte. Pero ha merecido la pena, ¿no?".
«Esto es de morirse"
El público estuvo entregado desde el principio, recibiendo al norteamericano Leonard Bernstein y a la Filarmónica de Viena con una aplauso atronador. Tan atronador como el dedicado al final de la primera parte, después de la interpretación de Divertimento, obra compuesta por el propio Bernstein que, efectivamente, divirtió a los asistentes. Los ojos del aforo completo estuvieron clavados el director, compositor y pianista nacido de Massachussets, que baila con su música, encoge los hombros con movimientos espasmódicos y menea a veces el trasero con cierta gracia. En Divertimento, incluso la orquesta parecía estar pasándolo bien.
Los corrillos del descanso eran casi monotemáticos. "¡Es genial!". "¡Qué maravilla!". "¿Has visto qué diferencia de sonido?". "¿Entre la Nacional y esto? Es que no hay color". "A mí me ha parecido de morirse; la orquesta es increíble; yo ya la conocía porque estuvo aquí en agosto. ¿Bernstein? Es un fuera de serie". "Claro que la Filarmónica de Viena no necesita director; funciona sola, pero ha estado bien el Divertimento". "¿Habeis visto a la Obregón; está ahí, mírala".
Los más entendidos insistían, no obstante, en que lo bueno vendría después, en la segunda parte, con el pianista Krystian Zimerman interpretando a Brahms. "Lo que pasa es que ver a Bernstein es un acontecimiento".
Bernstein quedó físicamente oculto tras el piano de Zimerman. Este joven pianista polaco acariciaba el teclado o saltaba en su silla en los momentos culminantes. El aplauso final fue de real apoteosis. Diez minutos durante los que director y pianista salieron a saludar seis veces.
Bernstein tuvo ayer una apretada jornada en Madrid: museo del Prado, visita para la que pidió soledad. Después almorzó en el Palacio de la Moncloa con Felipe González y su esposa. El día terminó con una cena en su honor en la embajada de los Estados Unidos. Hoy Bernstein ofrece, a las 9, en el Palau de Barcelona, otro concierto. Sólo Zimerman no irá.
Babelia
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