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El continente demediado

La historia interminable de la renegociación de la deuda latinoamericana se inició en septiembre de 1982. Los artículos más recientes sobre la discusión, ya algo más madura, coinciden en afirmar que tal problema debe tener soluciones políticas. Lo que equivale a decir que las soluciones técnicas o puramente técnicas no son suficientes para contemplar todos los requerimientos de las partes implicadas. O sea que la manejabilidad del problema ha escapado a lo que podrían llamarse soluciones convencionales. Se admite que en Latinoamérica, hoy, podría desaparecer el problema de la deuda, pero no desaparecería la crisis.

Los objetivos tradicionales de un sistema monetario y financiero internacional no han sido suficientemente garantizados en la actualidad. Y esta falta de garantía ha hecho surgir la duda respecto de la viabilidad de las políticas recomendadas a los países deudores para volver a la senda del ajuste. La obtención de superávit para pagar la deuda pasaba por un incremento de las exportaciones, una reducción en las importaciones y, además, drásticas reducciones en los déficit públicos de estas economías. Es prácticamente imposible conseguir incrementos de las exportaciones cuando a todos los países en la misma situación se les recomienda reducir sus compras al exterior y los países desarrollados practican un proteccionismo del más viejo cuño. La reducción de las importaciones significa en América Latina un fuerte descenso en el ritmo de crecimiento de su producto nacional bruto. Y finalmente, los recortes en el gasto público para continuar el déficit se traducen en reducción de las transferencias realizadas generalmente para aminorar la fuerte subida de los precios de los artículos de primera necesidad. Por tanto, las economías endeudadas difícilmente podrían controlar las variables que se les sugería debían ser manejadas.

Soluciones parciales

El tratamiento era más o menos útil para las situaciones de iliquidez, pero no para las de, insolvencia, y sobre todo para este tipo de insolvencias. La deuda era la manifestación más patente del fracaso de todo un proceso de mantenimiento artificial de ritmos de crecimiento o de consumo desbordado que se había beneficiado de la permisividad de los mercados durante la década anterior. Y no podía tratarse con arreglos parciales, temporales y obsoletos.

En todo proceso de acomodación a un nuevo estado de cosas se suelen arbitrar soluciones parciales hasta que se vislumbre el asentamiento definitivo. Nadie puede pagar. Pagar en el sentido estricto de excedente de balanza de pagos que generase fondos que transferir a los acreedores Nadie podía dejar de cobrar, porque ello supondría que si en el mismo día del vencimiento no se anotaban esos fondos a favor de los bancos acreedores, éstos deberían contabilizarlos como impagados, y algunos de ellos, quebrar. La solución a este galimatías fue más fácil de lo que parecía: el "vencimiento de final del trimestre". Los países podían obtener fondos a medio y largo plazo que, incrementando la deuda futura y los spreads pagados por el aumento de riesgo, permitirían devolver puntualmente el vencimiento de la deuda a corto plazo.

Con esta solución, estas economías se encontraron peor que al principio, porque el punto de partida está mucho más lejos que el de llegada.

Se recomienda reducir la deuda y, sin embargo, se sigue aumentando para evitar la quiebra, pero con una agravante: la elevación del coste al incrementar los riesgos y los tipos de interés como consecuencia de la política económica general en un mundo muy lejano a los deudores. La reivindicación del deudor vuelve a buscar la solución más fácilmente vendible o la que parece tener menos resistencia por parte del acreedor: la disminución de los tipos de interés o el establecimiento de tipos de interés fijos para la deuda externa. La reducción de los tipos de interés se manifestó rápidamente imposible con el actual sistema financiero internacional. Los tipos de interés variables son consustanciales con los tipos de cambio libremente fluctuantes que se establecieron hace ya unos años. Y son incompatibles también con la naturaleza privada del banquero acreedor que debe remunerar sus depósitos en su país de origen al tipo de interés que le marque la política económica general y que, por tanto, debe repercutir en sus inversiones en Latinoamérica.

Vuelta atrás y búsqueda de otro tipo de solución. Llamada constante a la solidaridad internacional. Pero ¿es ésta posible en las presentes circunstancias? Si un país, por diferentes motivos, decidiera asumir, independientemente de la cuantía, riesgos mayores, bien financieros o bien comerciales, sólo valdría para que la situación de mayor desahogo, producido de forma temporal en la contabilidad externa de ese país fuese devorada por los bancos privados acreedores al final de cada período de vencimiento. Porque la diferencia de la situación presente es el carácter privado de los acreedores, y la excesiva concentración de créditos concedidos por los bancos norteamericanos -es decir, cualquier generosidad parcialsólo beneficiaría al acreedor final, que ya ha demostrado no ser lo suficientemente generoso como para permitir dilaciones en los pagos.

¿Cuál es entonces la posibilidad de una solución política a este rompecabezas? Porque lo que ha quedado claro es que, sea cual sea la naturaleza de la solución, hay que enmarcarla dentro de una aceptabilidad técnica y dentro también de la seriedad propia de un sistema venerable que se resiste a ser mínimamente modificado.

La deuda parcial se ha volatilizado en inversiones faraónicas, conflictos bélicos o, en el mejor de los casos, en inversiones no rentables, dada la diferencia de tecnología existente entre los países en conflicto. Los Gobiernos actuales de los países deudores o no se consideran responsables de esta situación o no pueden pagar en ningún caso sin enfrentarse a un malestar popular de inseguro final. ¿Por qué se empeñan en pagar? Porque lo que está en juego no es el pasado, sino el futuro. Latinoamérica ha necesitado y necesitará fondos cuantiosos para su futuro desarrollo. Y estos fondos nunca llegarían al país que repudiase o declarase una moratoria unilateral de sus débitos. El pasado cuenta en tanto que influye en el futuro. De ahí la necesidad de una solución política, que parece que ya se está instrumentando, al menos en las dos últimas grandes negociaciones: se conceden fondos nuevos a los países deudores y ya se pagan únicamente los intereses, pero no el principal. Es decir, se ha renegociado la deuda de tal forma que los pagos de capital no deben realizarse hasta casi la próxima década, pero deben afianzarse definitivamente los pagos por intereses.

Esta nueva solución tiene el inconveniente de que garantiza la estabilidad exclusivamente de la situación actual, y quizá por ello sea la finalmente adoptada. No es una solución, pero servirá para perpetuar el presente de la situación latinoamericana, en donde vivir significa simplemente sobrevivir.

es director de Cooperación Económica del Instituto de Cooperación Iberoamericana.

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