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UN AÑO DE LA PRESENCIA MILITAR NORTEAMERICANA

Washington paga la factura del aeropuerto de la discordia

Soledad Gallego-Díaz

Lo que más gracia le hace a los granadinos es que Washington haya pagado sin rechistar la factura de construcción del nuevo aeropuerto, en Punta Salinas. Todos recuerdan cómo Maurice Bishop inició el proyecto y cómo Estados Unidos reaccionó con violencia: el aeropuerto, decían, es innecesario, y sólo servirá para que puedan aterrizar aviones soviéticos. Incluso antes, durante y después de la invasión, el argumento del peligro que constituía dicha instalación llenó columnas en la Prensa norteamericana y fue una de las razones más queridas por la Administración Reagan para explicar el porqué de la invasión.Tras su aposentamiento en la isla, un informe de la Agencia para el Desarrollo Internacional no dejó lugar a dudas. Si se quiere que Granada se desarrolle es imprescindible una pista de aterrizaje donde puedan llegar aviones transatlánticos con turistas europeos ávidos de sol, que era el razonamiento repetido hasta la saciedad por Bishop y los cubanos. Estados Unidos metió la cabeza debajo del ala y pensó que no existía otro remedio. Granada es ahora un país amigo, incluso un aliado firmísimo, y no es cosa de condenar a los amigos al fracaso económico. Así que contrató a una empresa norteamericana, le pagó los 18 millones de dólares que costaba el proyecto y dio el visto bueno para acabar las obras iniciadas por los cubanos en Punta Salinas.

Y como en el fondo son sentimentales, le pidieron a Morrison and Knudsen que terminara parte de las obras en el aniversario de la invasión para poder inaugurar la nueva pista en tan señalada ocasión. Algunos norteamericanos en el Pentágono hasta creyeron que Ronald Reagan debía venir a cortar la cinta, pero al final prevaleció el buen sentido.

"¿Sabe? Los cubanos que construían el aeropuerto se llevaron los planos, así que la empresa norteamericana tuvo que hacer otros nuevos, y eso encareció el proyecto", me susurra muerto de risa un granadino.

Los granadinos sabían que los cubanos que trajo Bishop no eran militares en su mayoría, sino trabajadores y técnicos, pero les reprochan que "se mantenían muy al margen entre ellos". Probablemente habían recibido instrucciones de no mezclarse en la tensa y complicada situación política interna de Granada. El recelo ha continuado hasta hoy, multiplicado naturalmente por 1.000. Esta periodista pasó 40 minutos en el aeropuerto intentando convencer a un tozudo funcionario de inmigración de que España no estaba en Cuba. Para colmo de desgracias, mi apellido coincidía con el del antiguo embajador cubano. Al final todo quedó resuelto entre grandes risas.

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