Paquirri
El diestro Francisco Rivera Paquirri, muerto no directamente por asta de toro, sino a causa de la cochambre que rodea la fiesta, acaba de alcanzar la gloria cañí. Sería demasiado fácil cebarse ahora con esta vergüenza nacional, describir una enfermería con cucarachas, añadir otra mano sucia a cuantas palpaban la terrible carnicería del torero y mojaban los dedos en la salsa del plato que nos ha ofrecido la televisión. Después se podría continuar viaje en macabra caravana detrás de la ambulancia por una carretera de segundo orden con el héroe desangrado en busca de un hospital no muy tercermundista. Este fin de semana algunos cadáveres más han salido a hombros por la puerta grande hacia la España negra. Mientras en Sevilla se celebraba el entierro multitudinario de Paquirri, donde lloraban a lágrima viva desde los limpiabotas y vendedores de lotería hasta la mujer del presidente del Gobierno, en el País Vasco tres guardias civiles ocupaban también los respectivos féretros, víctimas de las cornadas del nacionalismo cuya pasión obtusa posee aún a los seres poco evolucionados. ¿Acaso esto no es motivo suficiente para pedir asilo político en Andorra?Tengo un corazón decente y he sentido la muerte de este famoso matador como si fuera uno de su cuadrilla. Me ha conmovido la miseria típicamente española que la ha rodeado. Aunque no hay que olvidar una cosa. Lo que le ha pasado le sucede al toro todas las tardes, pero el hombre frente a la naturaleza se comporta con un corporativismo espeluznante, y cuando el desenlace de la fiesta cae del revés entonces monta un número de confraternidad de la especie que pone carne de gallina. Sin duda el hombre es un animal racional, si bien este elogio sólo lo dice él de sí mismo. Nadie más. Consta en la Biblia que Dios lo fabricó. a su imagen y semejanza. En este caso habrá que convenir que Dios no es gran cosa.
El asunto no ha terminado. Ahora llegarán las revistas del corazón hurgando los sentimientos, y una subliteratura acompañará las imágenes del muslo taladrado del torero, y algunos harán truculentos negocios con el dolor. Y otra vez esta España de granito y encinas, que nunca da clemencia y ni la pide, se lamerá la herida con un pasodoble. De momento yo me voy a Andorra.
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